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RETRATOS: Relojero de corazón

«Enriquito, ¿cómo estás? Mira a ver si esto tiene arreglo”. Así llegan muchos hasta Enrique Pérez Manzanet, relojero que tiene su puesto de trabajo en áreas del mercado del Ejército Juventil del Trabajo (EJT) en Tulipán. Lo saludan como a un amigo. Cuando le pregunto a uno que solicita el servicio, me dice con seguridad.

Para Enrique Pérez la honestidad es una de las principales cualidades de una persona. Foto: Agustín Borrero

“Es uno de los mejores relojeros que conozco”. Enrique recibe el elogio sin altanería. Durante sus cincuenta años en el oficio quizás ha escuchado más de una vez esas palabras, pero sabe que nadie pude creer que se las sabe todas, pues cada día se aprende algo nuevo.

Según cuenta, aprendió a arreglar esos aparatos desde los 9 años, observando a su padre. Y aunque la vida lo llevó por otros caminos del saber, hasta convertirse en técnico de nivel medio en mecanización portuaria, nunca dejó de practicar lo que de niño asimiló.

Sus primeros años de labor fueron en el espigón de Casa Blanca, en La Habana, al frente de una brigada; después pasó a la Terminal de Haiphong, donde desempeñó su especialidad. Su vida tendría otros derroteros que lo llevarían a trabajar en los Almacenes Centrales TRD Caribe hasta que por problemas de salud los tuvo que abandonar.

Entonces se refugió en su mayor entretenimiento, convertido a la vez en fuente de empleo. Sacó su licencia como trabajador por cuenta propia y empezó a mirar con más detenimiento el “corazón” de los relojes.

Para Enriquito la mayor cualidad que debe tener cualquier persona es la honestidad, y en su trabajo, mucho más: “Cuando alguien llega, soy sincero, si tiene arreglo, se lo digo; devuelvo las pilas que quito y le muestro las que pongo para que vea que no están vencidas. A mi lado no me falta el multímetro para comprobar sí el voltaje es correcto”.

Mientras habla, cambia la pila de un reloj. Le extiende la que quitó al dueño. “Los trabajos más sencillos los hago aquí, los más complejos en mi casa; siempre delante de las personas, les doy mi tarjeta por si tienen alguna dificultad, pero nunca nadie ha venido a reclamarme”, asegura.

Con precisión de cirujano profundiza en la maquinaria del reloj. Trabaja con pinzas pequeñas, y un lente que le permite percibir bien el desgaste de cualquier pieza. Aunque termina a las cuatro y media, en ocasiones, le puede coger un poquito más de tiempo. Lo importante es que el cliente, a quien respeta por sobre todas las cosas, se vaya complacido.

Cuando me retiro, otro hombre que espera para ser atendido, me dice: “Oiga, yo lo conozco hace tiempo, y le digo que es un relojero muy bueno, ya no quedan como él”.

La satisfacción se refleja en el rostro de Enrique, quien expresa: “Habrá otros mejores que yo, pero para mí es un cumplido que agradezco”.

Al lado de su padre aprendió desde niño el oficio. Foto: Agustín Borrero
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