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Incremento de precios y especulación: ¡A llorar que se perdió el tete!

Aunque fue quizás el elemento más reiterado en momentos de explicación de las interioridades de la Tarea Ordenamiento, la necesidad de evitar la subida de precios constituye hoy “pan bien caliente” para la sociedad, si nos referimos a  productos agrícolas, industriales, caseros, de bolsa negra, de reventa, etc., que es decir casi todo lo que se comercializa en el país.

Luego de la alegría inicial por el aumento salarial, lamentablemente, y por más de una razón, lo que más duele hoy a la población es el inusitado incremento de precios, al punto de haberse generalizado el negativo criterio de que la vida era mejor antes que ahora.

No estoy de acuerdo con la eliminación del tope de precios a los productos agrícolas y a dejar la solución al criterio de la oferta y demanda. Por demás, claro que sí, el crecimiento de la producción solucionaría el problema, pero mientras tanto ¿cuál será el costo-beneficio de esa decisión?

¿Quién es el especulador? No es el guajiro productor. En la cadena producción-comercialización que se inicia por el campesino y termina con el vendedor, hay muchos, muchísimos eslabones vinculados a la especulación al mismo campesino y al pueblo.

La ley de oferta y demanda a ultranza, sin la custodia estatal para evitar el abuso, a quien único beneficia es al especulador y coadyuva al viejo y muy actual anhelo enemigo de desencantar y entristecer a los humildes, que somos la gran mayoría.

Si un aguacate o una libra de tomate y otra de guayaba suman casi el salario diario de un trabajador medio, entonces algo anda mal. Es más, con dos matas de aguacates o de mango, quien se dedique a venderlos no tendría que trabajar. Sin sudar la camisa ganaría mucho más que cualquier trabajador. ¿Y cómo será en el año 2022?

Ya se experimentó con precios topados, pero no se dio tiempo a probar su eficacia; se toparon productos exóticos cuando lo ideal hubiera sido solo para alimentos vitales. Además, debió ser nacionalmente, y que cada provincia, incluso municipio, tuviera derecho a bajarlo —no a subirlo— para así evitar el trasiego de productos de un lugar a otro y darle mayor validez al programa de autoabastecimiento municipal, de lo mejor diseñado por la agricultura en varios años.

En Cuba mientras más pague el poblador, con más energía el especulador y los enemigos imperiales se frotan las manos. Son ellos los más favorecidos. Ni siquiera tienen que esconderse, puesto que es lícito, poner el precio que les venga en ganas.

Parecería un sálvese quien pueda, y esa no es una idea de justicia, porque de alguna manera serviría para desmontar conceptos que con mucho esfuerzo ha ido articulando la Revolución.

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