Casi siempre es la primera en levantarse cada mañana y la última en acostarse en nuestras casas. La condición de madre trabajadora no la asume para escudarse de ninguna responsabilidad hogareña y mucho menos para restar ternura, preocupaciones y sueños en la educación de los hijos o la atención a la familia completa.

Los tiempos cambian y la economía aprieta. Sin embargo, mientras más ahogos se asomen en el horizonte ella salta, cual gladiadora incansable, a poner sus manos, su entrega, su sonrisa y su amor en función de todos. Y solo pide que seamos consecuentes con esa educación y el ejemplo de todas las horas, de todos sus amaneceres.
Ya no queda profesión en la que no podamos encontrarla. Ha ganado tantos derechos en la sociedad que ese empoderamiento le permite manejar una guagua y hasta una grúa; dirigir brigadas constructoras e incorporarse a cortar caña; pilotear un avión y liderar la más grande empresa que se le asigne. Y cuando le preguntan por sus hijos y esposo en el momento de asumir un cargo o simplemente una tarea responde orgullosa: cubriéndome la retaguardia con labores compartidas.
Sin embargo, este domingo 11 de mayo, cuando el gas anda perdido y muchos fogones de carbón y leña se prendieron para cocinar el almuerzo familiar, ahí estuvo ella. Tampoco le hizo caso a los molestos e inoportunos apagones que vienen martillando el día a día hace semanas, pues ella tiene su luz propia. Y la creatividad parió en la cocina un pollo o picadillo “con sabor a faisán”.
¡Qué madres tenemos hoy en Cuba! La capacidad de resistencia y de sorprender al mismo tiempo parece difícil de comparar. Y como si fuera poco son mayoría dentro de las líderes sindicales del país. Bien lo decía Martí: “…La tierra, cuando ella muere, se abre debajo de los pies”.