Jesús Menéndez, el hombre y su causa

Jesús Menéndez, el hombre y su causa

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Los contemporáneos de Jesús Menéndez han dejado testimonios de la forma de ser del General de las Cañas y el modo en que defendía a sus hermanos de clase.

 

 

La siguiente anécdota recoge la reacción de los trabajadores de Cabaiguán y Guayos, donde se concentraban los talleres que procesaban el tabaco en rama proveniente de las vegas circundantes, ante la desfachatez de los patronos que hacían lo posible por burlar el pago de las tarifas tabacaleras establecidas por la legislación vigente.

Jesús era entonces líder provincial, condición que alcanzó a los 27 años, y a las oficinas de la Federación que él dirigía llegó la noticia de que en la escogida de Cabaiguán no se estaba pagando la tarifa, por lo cual los obreros reclamaban su presencia debido a la actitud belicosa del encargado de los talleres y de los agentes represivos, que sumada a la tibieza de los dirigentes gremiales, auguraban una pelea por los derechos violados.

Menéndez se hizo acompañar de cuadros del Partido en Guayos y Cabaiguán y de un grupo de trabajadores y se presentó en el lugar del conflicto.

Encontró a agentes del orden apostados a los alrededores del centro de trabajo y al encargado parado en la puerta portando amenazadoramente un revólver.

Dentro se escuchaban a los hombres y mujeres que aguardaban la llegada de Jesús para parar el trabajo si no les pagaban la tarifa.

Al llegar Menéndez, el encargado se le encaró desafiante: “usted no puede entrar aquí si no es pasando por encima de mi cadáver. No quiero agitadores en este centro de trabajo”.

Jesús no se intimidó con las amenazas del individuo y le ripostó:

“No se agite, que usted no es guapo, ni mata a nadie. Yo soy dirigente de esos obreros que reclaman el cumplimiento de la ley. Su revólver no tiene balas suficientes para matarme y matar a los que vienen conmigo.”

Y echándolo a un lado entró con sus acompañantes en la escogida en medio de los aplausos de los trabajadores. Bajo su orientación se acordó paralizar las labores mientras no se les pagara lo dejado de percibir por el incumplimiento de la tarifa y se les asegurara que se les seguiría pagando de acuerdo con la norma.

Los obreros lograron que se cumpliera lo legislado.

 

Un hombre sencillo

Suelen recordarse a los grandes hombres de manera fría, con una enumeración de los cargos que desempeñó o de acciones que lideró y se dejan a un lado hechos cotidianos que retratan al ser humano.

Así lo narró un compañero que junto a su esposa vivían en un pequeño cuarto de las oficinas del partido en Calabazar de Sagua. Ellos tomaban los recados, distribuían los materiales y realizaban las labores que fueran necesarias.

En una ocasión, pasada la medianoche sintieron ruido en la habitación contigua al dormitorio y temerosos de que alguien se hubiese colado en la oficina para sustraer un documento o hacer daño al mobiliario, la pareja se levantó sigilosamente para atrapar al intruso.

Cuando miraron el motivo del ruido se asombraron. Sobre la mesa de madera en la cual se trabajaba y que tantas veces se utilizara por los que presidían las reuniones, había un hombre acostado, con los brazos encajados dentro de los muslos, acurrucado como un niño, y que usaba como almohada un maletín de cuero. Era Menéndez, entonces representante a la Cámara por el Partido Socialista Popular y secretario general de la Federación Nacional de Trabajadores Azucareros.

Con una sonrisa, les explicó después al matrimonio que había regresado tarde de una asamblea en el campo y no había querido molestar a nadie para que lo recibieran.

 

Mejoría de las condiciones de vida de los trabajadores

Menéndez no solo luchó por el mejoramiento de los salarios de los trabajadores sino además de sus condiciones de vida, de lo que fue ejemplo su lucha contra el hecho de que las viviendas de los bateyes eran viejos barracones donde se albergaban los esclavos en la época colonial.

 

 

Sobre ello dio su testimonio su compañero de luchas y amigo Gaspar Jorge García Galló, a quien Jesús le dijo cuando ambos andaban de recorrido por el batey de un ingenio villareño, al ver una vieja campana:

“Cada vez que la miro, es como si estuviera oyendo sus tañidos llamando a las dotaciones de esclavos. Pienso en el componte y en el bocabajo, en el mayoral y el contramayoral.”

Y con una sonrisa agregó:

“También pienso en que hubo cimarrones y palenques y hasta rebeldías colectivas. Y hubo una campana, la Campana de la Demajagua que convocó a la libertad. Pero ahora estas cosas me traen malas memorias. Tú sabes que mis bisabuelos fueron esclavos”.

