Las vigilias que mueven a Rafael Zarza

Las vigilias que mueven a Rafael Zarza

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Tras la gran muestra retrospectiva en el Museo Nacional de Bellas Artes que marcó la entrega del Premio Nacional de Artes Plásticas del 2020 a Rafael Zarza (La Habana, 1944), el artista regresa con una muestra más “intima” a la galería Villa Manuela, de la Uneac.


En esta ocasión
ha preferido volver sobre los géneros de la pintura: el bodegón, el desnudo, el retrato, el paisaje. “En muchos momentos fueron subestimados o censurados”, explica. “Cuando miras las obras del Siglo de Oro español descubres que varios de esos géneros fueron mirados con desdén por la Iglesia y la Inquisición. El bodegón era una pintura de rango inferior; el desnudo, por supuesto, estaba prohibido.”

La exposición —que permanecerá abierta hasta el 11 de noviembre— es, a su manera, una conversación con esa historia de prohibiciones. Zarza rescata lo que fue oculto y lo vuelve tema central, con la misma libertad con la que ha transitado más de seis décadas de creación.

Del cuerpo al paisaje

En el texto curatorial del catálogo, la especialista Ana Beatriz Almeida Sánchez define la muestra como un itinerario entre contrarios:

“Del cuerpo al paisaje, de lo sagrado a lo cotidiano, Rafael Zarza ha recorrido un universo temático donde conviven desnudos, retratos, bodegones y escenas de género… Estas vertientes, lejos de ser ejercicios aislados, revelan la amplitud de un creador que asimila y transforma múltiples tradiciones visuales. Reunidas en una sola muestra, evidencian la ilación de un imaginario que se despliega como territorio abierto, donde conviven la ironía y una inquebrantable búsqueda de sentido.”

Zarza, que suele hablar de Velázquez y Goya con familiaridad de colega, parte de esa genealogía para reescribirla. “Quise trabajar esos temas —dice—: ahí están el bodegón, las figuras, el desnudo… Quise devolverles su dignidad. Durante siglos el desnudo femenino fue tabú. Los famosos desnudos de Velázquez y de Goya estuvieron guardados mucho tiempo, casi escondidos. Ahora evoco el tema con mi lenguaje”.

El artista que ha hecho de lo experimental un hecho cotidiano y ha desdibujado fronteras como las existentes entre el diseño gráfico, la litografía y la pintura, mezcla en esta muestra erudición, humor y sensualidad. Hay guiños a la historia, sí, pero también pulsaciones contemporáneas: cuerpos sin solemnidad, naturalezas muertas que respiran, ironías que desmontan la rigidez del canon.

Máscaras y memorias

Una parte importante de la exposición se alimenta de su experiencia africana. “Estuve mucho tiempo en Angola y también en Kenya”, recuerda. “El gran impacto fue la máscara. Por eso aquí hay máscaras y también un ireme, esa figura del siglo XVIII de la que habló Fernando Ortiz.”


Zarza
se refiera a ellas con fascinación casi antropológica: describe cómo en África los artesanos no se consideran artistas, cómo las máscaras, talladas y luego abandonadas en la selva, viven entre lo ritual y lo escultórico. “Tienen una belleza increíble; te miran de frente. Ahí está la base de lo que fue el cubismo, desde Modigliani hasta Picasso.”

Esa conexión entre tradición africana y modernidad occidental atraviesa buena parte de su obra. En Villa Manuela, las máscaras dialogan con los bodegones y los retratos: rostros que observan, utensilios que parecen oficiar un rito. “No es lo mismo verlas en un museo que danzando en la selva”, insiste. “Allí entiendes que el arte nace del gesto y del misterio.”

Contra las etiquetas

A sus 81 años (cumplidos el pasado 2 de octubre), Zarza conserva una energía rebelde. No le interesan las clasificaciones ni los marcos generacionales. “Algunos dicen que soy de los 70, otros de los 60”, comenta con ironía.

Desde 1965 trabajé en el Taller Experimental de la Gráfica, allí estaba (Alfredo)Sosabravo y también (Manuel) Mendive que era mi compañero de escuela entonces. Yo me siento más cerca de esa generación que de otras en las que me han embolsado, pero en realidad no creo que eso de clasificarnos por décadas sea un método necesario para estudiar la obra de un artista”.

Su carrera, efectivamente, desafía etiquetas. Ha sido grabador, dibujante, pintor, ilustrador; ha transitado del sarcasmo político al erotismo simbólico, del gesto expresionista al humor de la caricatura. Su universo visual es vasto y coherente, sostenido por una mirada lúcida y una ética del trabajo que no se negocia.

Las vigilias y la felicidad

El título de la muestra, Las Vigilias de Zarza, surgió —cuenta el artista— de una conversación con Virginia Alberti, directora de la galería Villa Manuela: “Yo le expliqué que la exposición contenía esos conflictos de los que ya te hablé sobre los géneros en la pintura. Y ella me dijo: pues entonces serán Las Vigilias de Zarza.”

El título alude tanto a la reflexión como al desvelo del creador. Porque Zarza, aun en medio de las carencias materiales —falta de materiales, apagones, dificultades para montar una muestra—, persiste. “Cuando cojo el pincel y me paro frente al lienzo, me siento muy bien”, confiesa. “Cuando hago un cuadro que sé que está bien, me siento de maravilla.” ¿Y si no? “Siempre quedan las vigilias”, responde, sonriendo.

Un artista que persiste

Zarza ha aprendido a trabajar desde la resistencia:Además de los problemas del país, los artistas tenemos los propios: la tienda de materiales está cerrada, los lienzos hay que comprarlos por fuera, los colores llegan por amigos que viajan. Así subsisto”, dice sin dramatismo. Su tono es el de quien ha hecho del oficio un modo de vida y de la adversidad, un estímulo.

La exposición incluye siete obras inéditas concebidas especialmente para Villa Manuela, junto a otras tres piezas que completan la decena y reafirman la continuidad de su estilo. En ellas se advierte la mano segura de quien no teme los temas incómodos: el erotismo, la muerte, la ironía.

A los más jóvenes les deja una invitación: “Que vengan a ver las posibilidades de cosas que se pueden hacer”. En sus palabras hay una lección de oficio y otra de actitud: el arte, como la vida, es una forma de persistir con sentido, aun cuando falte la electricidad.

Las Vigilias de Zarza no es solo una exposición: es una meditación sobre la pintura misma y sobre el derecho a mirar sin censuras. Entre bodegones, máscaras y desnudos, Rafael Zarza propone un viaje a mundos donde el arte fue alguna vez prohibido y hoy se vuelve revelación.

A los 81 años, el artista que dialogó con el Taller de la Gráfica y con el África ritual, con Velázquez y con Goya, sigue pintando contra toda norma. Su vigilia es también la nuestra: la de quienes seguimos creyendo en la belleza como arma de resistencia.

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