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RETRATOS: Tesoro en la tierra

El guajiro artemiseño Alejandro León. Foto: Agustín Borrego. Tottes
El guajiro artemiseño Alejandro León. Foto: Agustín Borrego. Tottes

Uno no sabe de dónde Alejandro León saca energías para coger en sus manos la guataca. Ya lo hace por vicio, aunque la familia insista en que es hora de descansar. Su pelo copioso, incluso con algunas hebras negras, revelan su ascendencia isleña.  No obstante, las arrugas en el rostro delatan sus más de ocho décadas de existencia.

Ahora se afana por mantener una pequeña parcela en el patio de su casa, en Artemisa. Ahí ha sembrado plátanos y tomates. Pero eso no le basta. También aprovecha el terreno donde está enclavada la casa de su hermana y la prepara para plantar ajíes. En las mañanas, antes de que el sol despierte, él ya tiene el machete o la azada en las manos, presto para atender “la finquita”.

De haber podido, este hombre, de pequeña estatura, hubiera sido ingeniero o tal vez doctor, porque siempre le han gustado los libros y los estudios. Pero nació en un tiempo donde a los guajiros les era imposible soñar. Llegó hasta cuarto grado y de ahí salió para el campo, a ayudar a su padre, quien debía alimentar a una amplia familia. La recogida de piña, la limpia de los cañaverales o cualquier otra faena, estuvieron entre las labores que realizó por solo unos centavos.

La vida no fue bondadosa con Alejandro. A los 12 años, al igual que otro de sus hermanos, comenzó a perder la audición. Muchas fueron las angustias de los padres, las visitas a La Habana, en búsqueda de un médico que diagnosticara el mal de sus muchachos, pero no había dinero para pagar consultas y mucho menos mantener tratamientos prolongados. Con el tiempo, la sordera fue cada vez mayor, y la lectura y el trabajo se convirtieron en el refugio del entonces jovencito.

Alejandro se afana por mantener una pequeña parcela en el patio de su casa, en Artemisa. Foto: Agustín Borrego Torres

Para los muchachos del barrio, se convirtió también en el papalotero. Durante años se especializó en hacer papalotes y en las vacaciones no daba abasto. Confeccionaba cometas de todo tipo, que mucho disfrutaban los niños.

Luego del triunfo de la Revolución fue atendido por buenos especialistas, pero la enfermedad era irreversible. Trataron de que se adaptara a los aparatos auditivos, pero los rechazó y nunca llegó a usarlos. Él siguió refugiado en los libros, en la lectura de los periódicos ─ de los cuales aún es un adicto ─, y por supuesto, en el trabajo en el campo. Sabe que en la tierra está el tesoro y que no hace falta mucho espacio para poder encontrarlo.

El guajiro Alejandro sabe que en la tierra está el tesoro y que no hace falta mucho espacio para poder encontrarlo. Foto: Agustín Borrego Torres.
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