Prevalezca la vida, no la muerte

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Recientes estadísticas aportadas por el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (Sipri) indican que las potencias nucleares y las emergentes poseían en conjunto, hasta principios del 2017, alrededor de 14 mil 935 armas nucleares. Foto: Tomada de andes.info.ec

A propósito del Día Internacional contra los Ensayos Nucleares (29 de agosto)

No sé cómo será la tercera guerra mundial,
solo sé que la cuarta será con piedras y lanzas
                                               Albert Einstein                    

El genio que dotó a la humanidad de una teoría científica de vida y contribuyó al dominio de la energía nuclear, se dolió profundamente de los poderes destructivos de las armas atómicas, capaces de borrar de la faz de la tierra todo vestigio de existencia humana, o de retrotraernos a la edad de piedra.

Hiroshima y Nagasaki, las dos primeras víctimas del injustificado holocausto provocado por Estados Unidos, dejaron en Albert Einstein un sentimiento de  frustración, que se convirtió en un permanente llamado a evitar una nueva hecatombe mundial.

No imaginó el eminente sabio alemán, de origen judío, reconocido con el Premio Nobel de Física, que 72 años después se llegarían a acumular en el mundo decenas de miles de artefactos nucleares, la  más terrible de las amenazas a la supervivencia de la especie.

Recientes estadísticas aportadas por el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (Sipri) indican que las potencias nucleares y las emergentes poseían en conjunto, hasta principios del 2017, alrededor de 14 mil 935 de estas armas, frente a las 15 mil 395 del año anterior. El estudio cita, entre otros ejemplos, que Estados Unidos prevé invertir hasta el 2026 cerca de 400 mil millones de dólares en el mantenimiento y actualización de su arsenal, lo que le permitirá, según el presidente Donald Trump, “mantenerse al frente de la manada”.

Es tal el poder letal de estos misiles y ojivas nucleares que, en opinión de analistas militares, poseen la capacidad de aniquilar a millones de seres humanos y destruir decenas de ciudades en apenas 24 horas, con devastadores efectos también para el medio ambiente.

La conciencia mundial de este peligro y el anhelado propósito de erradicar el flagelo de la guerra fueron factores determinantes en la adopción en el año 1968 del Tratado de No Proliferación de las Armas Nucleares. El documento, suscrito en la actualidad por 187 naciones, constituye un sistema basado en tres pilares fundamentales: la no proliferación, el desarme y el uso pacífico de la energía nuclear.

Por dicho instrumento, los Estados se comprometen a no desarrollar armas de ese tipo y a someterse al régimen de salvaguardias totales del Organismo Internacional de Energía Atómica (Aiea), el cuerpo regulador de Naciones Unidas que atiende tales cuestiones.

Otros importantes pasos en la no proliferación son el acuerdo New Star II, suscrito en el año 2011 por Rusia y Estados Unidos para la reducción del número de  cabezas nucleares y el fortalecimiento del Tratado ABM, que limita los misiles balísticos; así como el llevado a efecto por la República Islámica de Irán en el año 2015, con Estados Unidos, Rusia, China, Reino Unido y Francia, además de Alemania.

Las crecientes y graves tensiones en el escenario internacional y la posibilidad de una conflagración universal hacen más urgentes y propicios que nunca los postulados del Día Internacional contra los Ensayos Nucleares, que la humanidad celebrará mañana con las mayores ansias de una paz necesaria para la vida.

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