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2021, ¿año de la vacuna contra la Covid-19?

Desde que se descubrió el alto nivel de contagio y peligrosidad del virus SARS-CoV-2, todo país con las condiciones materiales, el financiamiento y el conocimiento previo, comenzó a perseguir la idea de obtener una vacuna que permita atenuar los impactos que la pandemia ha dejado en la salud, la economía y la sociedad.

 

Foto: REUTERS

Cuando el cuerpo humano entra en contacto con agentes patógenos (organismos causantes de enfermedades), la piel, las mucosas y los cilios (órganos microscópicos a nivel pulmonar) actúan como barreras físicas para impedir que nos infecten. Si no lo consiguen, entonces el sistema inmunológico se activa y empieza la batalla. Es el día a día de la vida.

Cada bacteria o virus tiene antígenos diferentes frente a los cuales se generan anticuerpos. Pero esa respuesta inmunológica efectiva y específica a veces tarda varias generaciones- Mientras tanto somos vulnerables a la enfermedad y las vacunas se convierten entonces en una bendición.

Los adelantos han permitido diferentes tecnologías y plataformas para la formulación de vacunas, en algunos casos como portadoras de porciones tan pequeñas del antígeno como una subunidad de proteína, por ejemplo. Las más modernas contienen ‘instrucciones’ para producir antígenos en lugar del antígeno en sí mismo. En cualquier caso, las vacunas se someten a rigurosas evaluaciones antes de salir al mercado.

Expertos afirman que las vacunas no inducen enfermedades, sino respuestas inmunológicas como si el cuerpo hubiese estado frente al patógeno real. Algunas requieren más de una dosis con intervalos de semanas o años, generando anticuerpos de larga vida y células de memoria que nos protegen para toda la vida.

Si una multitud resulta inmunizada a la vez contra un mismo patógeno se conseguiría la llamada inmunidad colectiva, lo cual sirve de amparo incluso a quienes por alguna razón no pueden vacunarse. Cuando decidimos vacunarnos, el beneficio no es solo personal, sino que abrimos una sombrilla protectora al entorno cercano.

La OMS ha demostrado que las campañas de inmunización evitan de dos a tres millones de muertes anuales por enfermedades como difteria, tétanos, tos ferina, gripe y sarampión.  En la actualidad se previenen por esa vía más de 20 enfermedades potencialmente mortales. Los científicos trabajan a una velocidad sin precedentes para sumar a la COVID-19 a esa lista.

Al cierre de esta edición la OMS reportaba 172 candidatos vacunales contra la COVID-19 en fase preclínica y 61 en fase clínica. Gran parte de las últimas, el 30 %, son del tipo PS (subunidad proteica), grupo en el que clasifican los cuatro proyectos que  desarrolla Cuba.

¿Cómo se hace una vacuna?

Primero se identifican antígenos que podrían generar una respuesta inmunitaria. En esta fase preclínica se realizan pruebas en animales con el fin de evaluar la seguridad y posibilidades para prevenir la enfermedad. Una vez superada, arrancan las tres fases de los ensayos clínicos en seres humanos.

 

 

Finalmente, las autoridades de cada país examinan los datos y deciden si autorizan el uso de la vacuna en cuestión.

 

Candidatos en punta

Cuando una pandemia avanza con rapidez, nadie estará salvo a menos que todo el mundo lo esté, afirman epidemiólogos de la OMS. Desde esa certeza, y soñando con los amplios dividendos que deja la colosal empresa de inmunizar al mundo, autoridades nacionales, conglomerados de la industria farmacéutica, universidades, institutos de investigaciones, y laboratorios se han lanzado a la carrera de conseguir una vacuna efectiva, viable y segura.

 

 

A nivel multilateral se crearon la iniciativa COVAX y el Acelerador de herramientas de acceso a COVID-19 (Acelerador ACT), que financian investigaciones en torno al diagnóstico, la terapia y las vacunas. Estos mecanismos han potenciado una decena de candidatos vacunales, lista a la que debemos sumar otros proyectos independientes como los chinos, los cubanos (Soberana 01 y 02, Abdala y Mambisa), y los rusos, entre los cuales destaca Sputnik-V.

Hasta el 29 de diciembre existían 18 vacunas en fase 3. Cinco habían sido aprobadas para su uso y se estaban aplicando en 49 países. La más empleada hasta el momento es la Tozinamerán, desarrollada por la empresa farmacéutica estadounidense Pfizer y la empresa biotecnologica alemana BioNTech. Se le atribuye una tasa de eficacia del 90 % pero demanda de una temperatura extremadamente baja de conservación (-70 grados). Su tecnología se basa en el ARN mensajero (ARNm): la persona recibe una copia de instrucciones genéticas con la cual elabora una parte de la proteína del virus de la covid-19, provocando una reacción del sistema inmunológico.

 

 

Un estudio publicado por The New York Times, basado en los contratos colectados por la Universidad de Duke, Unicef y Airfinity (empresa que analiza datos científicos), reveló que las naciones ricas han negociado con ventaja enormes dosis de vacunas aún no fabricadas. Si la Unión Europea, por ejemplo, recibiera todas las dosis pedidas, podría inocular dos veces a sus residentes, el Reino Unido y Estados Unidos podrían hacerlo cuatro veces, y Canadá seis veces.

El artículo sostiene que EE. UU. contribuyó con grandes sumas a la investigación, el desarrollo y la fabricación de cinco de las vacunas más prometedoras con la condición de tener acceso prioritario a “100 millones de dosis de Pfizer, con la opción de comprar 500 millones más; y 200 millones de Moderna, con unas 300 millones adicionales en oferta. También ha hecho una combinación de pedidos anticipados por 810 millones de dosis con AstraZeneca, Johnson & Johnson, Novavax y Sanofi; los acuerdos de expansión podrían elevar la cifra a 1 500 millones”. Todo ello para una población de 328,2 millones de habitantes.

 

 

Actitudes como esas socavan la capacidad del resto del mundo para hacer compras oportunas, sobre todo la de naciones de bajos ingresos que tendrán que esperar años para inmunizar a su población y encima serán censuradas por no controlar la epidemia.

 

 

En general, los países tienen cuatro formas de obtener la vacuna. La primera es fabricarla ellos mismos (caso Cuba); la segunda, mediante acuerdos directos de los gobiernos con los fabricantes. En tercer lugar, los acuerdos regionales; por último, la plataforma multilateral COVAX.

La emergencia actual y los pronósticos de pandemias futuras han avivado el debate sobre la necesidad de un nuevo pacto social con la ciencia que le permita responder, con celeridad y desinterés, a los desafíos de la humanidad.

 

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