Primer Lugar del XVIII Concurso Cuba Deportiva: El Día de Reyes

Primer Lugar del XVIII Concurso Cuba Deportiva: El Día de Reyes

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Todo comenzó un Día de Reyes. Mi amor por el deporte está aso­ciado indisolublemente al 6 de enero. Lo esperaba con ansias, acopiaba abundante yerba, tam­bién agua, a sabiendas que los Reyes Magos viajaban desde el Lejano Oriente. En mi tierna e inocente edad pensaba que lle­garían a mi casa con sus came­llos hambrientos y sedientos.

Todo lo acomodaba deba­jo de mi cama, acompañado de una breve cartica, con una sola petición: que me trajeran una bi­cicleta. Lo primero que hacía al levantarme era mirar debajo de la cama encontrándome tamaña decepción, así fue por espacio de tres años consecutivos, siempre un mismo regalo: un bate de ma­dera y una pelota de goma.

Mi padre amante del béis­bol anhelaba esperanzado que pudiera inclinarme hacia ese deporte y que llegara a ser un pelotero famoso. Realmente existía una causa mayor que impedía que se pudiera mate­rializar mi ambicionado deseo: a mi hogar solo entraba el mo­desto salario de 212 pesos de mi progenitor y con ello era prác­ticamente imposible adquirir la bicicleta.

Así que un poco obligado por las circunstancias, nació mi temprano amor por el béisbol, día por día “mataperreaba” en el barrio divirtiéndome de lo lindo con la pelota de “mani­gua”, pasión que me acompaña hasta el día de hoy.

Mi posición favorita era el jardín central, algo lógico sien­do mi ídolo el pelotero Fermín Laffita, a quien llegue a cono­cer personalmente e iba a ver con regularidad en sus entre­namientos en los terrenos del Complejo Deportivo holguine­ro Jesús Feliú Leyva.

En ese mismo escenario, hay un hecho relevante, de lo cual se enorgullecería mi pa­dre: no llegaría a alcanzar las Grandes Ligas, pero había sido seleccionado para integrar el equipo holguinero que partici­paría en las competencias mu­nicipales de béisbol, en la cate­goría de 14 años.

Nunca podré olvidarme de aquella fría y resplandeciente mañana de diciembre de 1971. Es una fecha significativa en mi humilde biografía deportiva. Se discutía la final del Campeonato entre el equipo holguinero que yo integraba y el fuerte conjunto del municipio San Germán.

Antes de comenzar el juego que hoy evoco, nuestro entonces mánager y entrenador Larry Pi­canes, nos reunió para darnos las últimas orientaciones. Se ca­racterizaba por su magra y ex­trema delgadez, pero le sabía un mundo al béisbol y le encantaba trabajar con niños y adolescen­tes. Para mí fue una enorme sa­tisfacción saber que en las gra­das, entre los espectadores, se encontraba mi padre.

Comenzó el juego y estuvo tenso hasta el mismo noveno in­ning. Ninguno de los dos equipos había logrado anotar. Nosotros cerrábamos el inning, con Al­fredito “El Lince” que se había ganado la base por bolas y des­pués haciendo gala de su apodo, con dos out se había robado la segunda almohadilla.

Me tocaba batear, toda­vía hoy para mí es un miste­rio por qué nuestro entrenador se arriesgó en dejarme batear, pues no me caracterizaba pre­cisamente ser un buen batea­dor. Con un strike y dos bo­las a mi favor logré impactar la esférica fuerte recta por el centro, de lo que salió una im­parable línea que logró aden­trarse a lo profundo del jar­dín izquierdo. Alfredito “El Lince” anotaba la carrera que a la postre nos daría la victo­ria. En mi corrido, miré hacía las gradas y mi padre, no muy dado a exteriorizar sus emo­ciones, daba saltos de alegría y gritaba: “Ese es mi hijo”.“Ese es mi hijo”…

Hace ya más de medio siglo y próximo a arribar a mis 67 años lo recuerdo emocionado y a pesar del tiempo transcurri­do se me humedecen los ojos y se me aprieta el pecho y agra­dezco a mi querido y añorado padre que ese solo momento bien valió la pena, el conti­nuado regalo de un bate y una pelota en el Día de Reyes.

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