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Con Filo: Más tranquilo que estate quieto

Nunca antes como en estos días me vino tanto a la memoria una frase que gustaba mucho de utilizar mi madre cuando mis hermanos y yo éramos niños o adolescentes, y ella nos reprendía porque cometíamos alguna travesura: ¡miren a ver, y procuren estar más tranquilos que estate quieto!

Así, como una gran parte de las personas en Cuba, este comentarista ya entendió también que una de las principales ayudas que puedo brindar en estos momentos al país es cumplir con esa perentoria exhortación.

Lo mejor en mi caso personal, digamos, es estar el mayor tiempo posible en casa, sin hacer ni recibir visitas, y sin dejar de realizar el aporte periodístico que sea posible, muchas veces gracias al teletrabajo.

No obstante, causa admiración verdaderamente la labor que realiza otro importante número de trabajadores de disímiles sectores, que de muy diversas formas hoy ofrecen su inteligencia y trabajo para enfrentar la pandemia del nuevo coronavirus.

No hace falta salir del hogar para recibir a través de nuestros medios de comunicación la información suficiente y seria que necesitamos, con una prontitud y transparencia que sin dudas sientan ya un importante precedente para épocas posteriores.

En este ajetreo informativo sobresalen igualmente las noticias y las críticas a los comportamientos que atentan contra la disciplina necesaria en las actuales circunstancias.

No son pocas las personas que comparten en las redes sociales o en los medios digitales sus preocupaciones y denuncias por actitudes irresponsables que no solo ponen en riesgo la vida de quienes las protagonizan, sino también del resto de la ciudadanía.

También hay reconocimientos y evidencias gráficas de la efectividad de las medidas que buscan reducir la movilidad de la población y mantener la menor actividad posible en importantes calles y avenidas de nuestras urbes.

Pero en los barrios todavía hay condiciones propicias para los comportamientos temerarios de no pocos individuos. Algunas responden a carencias objetivas, pero también a deficiencias todavía existentes en la forma de organizarnos. El problema de los abastecimientos y de la alimentación resulta sin dudas uno de los que más incide.

Aunque es comprensible la presión que existe sobre tantas familias con todos sus integrantes en casa, a la hora del desayuno, el almuerzo y la comida, ello tampoco justifica ciertas negligencias que rayan en el absurdo.

Por ejemplo, hay lugares donde la gente organiza colas aún antes de que haya el producto que pretenden adquirir. Por supuesto que este peligroso hobby, tras el cual a veces hay en ocasiones intenciones lucrativas, constituye un completo sinsentido en las actuales circunstancias.

Pero no es lo único que sucede, y lo vemos y sabemos. No dejan de sorprender e irritar, pongamos otro caso, las actuaciones poco solidarias, prácticamente delictivas, de sujetos que aprovechan el río revuelto de las necesidades para disparar precios en algunas ofertas o realizar sospechosas ventas de productos de primera necesidad, fuera de todo control.

Y como esas, otras muchas acciones requieren de una mirada crítica, así como de la censura colectiva, que no podemos dejar solo a la actuación policial o de otras autoridades. Sin embargo, si la persuasión no funciona para crear la reclamada y suficientemente argumentada conciencia que demanda el momento, pues habrá que imponerla.

Para toda esa gente que está en el invento, o que de modo flagrante incumple o subvalora la gravedad de la situación, no queda otra que recordarle aquella frase de mi madre cuando mis hermanos y yo éramos niños: ¡miren a ver, y procuren estar más tranquilos que estate quieto!

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