El grabado, como una de las expresiones más sofisticadas y sutiles de las artes visuales, ha tenido un desarrollo notable en Cuba a lo largo de su historia, marcando pautas significativas no solo en el ámbito artístico, sino también en la formación de numerosas generaciones de artistas. Desde su llegada a la isla, esta manifestación artística ha enfrentado incomprensiones que la relegaron a un segundo plano frente a otras disciplinas, como la pintura y la escultura. No obstante, su evolución y la consolidación de sus exponentes han dado como resultado un legado trascendental.

Recientemente, bajo los auspicios de la Asociación de Artistas Plásticos de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), se desarrolló el I Concurso Nacional de Gráfica Expandida, donde se reunieron varias generaciones de artistas, en tanto constituyó momento para la renovación de técnicas y el fortalecimiento de proyectos creativos; contexto en el que asimismo se reflexionó en torno al quehacer nacional de un género de las artes visuales en el que han dejado su impronta destacados artífices cubanos.
Sin embargo, a través de las escazas valoraciones críticas publicadas en los medios sobre este evento, hubo pocas —o nulas— referencias de figuras claves en la historia del grabado en Cuba, cuestión que desfavorece el conocimiento del público sobre el desarrollo de esta expresión de las artes visuales en nuestro país, cuyos exiguos logros en su devenir pudiera parecer que se han obtenido “por arte de magia”. En tal sentido, prácticamente se han olvidado nombres fundamentales, dejándose entrever que los valores obtenidos corresponden a un reducido grupo de figuras mencionadas o cuyas obras integraron algunas muestras del I Concurso Nacional de Gráfica Expandida, como Crónica grabada, una antología de premiados en los Encuentros Nacionales de Grabado.
El proyecto auspiciado por la Uneac perdió la posibilidad de convocar a algunos de los pilares del desarrollo del grabado en Cuba que aún están vivos y permanecen en nuestro país, pues algunos ya partieron de este mundo y otros se radicaron en diferentes regiones del mundo. Tal reconocimiento, estimulado por el testimonio individual, hubiese enriquecido mucho esta cita pensada como un homenaje y acto de recuperación de la memoria del grabado cubano.
Inicios y contexto histórico
El grabado en Cuba comienza a tomar forma en el siglo XVIII con estampas de santos, escudos, viñetas y piezas de historia natural. En el siglo XIX esta técnica se enriquece con estampas costumbristas, ingenios azucareros y álbumes para viajeros, etapa en la que se comienza a utilizar el fotograbado, a la vez que se nutre de las experiencias y corrientes artísticas provenientes de Europa y América Latina. Las primeras manifestaciones se presentan principalmente a través de la xilografía y el aguafuerte, utilizadas para ilustrar libros y periódicos de la época.
Sin embargo, fue en el siglo XX donde se produce un verdadero auge de esta expresión gráfica, propiciado por el surgimiento de movimientos de vanguardia y la fundación de talleres especializados. Durante la primera mitad del pasado siglo el grabado experimentó en Cuba un floreciente período en el que predominaron las representaciones figurativas, los temas épicos, los paisajes, interiores y exteriores y retratos, muchas de estas obras idealizaban al campesino y a la mujer. Junto al diseño, la improvisación formal y conceptual, se desarrollaron recursos creativos que permitieron convertir esta técnica en arte.
Un antecedente importantísimo en la evolución del grabado a mediados de la anterior centuria fue la creación de la Asociación de grabadores de Cuba, fundada en 1949 por Carmelo González e integrada por artistas como Armando Posse, Ana Rosa Gutiérrez, Jorge Rigol y otros. Está asociación tuvo filial en Santiago de Cuba en 1953 con Ferrer Cabello al frente. En 1968 se disolvió ya que luego de instituirse la Asociación de Artes Plásticas de la Uneac, ambas tenían similares funciones dentro del grabado.

