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Un festival de larga vista

Frank Padrón

La campaña promocional que calzó la recién finalizada edición del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, bajo un expresivo spot (20/20 a los 40) demostró que era mucho más que una frase publicitaria.

Cuatro décadas después de su fundación, nuestro más esperado encuentro cinematográfico puede sentirse orgulloso de su alcance y su fuerza. Exhibió el esplendor de una hermosa y madura mujer. Ha transcurrido por las más diversas etapas en la región y ha sido un testigo excepcional de esas mutaciones y transformaciones.

En este aniversario (redondo y contundente) la cita más importante del área, dicho así al margen de orgullos y chovinismos, rindió justo homenaje a uno de nuestros grandes cineastas: Tomás Gutiérrez Alea, Titón, autor de cintas imprescindibles en nuestro imaginario fílmico tales como Memorias del subdesarrollo, Las 12 sillas o La última cena, entre otras muchas. La programación comprendió una variada y valiosa muestra de cine contemporáneo, con sus panoramas de distintas cinematografías de relevancia, así como presentaciones especiales, venta de libros de cine, exposiciones paralelas, junto con seminarios sobre diversos temas no solo cinematográficos sino de tipo cultural.

El desafío mayor a que se enfrenta desde hace algunos años el evento cubano es la insurgencia de nuevas tecnologías, no siempre fáciles de resolver debido a nuestros conocidos problemas socioeconómicos, sin embargo, se labora arduamente por su implantación, con el objetivo de mejorar proyecciones y actividades en general.

Una mirada retrospectiva arrojaría luz sobre la cantidad de personalidades del cine, no solo latinoamericano y caribeño, que nos han honrado con su presencia, sino de todas partes, incluido Hollywood; la concesión del premio mexicano Fénix en 2014; el alcance cada vez más cosmopolita que adquiere el encuentro al estrenar incluso filmes que no han sido exhibidos aún en sus propios países, hasta nominados al codiciado Oscar; y sobre todo, el poder medir y evaluar los rumbos de la producción regional a través de estos años, con sus peculiares estéticas y poéticas por autores, países, tendencias desde que a finales de la década de los 70 tiene lugar en salas capitalinas, y desde hace tiempo en todo el país, con una selección representativa de los filmes que concursan o se muestran en otras secciones.

La cada vez mayor presencia de mujeres tras la cámara, con obras reveladoras (muchas de las cuales conquistan los corales); la insistencia en la familia y las relaciones paterno-filiales como células indispensables del desarrollo social; y no obstante ello la no renuncia a los frescos históricos y sociales que definieron el perfil de esta cinematografía en décadas pasadas, son características de la producción actual en cada uno de los géneros que nuestro evento tiene a bien privilegiar.

Una conquista invaluable del Festival ha sido su condición de formación: se ha hecho de un público fiel, sistemático y creciente; diversas generaciones con otros tantos gustos e intereses, con formaciones e inquietudes diferentes, se hacen una en el torrente de espectadores que cada diciembre inundan calles y cines en busca de sus filmes preferidos —tal ocurrió en la cita recién finalizada— y estimula saber que en una alta cota, la producción latinoamericana goza de especial preferencia.

Claro que el cine cubano tiene dentro de ella un sitio honorífico: el Festival ha impulsado lo mejor de la creación fílmica en el patio, al seleccionar para su competencia y para las muestras informativas, los títulos de ficción, documental o animados que considera mejores, muchos de los cuales han merecido sus premios.

En fin, que a los 40 años, el Festival de Cine de La Habana, de América Latina, del Caribe y del mundo (de)muestra ufano su estatura y su certero rumbo. A por más vamos en las próximas ediciones.

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