Melissa descargó su furia sobre el oriente cubano, y desde entonces el silencio que deja no es de paz, sino el de la consternación que sigue a la batalla.

Han quedado casas dañadas, cultivos arrasados, calles transformadas y vidas trastocadas.
Las imágenes aun duelen pero las respuestas para modificarlas no han dejado de estar presentes.
Y es que lo hemos tenido claro: la primera derrota que no podemos permitirnos es la derrota de la pasividad.
Frente a la magnitud del desastre, es fácil sentirse pequeño, creer que el aporte de uno es una gota en un océano de necesidad.
Pero es precisamente en estos momentos cuando la Revolución, forjada en el humanismo y la solidaridad, nos llama a entender una verdad profunda: la recuperación no es solo tarea de las instituciones, de los brigadistas en la primera línea o del gobierno local. Es, ante todo, una responsabilidad individual y colectiva. Es el deber de cada cubano, desde el lugar donde se encuentre.
La recuperación tiene muchos frentes, y no todos se miden en bloques de cemento o láminas de zinc.

La solidaridad es el primer recurso
Impresionante ha sido la llegada oportuna de brigadas de linieros, electricistas, técnicos del área de las telecomunicaciones, personal médico y bienes de todo tipo que van sanando, incluso el alma.
Movilizarse a través de las organizaciones de masa para recoger recursos, por pocos que sean, es sumar un ladrillo a la obra común.
El que puede aportar con sus manos, que lo haga; el que puede aportar con sus ideas, que las ofrezca; el que puede donar desde su modesto ahorro, que no lo dude.
Quienes están en esta porción del país no necesitan lástima, merecen y necesitan acción.
Nuestra empatía debe ser activa, debe traducirse en movimiento.
El obrero en su centro laboral, redoblando su esfuerzo por mantener la producción; el profesional, poniendo sus conocimientos al servicio de la solución; el joven estudiante, organizando iniciativas de apoyo. Cada cual desde su trinchera.
No hay esfuerzo insignificante cuando se dirige al bien común. El sudor que no se evapora en vano, sino que se une al de millones, es el que levanta pueblos y siembra esperanzas.
Esta no es una carrera de velocidad, sino una marcha constante de pueblo, la misma que nos ha definido por décadas.
Queda mucho por hacer. Los días venideros continuarán siendo duros para los del Oriente. Pero nadie está solo.
El llamado es hoy, es ahora. No mañana. Que nadie espere una orden para tender la mano.
La victoria sobre Melissa no se medirá solo por la restauración material, sino por la fortaleza moral que demostremos como nación.
Seamos, cada uno de nosotros, los arquitectos de esa victoria.


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