Tras el triunfo de la Revolución Cubana en 1959 se produjo un punto de inflexión en el desarrollo de las artes visuales en Cuba. La nueva política cultural promovió el acceso a la educación artística y la creación de instituciones dedicadas a la enseñanza del grabado. Entre estos espacios —donde trabajaron técnicos de la Litografíca de La Habana que transmitieron sus conocimientos a los impresores— se destaca el Taller Experimental de Gráfica de La Habana (TEGH), fundado el 30 de julio de 1962 por el pintor y muralista Orlando Suárez, quien había sido director del Sectorial Provincial de Cultura, y fue alumno del pintor mexicano David Alfaro Siqueiros.
En esa época sobresale José Luis Posada, conocido como El Gallego Posada, quien se convirtió en un referente de la litografía y los metales experimentales partiendo de los rotograbados que se hacían para la prensa de entonces. Otro respetado artista que allí dejó su impronta fue José Contino, quien en el año 1962 pasó el curso de técnica litográfica con Israel de la Hoya en el TEGH y unos años más tarde se especializó en grabado en los Talleres Centrales de Berlín, Alemania. Posteriormente dirigió el prolífico centro habanero de experimentación y forja de varias generaciones de grabadores en Cuba.
Entre los maestros más destacados del grabado en Cuba se encuentran Luis Miguel Valdés, reconocido por su dominio de la aguatinta y su capacidad para explorar cuestiones sociopolíticas a través de su obra; Miguel Angel Botalín Pampín (Botalín), quien se destacó por su enfoque experimental y su innovación en el uso de materiales y procesos creativos; además de Pepe Contino, conocido por sus grabados que exploran el color y la textura, amén de haber sido un pilar en la enseñanza del grabado contemporáneo. Asimismo, vale mencionar el paso de Rafael Zarza, quien desde 1966 se vinculó al TEGH donde incursionó en diferentes técnicas, aunque es la litografía la que más espacio ocupa en su obra.

Otras connotadas figuras que merecen ser mencionadas son Carmelo González, cuya obra reflexiona sobre la identidad cubana, fusionando elementos de la cultura popular con técnicas tradicionales de grabado; Armando Posse, xilógrafo EGH, quien sobresalió por sus creaciones que reflejan un profundo conocimiento técnico y una visión estética singular que ha influido a muchos artistas; amén de Aldo Menéndez, fundador y director del Taller de Serigrafía René Portocarrero, creador, que integró la serigrafía con el grabado, aportando nuevas dimensiones a la práctica artística; además de Lesbia Vent Dumois, cuyo papel dentro del grabado de la década del 60 fue trascendental.

Justo es mencionar también las huellas dejadas en ese centro por José R. Lázaro Bencomo, conocido como José Delarra, quien realizó prácticas artísticas como copista en el Museo del Prado de Madrid y luego del triunfo de la Revolución dirigió la Academia San Alejandro, a la vez que estuvo en la nómina de fundadores del TEGH a través del cual presentó exposiciones de litografías con variadas temáticas.
Otros nombres, como Antonia Eiriz, Luis Cabrera, Agustín Rolando Rojas, Pablo Borges y Luis Lara Calaña, contribuyeron a consolidar el grabado como una de las disciplinas artísticas más importantes en Cuba, tanto por su producción como por su labor pedagógica.
La década de los 90: Renacimiento del grabado
En la década de 1990, el grabado cubano experimentó un renacer explosivo, caracterizado por una nueva generación de artistas que exploraron y redimensionaron esta técnica. Autores como Agustín Bejarano, quien ha sido reconocido en múltiples salones nacionales y su labor no solo abarca la creación de obras visualmente impactantes, sino que también establece un diálogo profundo con el contexto cultural y social en el que se inserta. Su estilo, caracterizado por la utilización de múltiples planchas, fue precursor del grabado monumental, técnica que posteriormente adoptaron y reinterpretaron varios artistas contemporáneos, como es el caso de Belkis Ayón; esta última famosa por su trabajo reflexivo sobre la cultura afrocubana.
Durante los años 90, época de limitaciones de todo tipo que deprimieron diferentes sectores de la economía y los servicios, incluyendo la cultura y, dentro de esta las artes plásticas, debido al derrumbe del campo socialista en Europa, el TEGH mantuvo su vitalidad gracias a las numerosas iniciativas puestas en práctica por su entonces director José Omar Torres, quien lo dirigió entre 1991 y 2002, y donde, luego de graduarse en la Escuela Nacional de arte con 19 años de edad, consolidó sus conocimientos de la mano de su experimentado profesor Luis Miguel Valdés.

Bajo la conducción de Torres ese espacio se convirtió en un lugar de encuentro de trovadores, poetas y público ávido de esperanzas ante la compleja situación existente en el país; en tanto allí convergían, además, figuras de la talla de José Luis Posada, Sosabravo, José Contino, Frémez, Nelson Domínguez, Roger Aguilar, Zaida del Río y Arturo Cuenca, Díana Balboa, Ana Rosa Gutiérrez, y otros que iban incorporándose en la medida que se graduaban.

Igualmente vale mencionar a Ibrahím Miranda, cuyas obras abordan problemáticas sociales y políticas; Sandra Ramos y Abel Barroso, quienes asimismo contribuyeron a posicionar el grabado en un plano de igualdad con otras formas de expresión artística.

