Hace medio siglo, en un mundo fracturado por la Guerra Fría, dos naciones separadas por un océano firmaron un acta que cambiaría el destino de sus pueblos. El 15 de noviembre de 1975, apenas cuatro días después de la proclamación oficial de su independencia, Angola y Cuba establecieron relaciones diplomáticas.

No fue un mero trámite protocolar; fue el acta de nacimiento de una fuerte alianza, forjada en el campo de batalla y cimentada en una visión compartida de soberanía y solidaridad.
Angola, recién salida de la dominación portuguesa, se enfrentaba a una guerra civil y la invasión de fuerzas extranjeras que pretendían descarrilar su independencia. Fue en este momento crítico cuando Cuba, respondiendo a una petición del Movimiento Popular de Liberación de Angola (MPLA), tomó una decisión que sorprendió al mundo: el envío de tropas internacionalistas.
La Operación Carlota, nombre en clave de la misión militar cubana, comenzó el 5 de noviembre, pero el establecimiento formal de relaciones dotó de marco jurídico y político a una hermandad que ya se escribía con sangre en los frentes de combate.
Este vínculo nació de un principio que La Habana siempre defendió: el patriotismo y el internacionalismo. Para el Comandante en Jefe Fidel Castro, Cuba no estaba solo prestando ayuda; sino cumpliendo con un deber elemental de solidaridad.
Él mismo lo expresaría años después: “Creía el enemigo imperialista que ocultaríamos las bajas en Angola, la misión más prolongada y compleja que cumplió 14 años, como si fuera una deshonra o una mancha para la Revolución. Soñaron durante mucho tiempo que fuera inútil la sangre derramada, como si pudiera morir en vano quien muere por una causa justa. Mas si solo la victoria fuese el vulgar rasero para medir el valor del sacrificio de los hombres en sus justas luchas, ellos regresaron además con la victoria”.
Del lado angolano, la gratitud y el reconocimiento se transformaron en la base de una lealtad inquebrantable. Agostinho Neto, el primer presidente de Angola, percibió desde el inicio el carácter excepcional del gesto cubano.
Para Agostinho Neto, los angolanos no estaban simplemente agradecidos con los cubanos; sino unidos por una causa común: “Ellos lucharon por Angola como si fuera su propia tierra”. Esta idea de una “causa común” —la lucha contra el apartheid, el colonialismo y el imperialismo— fue lo que cimentó la relación de ambos Gobiernos.
En palabras del General de Ejército Raúl Castro Ruz, “Angola es una página brillante, limpia, honrosa, transparente, en la historia de la solidaridad entre los pueblos, en la historia del internacionalismo, en la historia de la contribución de los cubanos a la causa de la libertad y del mejoramiento humano. Angola es también, por todo ello, un jalón en la propia historia de Cuba”.
La posguerra no enfrió la relación; la transformó. Miles de colaboradores civiles cubanos, principalmente médicos y maestros, llegaron a Angola para ayudar a reconstruir un país devastado. La salud y la educación se convirtieron en los nuevos frentes de una solidaridad que ya no necesitaba de fusiles.
Hoy, a 50 años de aquella firma, la relación cubano-angolana perdura como un legado. Es estudiada como un ejemplo de diplomacia Sur-Sur. Es la historia de una nación caribeña que proyectó su apoyo a África no por ambición territorial, sino por convicción, y de una nación africana que encontró en ese apoyo desinteresado la llave para asegurar su soberanía. Cinco décadas después, el vínculo sigue vivo, demostrando que las alianzas forjadas en la adversidad compartida son las que perduran.


(27 puntos, 6 votos)