¿Es la artesanía arte? La pregunta regresa una y otra vez, y acaso la respuesta más honesta sea admitir que puede serlo, en determinadas circunstancias. Es arte cuando una pieza alcanza niveles singulares de expresión, de invención formal o de poética material. Pero la artesanía no tiene por qué ser arte para ser valiosa: sus objetivos, procesos y lógicas responden a un ámbito distinto, donde la función y la utilidad conviven con la belleza sin necesidad de ajustarse a los cánones establecidos por ciertas teorizaciones de la condición artística.

La artesanía puede ser también meramente producto, objeto utilitario… y eso no anula sus aportes simbólicos ni sus posibles alturas estéticas.
La Feria Internacional de Artesanía (FIART), cuya más reciente edición quedó inaugurada este sábado en la Estación Cultural de Línea y 18, ha demostrado durante años que la artesanía cubana es un reservorio vivo de saberes, técnicas y sensibilidades.
El programa expositivo, teórico y comercial de la cita permite visibilizar la recuperación de métodos tradicionales, la creatividad aplicada a recursos locales y la armonía entre forma y función en oficios como la cerámica, el tejido o la talla.
FIART se ha consolidado como una plataforma imprescindible para creadores nacionales y para invitados extranjeros, un espacio donde convergen identidad, práctica profesional y búsqueda estética, aun cuando el propósito no sea estrictamente artístico en el sentido académico.
Sin embargo, la feria revela también una tensión persistente: la frontera entre originalidad y serialización comercial. El impulso por acceder a mercados puede empujar a muchos artesanos hacia la repetición y la estandarización, pues los productos reproducibles garantizan ingresos más estables.

Ese movimiento —comprensible desde la economía personal— amenaza la singularidad de las piezas y desdibuja el valor simbólico de los procesos manuales. La masificación puede convertir a la artesanía en una simple mercancía, despojándola de los rasgos que FIART aspira a celebrar y colocando al creador en una dinámica que empobrece su imaginario.
Conciliar estas dimensiones exige políticas y prácticas que protejan la trazabilidad y la autoría, que estimulen la innovación responsable y que eviten que la presión del mercado reduzca la artesanía a un objeto funcional sin alma.
La auténtica artisticidad de la artesanía no depende de su inclusión en la categoría de “arte”, sino del respeto por los saberes que la sostienen y de la voluntad de preservar aquello que la hace irrepetible. Solo así FIART podrá seguir siendo un espacio donde la tradición dialogue con la contemporaneidad sin renunciar a la autenticidad que distingue a la artesanía cubana.