Este periodo de efervescencia artística se caracterizó por un enfoque multidisciplinario, donde el grabado no solo se limitaba a la técnica, sino que se convirtió en un medio para contar historias y explorar identidades. La influencia de estas nuevas corrientes permitió que el grabado interpelara al espectador de maneras inesperadas, generando diálogos significativos en torno a la realidad cubana.
Memorable, por esos años, fue la exposición de grabados de Belkis Ayón, Choco, Ibrahim Miranda y José Omar en el Kennedy Center, un proyecto organizado por el Brandywine workshop, de Filadelfia, y que incluyó una residencia artística para este grupo de jóvenes creadores.

Críticas y desdén a la práctica del grabado
A pesar de la rica tradición y la evolución del grabado en Cuba, este ha enfrentado desdén y malentendidos a lo largo de su historia. En muchas ocasiones, se ha considerado inferior a otras disciplinas, como la pintura o la escultura, relegándolo a un espacio secundario en el panorama artístico nacional. Esta percepción ha sido alentada por un sector de la crítica que no ha logrado apreciar la complejidad técnica y conceptual que demanda el grabado.
Las incomprensiones hacia el grabado tal vez pueden estar fundamentadas, además, en la falta de familiaridad del público con sus técnicas y procesos, así como en una tendencia a valorar más lo pictórico que lo gráfico. Sin embargo, es fundamental reconocer que este ejercicio artístico permite la multiplicación de obras y la democratización del acceso al arte, ya que consiente imprimir múltiples copias de una misma imagen, lo que contrasta con la unicidad de la pintura.
Estado actual del grabado en cuba
Hoy en día, el grabado en Cuba sigue siendo un campo vibrante y en constante evolución. Los Talleres de Gráfica, como el TEGH y otros espacios emergentes, continúan formando a nuevos talentos, ofreciendo un entorno propicio para la experimentación y el desarrollo de propuestas innovadoras. La incorporación de nuevas tecnologías y la fusión con otras disciplinas artísticas han permitido que esta disciplina se enriquezca y se adapte a los tiempos contemporáneos.
El estado actual del grabado está marcado por un dinamismo que refleja la realidad social y cultural de Cuba. Los exponentes actuales no solo buscan rescatar técnicas tradicionales, sino que también exploran nuevas narrativas y estéticas que dialogan con el contexto internacional. La participación en ferias y exposiciones fuera de la isla ha permitido que el grabado cubano gane reconocimiento a nivel global, lo que a su vez ha estimulado un intercambio enriquecedor con artistas de otras latitudes.
Influencia de maestros en las nuevas generaciones
El legado de maestros como Luis Miguel Valdés, Contino, José Gómez Fresquet, conocido como Frémez, Agustín Bejarano, Nelson Domínguez, Ángel Alfaro, Raúl Alfaro, Umberto Peña, Alfredo Sosabravo, Eduardo Roca Salazar (Choco), Belkys Ayón, Omar Torres y Ángel Ramírez, entre otros, continúa influyendo en la formación de nuevos artistas. Estos artífices no solo compartieron su técnica, sino que también fomentaron un espíritu crítico y reflexivo en sus estudiantes, impulsándolos a explorar temas que trascienden la mera estética.

Es imperativo mencionar que la enseñanza de esta especialidad en las escuelas de arte ha evolucionado, promoviendo un enfoque integral que une teoría y práctica, permitiendo que los estudiantes no solo aprendan a dominar las técnicas, sino que también desarrollen un discurso crítico sobre su propia producción y su contexto cultural.
El grabado en Cuba ha recorrido un largo camino desde sus inicios hasta convertirse en una de las expresiones artísticas más significativas de la cultura cubana. A pesar de las incomprensiones que ha enfrentado, su evolución ha estado marcada por la labor y el compromiso de varios exponentes que, a través de su obra y enseñanzas, han sentado las bases para el futuro de esta técnica. Su reconocimiento en la actualidad, sumado a la vigencia de sus grandes expertos y la aparición de nuevas voces, promete un horizonte vibrante y lleno de posibilidades.
Al mirar hacia adelante, es crucial seguir apoyando y valorizando esta disciplina, que no solo añade riqueza al patrimonio artístico de Cuba, sino que también constituye un medio poderoso de expresión y reflexión sobre la identidad, la cultura y la sociedad cubana. En tal sentido, el I Concurso Nacional de Gráfica Expandida, auspiciado por la Unec, fue una valiosa iniciativa.

