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Chávez en todo y en todos (+ PDF y Video)

Cuando arribé a Venezuela hacía poco más de un año de su muerte, o más bien, de su siembra eterna, como se dice por acá.

 

 

Los primeros días era casi imposible comprender aquellas  palabras, pero pasaron semanas, meses y entonces nos reencontramos con Chávez y aprendí que no se podía hablar de pérdida, de angustia, sino de vida, todo el tiempo de vida.

Y es que a pesar de obstáculos, tropiezos, amenazas, contradicciones y guerras de todo tipo a las que este pueblo ha sido sometido con fuerza mayor después de su muerte física, los venezolanos han buscado formas, cientos, miles de formas diferentes, quizás únicas, para levantarse y sacar del dolor la fuerza y el aliento para seguir cada día junto a él, en todo y en todos.

A veces me parece que en cada uno de ellos, de los hombres y mujeres de buena voluntad de este pueblo, de los niños y los jóvenes a los que les devolvió la dignidad, hay un Chávez que camina, piensa, trabaja, lucha, forja, avanza a pasos agigantados como él les enseñó y sin rendirse.

Lo mencionan y lo sienten cercano, algunos le hablan, le  piden, lo magnifican; otros simplemente lo levantan como estandarte para seguir construyendo la patria, esa que él les devolvió y les enseñó a respetar, defender y de lo cual hoy se enorgullecen sin importar en qué lado del país o del mundo estén.

Si se les pregunta por él, hablan de legados, del Bolívar que rescató y trajo a andar nuevamente por estas tierras americanas, pero prefieren hablar en presente, en un presente que poco a poco se hace futuro mientras vuelven una y otra vez a sus alertas, sus consejos, sus conceptos, sus palabras sin tapujos ni miramientos sobre los más diversos temas de la vida, la nación, la familia, los conflictos del mundo actual, los retos, en fin, la vida.

También le llaman Comandante Supremo y no solo en ámbitos protocolares o formales, porque lo sienten así, como su líder eterno, siempre presente y hablan de él con los ojos exaltados, quizás con nudos en la garganta y alguna que otra lágrima, pero no por eso dejan de acercarse con alegría al hombre, al compañero, al amigo.

Algunos no pueden dejar de sentir que se había marchado demasiado pronto, cuando todavía tenía mucho por decir y hacer, pero eso casi siempre pasa con los grandes, como Bolívar, Martí y tantos otros; aunque solo descansan un tiempo y renacen, como diría el poeta, cada 100 años, cuando renacen los pueblos.

 

 

Cuando se camina por las calles de Caracas o cualquier otra ciudad venezolana, cuando se visitan cerros, zonas de extrema pobreza, escuelas, teatros, ministerios, centros públicos, montañas, sabanas, todo parece tener un poquito de Chávez. Por supuesto, no todos lo expresan de la misma forma pero su imagen es lo primero que vemos en muros, carteles, afiches, grafitis, puentes, prendas de vestir, tatuajes, gorras y hasta en los fragmentos de paredes de barro o palos en que aún viven las alejadas comunidades indígenas de la orilla del Río Orinoco.

Una abuelita de casi 90 años me dijo un día que el más fiel de sus tesoros era haberlo tenido cerca y abrazarlo. A un niño de La Pedrera —un cerro de Caracas— le escuché nombrarlo «Papá Chávez»; mientras, el joven diputado Robert Serra, cruelmente asesinado hace unos meses, se refería a él como al maestro que todos los días tomaba las plazas y había que hacerlo nuestro, relampagueante, sonriente, fuerte, erguido, no para decirle adiós, sino «seguimos contigo, hasta siempre».

Y es que Chávez fue también escuchado donde nunca antes, porque dio voz a los que hasta entonces solo conocían el silencio y hoy se apropian de sus banderas con orgullo y optimismo.

 

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Foto: Omara García
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Foto: Omara García
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No es tan difícil entender el porqué de su siembra eterna, de los frutos de ese árbol que marcó un antes y un después, y hoy se eleva, no para decirnos que hay que acostumbrarse a estar sin él, sino, como vaticinó un colega aquel 5 de marzo doloroso, para acostumbrarnos, aunque de otro modo, a seguir con él.

 

Texto tomado del libro Venezuela: la amenaza que yo conocí (PDF)de la autora Bertha Mojena Milian

 

 

 

 

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