Esta preocupación de Menéndez se convirtió en una intensa lucha por la higienización de los bateyes sobre lo cual logró una movilización nacional que incluyó a trabajadores de todos los sectores, a profesionales de la medicina a intelectuales y al pueblo. El resultado de esta campaña fue la formulación de un decreto que obligaba a las compañías azucareras a realizar obras de saneamiento de los bateyes.

Pero como muchas veces sucedía en aquella república burguesa, el decreto nunca se llegó a aplicar.

 

Invítame a un guarapo frío

Corría el año 1945 y en Placetas un compañero que laboraba en el central Fidencio como jefe de laboratorio se enteró de la presencia de Menéndez que cruzaba por el batey del ingenio rumbo a las colonias donde se celebraría una asamblea con los trabajadores agrícolas. Fue a saludarlo y le ofreció una comida a su regreso del campo. Jesús le contestó: “Mira chico, aquí no hay ni donde amarrar la chiva. Invítame mejor a un guarapo frío”.

Se había percatado de que el lugar tenía escasas posibilidades de organizar una comida y quiso evitar el compromiso de prepararla, más aún cuando el que invitaba no tenía casa en el batey donde no había siquiera una fonda.

Como a las seis de la tarde se apareció Jesús en el laboratorio, se instaló en la mesa de trabajo y comenzó el desfile de trabajadores del ingenio que por departamentos acudían saludar a su líder, en medio de una alegría general.

“Durante unas dos horas, recordó el testimoniante, Jesús conversó con los compañeros mientras paladeaba el frío guarapo que yo le servía. Fue un acto sencillo pero hermoso que demostraba como lo querían los trabajadores azucareros.”

 

Una raspa de arroz que supo a manjar

En una visita por los centrales de Yaguajay llegó Jesús con otro compañero a Mayajigua, donde estaba ubicado el central Nela. Llegaron por la mañana y orientó a los dirigentes que prepararan una asamblea para la noche.

De inmediato, recordó su acompañante, se dirigió al Estero Real, un pequeño muelle embarcadero de azúcar. Allí se reunió con los obreros del lugar para organizarlos. Al día siguiente cuando regresaron de Mayajigua después de celebrar la asamblea que él había orientado, antes de llegar a Caibarién había un tren descarrilado y se demoraron tanto que llegaron a la ciudad a las nueve de la noche.

Menéndez no se preocupaba mucho por comer cuando estaba realizando tareas importantes, señaló su contemporáneo, pero parece que ese día tenía hambre porque le dijo “Vamos a casa de Julián Sánchez (que era un respetado dirigente en el puerto de Caibarién) a ver si podemos comer algo.

Al llegar a la casa no estaba Julián sino su mujer y les dijo: “Aquí lo que queda es una raspa de arroz”

Y Jesús se comió aquella raspa como si fuera un manjar.

 

Boda en medio de la calle

Un interesante testimonio está referido a la boda de Jesús que cuando era representante decidió casarse con su novia Zoila Cervera, muchacha muy humilde y de familia pobre que habitaba en una casa de muy malas condiciones en la calle Zanja, en las afueras de Encrucijada.

Quien recordó el hecho, escribió: “A pesar de que a Jesús le ofrecieron varias casas de los compañeros para que celebrara en cualquiera de ellas su boda, no las aceptó y dijo que si no se podía casar en el interior de la casa de Zoila, lo haría en medio de la calle que, realmente no tenía pavimento y era una zanja, de ahí su nombre. Y así se hizo. La ceremonia matrimonial corrió a cargo del doctor Asencio, notario de Santa Clara.”

Vale concluir con la caracterización que de Menéndez hizo Fabio Grobart quien compartió con él luchas e ideales:

“Jesús era optimista por naturaleza, combativo y a la vez, sereno. Casi siempre le afloraba una sonrisa en los labios, era de buen humor, amable y cariñoso con los compañeros, amante de su esposa Zoila (que se suicidó después de su asesinato) y de sus pequeños hijos.”

Así era el General de las Cañas.

 

Acerca del autor

Graduada de Periodismo en 1974 y Master en Ciencias Políticas de
enfoque Sur, Al graduarse pasó a atender temas históricos e
ideológicos y viajó a varios de los antiguos países socialistas. Al
pasar al periódico Trabajadores, escribió para el Suplemento de
salud durante varios años y realizó la cobertura del segundo
contingente de la brigada médica en Guatemala. Posteriormente fue
jefa de la edición digital y subdirectora editorial hasta mayo de 2025
que se jubiló y se recontrató en la publicación. En el transcurso de
su ejercicio profesional Ha ganado premios en concursos
periodísticos y de humorismo.

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