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La Polémica: Bolt, Messi y Phelps ¿los tres hitos deportivos del siglo XXI?

En apenas 18 años de la actual centuria son innumerables los nombres que han calado la historia y a la afición por sus resultados deportivos y la construcción mediática que se ha levantado sobre sus carreras. Entre el hombre más rápido sobre la tierra, el jamaicano Usain Bolt; el tritón más poderoso a nivel mundial y olímpico, el estadounidense Michael Phelps; y el talento hecho magia en el futbolista argentino Lionel Messi, puede usted elegir cuál de ellos considera el hito deportivo más grande. Escríbanos.

• Phelps, arquitecto de imposibles

• Messi, astro con luz propia

• Usain, la flecha Bolt


Phelps, arquitecto de imposibles

Por: Daniel Martínez Rodríguez

Fustigado por la polémica y mi admiración hacia quienes desafían con éxito los elementos de la naturaleza, sostengo una tesis que seguramente desatará una oportuna y sana querella.

En el todavía joven siglo XXI, cuando los medios de comunicación construyen e impulsan la carrera de talentosos atletas, el nadador estadounidense Michael Phelps no precisó de mucha armazón mediática para seducir a la inmortalidad deportiva.

Dueño de 23 medallas de oro olímpicas (más cinco de otros colores) ejerció un dominio casi absoluto sobre sus rivales. Muchos de ellos perfeccionistas y muy versátiles en el arte de desplazarse por el agua sin más ayuda que un gorro, un par de gafas y el constante movimiento de brazos y piernas.

Verlo en acción hacía creer que no podía vivir sin percutir dentro de una alberca. Su cuerpo estilizado y compacto era una confiable armadura que retaba gestas increíbles. Sus palancas con el tren superior e inferior tenían una coordinación tan especial, que sus contrarios se hundían anímicamente en medio de la batalla.

Único por ritmo y fuerza, Phelps acumulaba en su arsenal un carburante emocional que inflamaba el apetito por dejar una estampa indestructible de su estancia en la tierra. Esa combinación física y mental derivó en un fenómeno que cinceló una trayectoria casi insuperable.

El guion competitivo de la natación enseña históricamente que la divergencia entre los contendientes de nivel suele ser minúscula en materia de tiempos y conquistas. Con el norteamericano ese molde se quebró.

Si lo duda le recuerdo que existen 91 naciones con menos de 28 preseas olímpicas, el número de laureles logrados por él a lo largo de 16 años (sus botines iniciales llegaron en los Juegos de Atenas 2004, aunque debutó en Sídney 2000 sin ascender al podio).

La perfección deportiva definitivamente no existe, sin embargo, nuestro personaje la rozó nadando en el intrincado y peligroso laberinto competitivo moderno, en el cual la prensa no solo es capaz de edificar mitos, sino también de manipular inteligencias.

Con sus brazadas el norteño hipnotizó a los espectadores, apabulló a los adversarios y estableció la opinión para muchos de que es el mejor deportista del siglo XXI.

Entre ese puñado de partidarios se encuentra este servidor, quien aclara que su voto se aferra al legado deportivo rubricado, no por el respeto que tributa hacia quienes dominan las aguas mediante el nado, ni porque la implacable maquinaria de comunicación actual minara su perspicacia.


Messi, astro con luz propia

Por Jorge Luis Coll Untoria, estudiante de Periodismo

El desarrollo de los medios de comunicación en el siglo XXI ha creado una manera diferente de ver la vida y el deporte no escapa de estas nuevas visiones e influencias. Muchas veces nos preguntamos si la fama o los premios alcanzados por un jugador son merecidos por lo hecho en la duela o son secuelas de la construcción mediática existente alrededor de su figura.

Seguramente algunos consideran que el futbolista del Barcelona, Lionel Messi, lleva parte y parte en esta cuestión. Ser uno de los dos mejores del mundo no se logra solo gracias a lo que los medios puedan crear, pues sus títulos y la manera única de jugar y entender el fútbol han hecho del argentino un ícono.

Para muchos ha recibido premios que otros merecían por encima de él, pero hasta el 3 de diciembre de este año —cuando Luka Modric conquistó el Balón de Oro— nadie podía mirar fuera del universo Cristiano-Messi, obviando las buenas temporadas de jugadores como Andrés Iniesta, Xavi Hernández, Wesley Sneijder y Frank Ribéry.

