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Con filo: Gente cuadrada

Pueden llegar con unos minutos de tardanza después del cierre de un establecimiento comercial, o una solicitud de un trámite o servicio el día en que no nos toca, o cualquier otro favor que un día le pidamos a alguien, como una urgencia que nos hace recurrir a esa última opción. Es algo humano, que a casi todas las personas nos pasó alguna vez en la vida.

Cuando eso ocurre, es posible que todo transcurra bien, y resolvamos el problema, o —por lo contrario— que emerja ese tipo de individuo a quien solemos atribuir una terrible forma geométrica: la gente cuadrada.

 

 

Supongo que ese calificativo tenga que ver con la excesiva regularidad de lo cuadrado, no lo sé. Habría que investigar la etimología de la frase. Pero sus manifestaciones bien que las conocemos.

Una gente cuadrada nunca entiende de flexibilidades ni de motivos ajenos: rinden un culto muy singular a lo establecido, siempre y cuando sea para aplicarlo al resto de sus semejantes.

Sí, porque la mayoría de las veces detrás de la cuadratura de tales sujetos hay una trastienda que esconde no pocos esqueletos.

Pocas veces ese individuo que se cuadra, que tranca el dominó, como decimos popularmente, sin valorar excepciones ni matices, ni tratar de entender la necesidad del prójimo, lo hace solo por su apego a la exigencia y la disciplina más estricta.

Al contrario, es muy frecuente que detrás de esa gente cuadrada haya determinados intereses personales que, bajo el pretexto de cumplir lo estrictamente estipulado, guían o motivan esa actuación tan mecánica.

Puede ser que no venda algo, porque así le quedan sobrantes para su beneficio; o que muestren un excesivo rigor con quienes no son sus amistades, para guardarle la oportunidad a alguien que sí lo es; o cualquier otra variante de sospechosas componendas. Pero la práctica nos dice que detrás de la gente cuadrada, casi siempre hay extraños tejemanejes.

No criticamos aquí, que conste, la disciplina ni el orden. Por supuesto que hay normas y horarios, procedimientos y jerarquías, límites y cuotas que muchas veces marcan nuestros servicios públicos, y que sería imposible quebrantarlos constantemente por cualquier causa.

Pero el problema es que las excepciones deben obedecer a la buena fe, a la capacidad para valorar la situación de una persona necesitada en un momento extremo, y no a la cuadratura dogmática que prefiere decir siempre NO, cuando podría decir SÍ, y servir de modo desinteresado a alguien.

Sí, porque a veces la gente cuadrada rueda y rueda como una pelota, si la persona que depende de ella le ofrece algún jugoso negocio o incentivo para que salte por encima de los obstáculos que hasta ese momento defendía a capa y espada.

Así entonces el fenómeno pasa de lo cuadrado a lo curvo con extrema facilidad. Curva por aquí, y curva por allá, y la rectitud solo queda para quien no puede o no quiere darle ese gusto a la gente cuadrada.

Porque la solución para enfrentar a tales sujetos pasa primero que todo por detectarles y, en lo posible, desenmascararles. Es cierto que tal vez no consigamos con ello lo que pretendíamos, o nos cueste un poco más de trabajo lograr nuestro propósito. Pero es mejor casi que hagamos un sacrificio de nuestro tiempo o de nuestros recursos, que darles el gusto y ceder ante la soberbia tiránica, generalmente oportunista, de la gente cuadrada.

 

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