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La Guagua: “Regalitos” para el educador

Hay regalos, pero últimamente están apareciendo “regalitos” para maestros, profesores, tutores, oponentes y miembros de tribunales académicos

Sobre ese fenómeno, Gretel Díaz Montalvo comenta:

Eso es algo que ya existe como norma y se está saliendo de dimensiones «normales». Sé incluso de lugares donde los maestros piden como si debiera ser así y no surgir del libre albedrío o el simple agradecimiento por cumplir su trabajo. Tiene tela el tema.

El tema es considerado polémico por José Luis Martínez Alejo, quien aclara:

Pero no todos los educadores piden regalitos. Estoy ahora mismo en la actividad de homenaje a las maestras de mi nieto Arielito, en la escuela Mártires del Moncada, en Ciro Redondo, Ciego Ávila, en cuya aula los padres o abuelos, por iniciativa propia, crearon una valija con múltiples productos e hicieron regalos de forma independiente a las maestras de preescolar. Cada quien regala de acuerdo a sus posibilidades, en agradecimiento a la dedicación de quienes dedican gran parte del tiempo de vida de los estudiantes en su educación. Seguiremos opinando sobre el tema.

En un segundo CD, José Luis Martínez Alejo agrega:

Por supuesto colegas, la educación primaria es más noble. Después se empieza a enredar la madeja con los buffet para la discusión de la tesis, principalmente en la universidad. Dejo una reserva para cuando empiece el debate, por lo pronto es un adelanto para «calentar» el tema.

 

En este viaje, el “chofer” de la Guagua, es decir, su redactor, deja ahora el timón al lector Arturo Manuel Arias Sánchez, quien escribió en la presentación de la sección, un Comentario Digital (CD) que reproducimos íntegramente, y se refiere a la entrega de regalos a maestros, profesores, tutores, oponentes y miembros de los tribunales académicos por los alumnos, o graduandos o diplomantes, sin distinción de rango ni de títulos conquistados.

Arturo Manuel dice:

¡No todo lo lícito es honesto!

Así sentenciaba el aforismo latino contra las malas prácticas consuetudinarias de la época.

A la costumbre, como fuente de Derecho, se agarraban los romanos esclavistas, como los curujeyes a las ceibas de nuestros montes, en tan diversas circunstancias sociales como que ofrecían hecatombes (¡matanzas de cien toros!) a Júpiter, agradeciéndole las ansiadas lluvias; o ingerían los novios una torta de harina de trigo, sentados sobre una curtida piel de vaca, en ocasión de constituir determinado régimen económico matrimonial, o las oblaciones destinadas por el padre a la curia rural para legitimar a sus hijos bastardos.

En nuestro entorno escolar y universitario la costumbre, o mejor, la mala costumbre, de año en año, con la jornada del Educador y el fin de curso, se abre paso desenfrenado como el incendio de un cañaveral cuyas trochas de contención poco pueden hacer para sofocarlo: me refiero a la entrega de regalos a maestros, profesores, tutores, oponentes y miembros de los tribunales académicos por los alumnos, o graduandos o diplomantes, sin distinción de rangos ni de títulos conquistados.

¡Y ni qué decir de las suculentas meriendas distribuidas, no solo a los actores del ejercicio docente sino, también, a los espectadores eventuales!

Supongo que lo acaecido es atávica expresión de los niveles escolares precedentes, donde estas prácticas pomposas y baladíes, y de uno a otro, lamentablemente, son comunes año tras año, pero, ahora, exaltadas a un plano superior.

Cierto es que la voluntad, otra categoría jurídica, del obsequioso o donante, manifestada en el acto mismo de la entrega, aparentemente conjugado su deseo íntimo con su concreción externa, es prueba irrefutable de aquella, pero… ¿quién sabe sobre su quebranto monetario, o de los suyos, en tiempos difíciles, para consumarlo, amén del costo ético para los centros docentes?

Del otro lado, los agraciados con los bienes suntuarios pretenden asumir una postura de ingenua sorpresa en el instante mismo del ofrecimiento, reprochando, débilmente, el generoso gesto.

Pero esto no es todo: lo peor son los testigos circunstanciales de los hechos, quienes suelen interpretar lo sucedido con un doble rasero moral cuyo asentimiento vitupera el prestigio de escuelas y centros de estudios.

El Derecho cubano desconoce la costumbre como fuente, solo obedece a la ley.

Es preciso entonces, regular con rigor para eliminar, por lo menos públicamente, estas prácticas que, si bien no son ilícitas, tampoco son enaltecedoras de la espiritualidad del magisterio cubano de nuestros días.

Más vale regalar y aceptar flores en la ocasión, sucedidas de un efusivo apretón de manos o abrazo, recogidos para la posteridad por las cámaras digitales.

¡Que la virtud escolar se funda a la lealtad acrisolada del escudo municipal espirituano!

Ilustración: Alfredo Martirena Hernández.

Resumiendo: En aras de evitar los daños éticos, si no es posible interrumpir “los regalitos” con apelaciones a los sentimientos, hay que regular con rigor para evitar prácticas que no son enaltecedoras del magisterio cubano.

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