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FINCL: Coreografías de la isla más allá de sus costas

Dentro de esta edición 42 del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano que en su variante no competitiva (en la mayoría de los rubros habituales) correrá por la capital del 3 al 13 de diciembre, llama la atención una serie de títulos relacionados con un tema siempre candente: los cubanos que emigran a Estados Unidos, la lucha por insertarse en una sociedad difícil y competitiva, y ello, generalmente, desde miradas que también trascienden los linderos insulares, esto es, llevan las firmas y los desempeños de coterráneos que viven allá o de cineastas totalmente foráneos.

 

 

Entre esos filmes se encuentran el norteamericano El último balsero, de Carlos R. Betancourt y Oscar E.Ortega  y Cuban dancer (Bailarín cubano), realizado por Roberto Salinas, una coproducción entre Italia, Canadá y Chile.

En el primer caso, tal y como se enuncia desde su nombre, se trata de un joven que emplea el riesgoso medio de la emigración ilegal para llegar a territorio estadounidense, pero llega justamente el mismo día en que acaba de derogarse la ley “pies secos/pies mojados” la cual, como se recordará, permitía a los cubanos que pisaran suelo norteamericano mediante balsas clandestinas a través del mar acogerse a una ley especial que de hecho legalizaba su estatus migratorio y contemplaba ayudas y privilegios de los que no disfrutaban otros emigrantes latinoamericanos.

El protagonista de El último balsero choca con esa realidad que lo torna indocumentado: el filme es un recuento de las peripecias y aventuras que afrontará en sus intentos por lograr la legalidad e integrarse a su nuevo hábitat; aun cuando “navega” –ahora en tierra- con suerte al encontrarse con amigos y conocer nuevas personas dispuestos a tenderle la mano, Ernesto no la pasa fácil y el texto cinematográfico es elocuente en mostrar los tropiezos y encontronazos con el “sueño americano”, especialmente en esa otra “capital” de los paisanos que emigran: Miami.

Pero el joven, filosófo de profesión que impartía nada menos que marxismo en la Universidad de la Habana, no parte motivado exactamente por las mismas razones que la mayoría de sus coterráneos en el empeño, sino por uno muy peculiar: anhela encontrar a su padre, a quien no conoce una vez que ha perdido a  su madre en Cuba .

El relato se desarrolla de manera fluida, sin escollos narrativos, mediante una puesta limpia, que acusa un trabajo fotográfico empeñado en huir de la pose turística para adentrarse en los claroscuros de la geografía miamense, en especial su cara más presentable: Miami Beach, donde ocurre buena parte de la trama; una edición cuidadosa permite el desarrollo coherente de los puntos de giro y curvas de acción en aquella.

No escapa el guion a ciertas zonas que se antojan algo forzadas, si bien surte con mesura los peligrosos roces con el melodrama y no está exento de pinceladas humorísticas como la alusión al spanglish de los cubanoamericanos, o a la santería con la que muchos encuentran un lucrativo modus vivendi ; tampoco escasean guiños intertextuales al cine insular , con referencias a filmes emblemáticos tales Memorias del subdesarrollo o Fresa y chocolate.

Desde el punto de vista de la caracterización, los personajes exhiben aristas convincentes; en términos generales se esquiva el maniqueísmo, los extremos; se muestra digamos, que no siempre el éxito en ciertos cubanos insertados en ese mundo procede de fuentes limpias y confiables; se emplazan ciertos clisés y prejuicios de muchos que pretenden sentar cátedra desde sus posiciones privilegiadas opinando sobre los problemas de Cuba sin conocimiento de  causa.

Pienso que asiste a los realizadores  la voluntad  de trazar más un mapa humano que político, y eso me parece un mérito inobjetable del filme, que también descuella por los desempeños matizados y convincentes de Héctor Medina (Viva), Nelson Jiménez Jr , Chaz Mena, Cristina García y el resto del elenco.

Cuban dancer es un documental que sigue a Alexis, adolescente integrante de la Escuela Nacional de Ballet, cuando se enfrenta a la inevitable realidad de partir junto a su familia a Estados Unidos, dejando atrás el apego a su grupo, su novia, sus compañeros y una tierra que le ha permitido encauzar la vocación de manera totalmente gratuita.

En el país adoptivo,  se enfrenta a una sociedad tiranizada por leoninas reglas que, aun valorando el arte, se rige mayormente por criterios económicos a los que un joven sin recursos con una familia recién llegada no puede acceder; aun con el apoyo de los suyos–el padre se desloma en el almacén donde ha logrado conseguir empleo-, de una nueva relación, de una técnica balletística diferente a la que conoció en la Escuela de ballet cubana, de  profesores aun así empeñados en ayudarle, el joven bailarín sufre los embates de su dura y nueva realidad.

Primero en la Florida, en algún momento atravesando una prueba de fuego en un duro concurso newyorquino y después en San Francisco, a cuya compañía logra finalmente acceder, Alexis se enfrenta al desarraigo, la dureza de un idioma que desconoce, los parámetros economicistas y la dificultad que siempre implica ser un extranjero –algo que también sufre su nuevo colega y amigo japonés-, a pesar de lo cual logra encaminarse por el sendero de la realización profesional y personal, sin extraviar pese a todo sus sólidas raíces.

Cuban dancer es un hermoso canto al sacrificio, al esfuerzo personal, a la dureza del exilio y a la fuerza de la vocación cuando se está dispuesto a encauzarla a cualquier precio sin renunciar a la honestidad y a los principios.

Aunque con ciertas reiteraciones y pasajes que exigían algunos cortes, el texto fílmico consigue un evidente equilibrio entre los segmentos de entrevistas, ensayos y actuaciones, encuentros del protagonista con la familia y nuevas relaciones, así como en la inserción de pasajes que alternan pasado cubano y presente en el país adoptivo; lo hace con sensibilidad, medida y tino, sumando un testimonio valioso en lo artístico y lo conceptual.

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