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Hermanos de historia y sangre

Hace medio siglo, en un mundo fracturado por la Guerra Fría, dos naciones separadas por un océano firmaron un acta que cambiaría el destino de sus pueblos. El 15 de no­viembre de 1975, apenas cuatro días después de la proclamación oficial de su independencia, Angola y Cuba establecieron relaciones diplomáti­cas.

Fidel Castro junto al Presidente Agostinho Neto en su primera visita a Angola, 24 de marzo de 1977. Foto: Sitio Fidel Soldado de las Ideas

No fue un mero trámite protoco­lar; fue el acta de nacimiento de una fuerte alianza, forjada en el campo de batalla y cimentada en una vi­sión compartida de soberanía y so­lidaridad.

Angola, recién salida de la do­minación portuguesa, se enfrenta­ba a una guerra civil y la invasión de fuerzas extranjeras que preten­dían descarrilar su independencia. Fue en este momento crítico cuando Cuba, respondiendo a una petición del Movimiento Popular de Liberación de Angola (MPLA), tomó una de­cisión que sorprendió al mundo: el envío de tropas internacionalistas.

La Operación Carlota, nombre en clave de la misión militar cuba­na, comenzó el 5 de noviembre, pero el establecimiento formal de relaciones dotó de marco jurídico y político a una hermandad que ya se escribía con sangre en los frentes de combate.

Este vínculo nació de un prin­cipio que La Habana siempre de­fendió: el patriotismo y el interna­cionalismo. Para el Comandante en Jefe Fidel Castro, Cuba no estaba solo prestando ayuda; sino cum­pliendo con un deber elemental de solidaridad.

Él mismo lo expresaría años después: “Creía el enemigo impe­rialista que ocultaríamos las bajas en Angola, la misión más prolonga­da y compleja que cumplió 14 años, como si fuera una deshonra o una mancha para la Revolución. Soña­ron durante mucho tiempo que fue­ra inútil la sangre derramada, como si pudiera morir en vano quien mue­re por una causa justa. Mas si solo la victoria fuese el vulgar rasero para medir el valor del sacrificio de los hombres en sus justas luchas, ellos regresaron además con la victoria”.

Del lado angolano, la gratitud y el reconocimiento se transformaron en la base de una lealtad inquebran­table. Agostinho Neto, el primer presidente de Angola, percibió des­de el inicio el carácter excepcional del gesto cubano.

Para Agostinho Neto, los an­golanos no estaban simplemente agradecidos con los cubanos; sino unidos por una causa común: “Ellos lucharon por Angola como si fuera su propia tierra”. Esta idea de una “causa común” —la lucha contra el apartheid, el colonialismo y el im­perialismo— fue lo que cimentó la relación de ambos Gobiernos.

En palabras del General de Ejér­cito Raúl Castro Ruz, “Angola es una página brillante, limpia, hon­rosa, transparente, en la historia de la solidaridad entre los pueblos, en la historia del internacionalismo, en la historia de la contribución de los cubanos a la causa de la libertad y del mejoramiento humano. Angola es también, por todo ello, un jalón en la propia historia de Cuba”.

La posguerra no enfrió la rela­ción; la transformó. Miles de colabo­radores civiles cubanos, principal­mente médicos y maestros, llegaron a Angola para ayudar a reconstruir un país devastado. La salud y la edu­cación se convirtieron en los nuevos frentes de una solidaridad que ya no necesitaba de fusiles.

Hoy, a 50 años de aquella firma, la relación cubano-angolana per­dura como un legado. Es estudia­da como un ejemplo de diplomacia Sur-Sur. Es la historia de una na­ción caribeña que proyectó su apoyo a África no por ambición territorial, sino por convicción, y de una nación africana que encontró en ese apo­yo desinteresado la llave para ase­gurar su soberanía. Cinco décadas después, el vínculo sigue vivo, de­mostrando que las alianzas forjadas en la adversidad compartida son las que perduran.

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