Selección Alina Martínez Triay
Fidel y otros dos combatientes que se dirigían a las montañas a continuar la lucha, se refugiaron en un vara en tierra, totalmente extenuados, y para protegerse un poco de la humedad, la neblina y el frío, pero despertaron con los fusiles sobre el pecho de una patrulla de soldados. Fue, confesó el propio Fidel el resultado de un error que no debieron cometer nunca.
No tenían a nadie de vigilancia, como él mismo explicó posteriormente en una entrevista. “Un poco confiados ya llevábamos una semana y los individuos no daban con nosotros, no podían por mucho que rastreaban y buscaban, nosotros los habíamos burlado. Subestimamos al enemigo, cometimos un error y caímos en sus manos.” Era al amanecer del sábado primero de agosto.
Sus captores estaban sedientos de sangre y los habrían asesinado en el acto, sin embargo, destacó Fidel, “Ocurre entonces una casualidad increíble. Había un teniente negro llamado Sarría. Era un hombre que tiene cierta energía y que no es un asesino. Los soldados querían matarnos, estaban excitados buscando el menor pretexto, tenían los fusiles montados con balas en el directo. Nos amarraron inicialmente nos preguntan la identidad, no nos identificamos, dimos otro nombre, indiscutiblemente los soldados no me conocen en el acto. No me conocieron.”
Años después, el propio Pedro Sarría Tartabull, dio testimonio de lo ocurrido.
Recordó que en la casita había tres muchachos muy fatigados y ocho fusiles. Cuando empezó a tomarles las generales, el primero dijo llamarse Francisco González Calderín y los otros dos se identificaron como Oscar Alcalde y José Suárez. Desde el principio desconfió de la identidad del primero, lo miraba y volvía a mirar. Algunos soldados estaban muy excitados, uno de ellos hizo ademán de disparar y Sarría insistió con mucha energía que eran prisioneros, que no fueran a disparar. -Las ideas no se matan—dijo. Eso contuvo los ánimos caldeados.
Como había ocho fusiles se dispusieron a buscar al otro grupo de cinco combatientes, cera de la carretera se escucharon unos disparos y les dijo a los tres que se tendieran por si acaso disparaban en su dirección. El tal Francisco se negó a tenderse y le dijo que si les iban a disparar que los mataran allí mismo puestos de pie.
La respuesta del teniente fue tajante: ¿Quién habla aquí de matar? Y ordena nuevamente algo acalorado ¡Tenderse! ¡Están bajo mis órdenes ahora! En ese momento Francisco le confesó que era realmente Fidel Castro, Sarría comprobó que ningún soldado lo había escuchado y le pidió que no dijera a nadie más su identidad. Desde el inicio lo sospechaba, pero después se le quitó la idea porque se decía que estaba muerto y era además poco reconocible por el pelo duro y la piel muy quemada por el sol. El teniente lo había conocido en la universidad años atrás –él empezaba la carrera de Derecho y Fidel la terminaba– y para ahorrar dinero se alojaba en el Cuerpo de Ingenieros que quedaba frente al apartamento donde vivía el joven.
Consiguieron un camión para llevar a los muchachos a Santiago de Cuba y Sarria sentó a Fidel en la cabina entre él y el chofer, y los demás con la tropa en la cama del vehículo, pero temiendo que vinieran a interceptarles el paso les preguntó a sus hombres: ¿Con qué me prometen ustedes o qué garantías tengo de que en el camino no dejarán quitárselos? –Y todos respondieron: ¡Con la vida teniente!
En el camino se tropezaron con el comandante Chaumont que le dio el alto y le dijo que no podía seguir con esos prisioneros. El teniente preguntó por qué y le respondió: Porque tengo órdenes, No puedes seguir y debes entregármelos.
La respuesta de Sarría fue enérgica: ¡Imposible, comandante!
El dialogo posterior fue sumamente tenso:
¿Cómo imposible, Sarría? ¿Te vas a insubordinar? ¡Yo soy el comandante jefe de operaciones!!
Pero el teniente insistió:
¡Imposible! Los capturé yo y el responsable soy yo–, y ante la renovada exigencia de su superior, respondió: — Bueno, yo soy segundo teniente, pero tengo mis atribuciones como segundo jefe del escuadrón de esta zona militar y del orden público, además de jefe de la Guardia Rural y la captura no la ha realizado usted sino yo, y sé por qué los llevo. Hay cosas importantes que no se las puedo decir.
Volvió el comandante a reiterar su pedido y al fijarse en la actitud combativa de los hombres de Sarria le dijo: -Bueno vaya para el Moncada con ellos.
De nuevo el teniente se negó y dijo que los iba a llevar al vivac, el comandante estaba muy molesto y le propuso a Sarria que se bajara del camión para hablar aparte del asunto, a lo que el aludido se negó nuevamente porque sospechó que era una maniobra para conquistar a sus soldados ya que se trataba de un comandante y como subalternos lo iban a obedecer, se simularía una fuga y los matarían a todos y quedaría él como responsable de la muerte de los muchachos cuando le había prometido a Fidel que los iba a conducir vivos.
Chamón dijo que ese que iba a su lado en el camión era Fidel castro, a lo que Sarría replicó:– Sí señor, lo es, pero ni a él ni a los otros se los voy a entregar, comandante de eso puede estar seguro–. Ya los soldados estaban impresionados al saber quién era el prisionero que conducían.
Cuando entraron en Santiago de Cuba, cerca del vivac, el comandante se separó con sus hombres a un lado y Sarría continuó la marcha.
En el vivac algunos curiosos de la población empezaron a congregarse y a gritar: ¡Ahí llevan a Fidel, llevan a Fidel!
Sarria ordenó a sus hombres que dispararan al aire y dispersaran a la gente por temor a que algunos militares vestidos de civil o de los cuerpos de seguridad le disparasen a boca de jarro y lo asesinaran.
Todavía le esperaban al teniente fuertes regaños. El coronel Chaviano estaba esperándolos en la oficina del vivac y separó a un lado a Sarría para decirle que no había cumplido con su deber. –Tú sabes que había que entregárselo a Chamón, Sarria, ¡Me has desgraciado! Está el general Batista esperando por teléfono a ver qué hay con todo esto y no se ha cumplido la orden suya sobre este cabecilla. Este hombre no podía haber llegado vivo hasta aquí. Yo no sé cómo me las voy a arreglar ahora.
El teniente le respondió secamente: Bueno ahí lo tiene, lo que yo no he hecho puede hacerlo usted.
Sobresaltado le dijo: –Yo no, tenías que haberlo hecho tú.
Fidel ofreció declaraciones que duraron más de dos horas. Según Sarría, la esencia de lo que él expuso luego en La Historia me absolverá se lo dijo a Chaviano en el vivac.
Fuente: Barredo Medina Lázaro. Mi prisionero Fidel. Recuerdos del teniente Pedro Sarría.