Quizás en los últimos años la persecución de la que ha sido víctima por parte de diarios y canales de televisión influyó de modo negativo en su carrera, pues fuera de la prensa de la ciudad condal, es juzgado duramente por sus actuaciones con la selección nacional. Se ha creado un patrón: “Messi que desaparece en los llamados partidos calientes”, y si bien en varias ocasiones su desempeño dejó mucho que desear, siempre no ha resultado así, pero importa bien poco que otros lleven más culpa.

A la hora del juicio, la sentencia de “pecho frío” cae como cadena perpetua y se olvidan los goles en finales de Champions o la forma en que llevó a su equipo al Mundial del 2018, ni tampoco que sin sus anotaciones en 2014 tal vez Argentina hubiera quedado fuera en la fase de grupos. Eso, dicen, son partidos intrascendentes. Los medios establecen que tratándose del mejor jugador del orbe el desenlace no puede ser distinto al triunfo.

El más universal de los deportes es extraño, lo que cuenta para unos casos es insuficiente en otros, aunque lo cierto es que en este siglo no hay quien se mantenga en un nivel ni siquiera parecido al de Lionel Messi y Cristiano Ronaldo.

El sudamericano, tras ganarlo casi todo y jugar al fútbol como nadie, es capaz de hacer goles y también brindarlos. No es perfecto, sobre todo con Argentina, sin embargo su trayectoria, construcción mediática aparte, alcanza para ser considerado como uno de los hitos deportivos del siglo XXI.


Usain, la flecha Bolt

Por Joel García

El deporte rey ha tenido decenas de hombres y mujeres con tronos indiscutibles y más de una reverencia cuando se trata de récords y medallas. De Jamaica llegó corriendo, casi volando, el más grande de todos los reyes atléticos del siglo XXI. A su grandeza en la pista unió un carisma casi nunca visto. Y Usain Bolt se hizo mítico.

Fue el más joven en alcanzar un título mundial en la categoría junior (2002: 15 años, oro en 200 metros) y el primero entre los bisoños en bajar de 20 segundos en el doble hectómetro (19.93 en el 2004). Un padecimiento de escoliosis amenazó con poner freno a sus sueños, pero peleó, entrenó, hizo caso a los entrenadores y médicos, y regresó a la conquista de su universo con la sonrisa y los sueños de un verdadero aspirante a soberano.

Tras dos segundos lugares en el mundial de Osaka 2007, los Juegos Olímpicos de Beijing 2008 consagraron su figura con trío de títulos y récords. La capital alemana se inclinó a sus pies en la justa del orbe del 2009 al bajar sus propias marcas a límites increíbles para un ser humano: 9.58 segundos (100 m) y 19.19 segundos (200 m). Y lo más emocionante es que lo consiguió ante la vista de todos sin un esfuerzo supremo. Flotaba sobre la pista y al pasar la meta flechaba con sus manos al público delirante que lo subía a la cúspide, a la gloria.

Luego vendría la cita olímpica de Londres 2012 y Río de Janeiro 2016, y las justas universales de Daegu 2011, Moscú 2013 y Beijing 2015. Solo una traición de los nervios en la arrancada de la cita sudcoreana y el dopaje posterior de Nesta Carter en el relevo 4×100 de la justa olímpica china rompieron la perfección de Bolt en las tres pruebas de velocidad que competía. No obstante, 11 doradas mundiales y ocho olímpicas es un botín que ningún otro representante del campo y pista guarda en casa.

Bolt era más que una saeta corriendo de verde y amarillo. El día que impuso su última marca en el hectómetro, corrió los 10 metros más rápidos en ¡0.81 segundos!, es decir, a unos 44,51 km/hora, velocidad cercana a la de un caballo al galope. Su zancada de 2,47 metros era 20 centímetros más que la mayor parte de sus rivales. Mientras otros necesitaban 44 apurados pasos para cubrir esa distancia, él lo hacía en 40.

Sin embargo, los números revelan solo una parte de este reinado. La otra quedó reservada para su alegría contagiosa, el amor a su terruño natal, el respeto siempre a sus contrarios y la limpieza total en medio de cientos de controles doping. Su adiós oficial hace par de años no dejó de ser noticia, pues pasó al fútbol sin intención de ser Maradona o Pelé. Solo le movía el disfrute de ser uno más, aunque todos sepamos que los reyes no lo son ni se jubilan. Y menos él.

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