En una foto aparece Fidel en el extremo izquierdo con otros compañeros y alrededor una gran destrucción como la causada al paso de un terremoto. El escenario era Bogotá, Colombia, y el momento, 9 de abril de 1948. El desastre no lo había ocasionado un fenómeno meteorológico sino una explosión de ira y rebeldía del pueblo provocada por el asesinato de su líder Jorge Eliécer Gaitán, un hecho que pasó a la historia latinoamericana con el nombre del Bogotazo.

¿Cómo había llegado Fidel a ese país y con qué motivo?
Impresiona comprobar cómo después de muchos años de transcurrido aquellos hechos, Fidel fue capaz de rememorarlos con lujo de detalles primero en entrevista al periodista colombiano Arturo Alape y después a la escritora cubana Katiuska Blanco.
Fidel era entonces un estudiante por la libre y no tenía derecho a ocupar cargos en la FEU, pero su espíritu de lucha y sus iniciativas en favor de las causas justas en el mundo seguían muy presentes en su actuación.
De ese modo concibió la idea de organizar un Congreso Latinoamericano de Estudiantes en Colombia, que enarbolara el combate por la democracia de Santo Domingo, la independencia de Puerto Rico, la devolución de las Malvinas, la desaparición de las colonias y por la devolución del Canal de Panamá, todo lo contrario, a la agenda de la IX Conferencia Panamericana que tendría lugar allí mismo, convocada por Estados Unidos, donde quedaría constituida la OEA.
Junto a del Pino, un amigo de la familia emprendió el viaje a la nación sudamericana. Ya antes había sostenido contactos con estudiantes de otros países de la región que manifestaron su conformidad con el proyecto y se había creado un comité organizador encabezado prácticamente por Fidel, aunque en un momento dado se aparecieron Alfredo Guevara y Enrique Ovares para reclamar que ellos eran los dirigentes oficiales de la Universidad de La Habana.
Se creó así una situación enojosa que cuestionaba el papel de Fidel como organizador del evento, pero en una reunión este defendió con tal vehemencia los propósitos de la idea y remarcó que no aspiraba ni a cargos ni a representatividad, sino lo que le interesaba era que se efectuara el Congreso, que los presentes estuvieron de acuerdo en que continuara realizando esa función.
El próximo paso fue una entrevista con Gaitán quien se manifestó de acuerdo con el proyectado evento estudiantil y prometió clausurarlo en un acto multitudinario, en función de lo cual se reunirían después para ultimar detalles. La participación del prestigioso líder colombiano fue considerada por Fidel un factor decisivo para el éxito del Congreso.
Colombia era una nación muy violenta donde cada día se producían asesinatos y Gaitán le obsequió al joven una copia de su discurso “Oración por la paz” pronunciado por él en una marcha de protesta por los crímenes realizada en febrero con la participación de cien mil personas.
El primer incidente que le ocurrió a Fidel después de esta entrevista fue ser arrestado porque con otros compañeros dejó caer unas proclamas con los objetivos del Congreso Estudiantil desde el último piso del teatro donde ser realizaba un acto en honor de los cancilleres participantes en la IX Conferencia Panamericana, presidido por el jefe de Estado colombiano. Finalmente dejaron en libertad a los jóvenes.
El 9 de abril día en que había acordado reunirse con Gaitán, se produjo una gran agitación en las calles con gritos de “Mataron a ‘Gaitán” Fue el punto de partida de la reacción violenta del pueblo que comenzó destruyendo todo lo que encontraban a su paso y posteriormente aquellas personas empobrecidas y explotadas llevaron a cabo un colosal saqueo.
“Cuando desemboqué en la calle, vi gente rompiendo las vidrieras—recordó Fidel–. En un momento había una mezcla de acciones y emociones, todavía no robaban, pero estaban furiosos y rompían todo a su paso. Yo traté de persuadir a algunos: “¿Por qué hacen esto? No hagan esto”. Les pedí que no destruyeran, porque inmediatamente me di cuenta de que, si empezaban a destruir, iban a crear una mala imagen y disgusto popular. Pero era como tratar de aguantar con las manos un río crecido. Los acontecimientos lo sobrepasaban a uno. Caminé dos o tres cuadras. Del Pino estaba conmigo. Anduvimos por la calle hacia un parque ubicado frente al edificio del Parlamento, donde estaban reunidos los cancilleres latinoamericanos. Nosotros íbamos en aquella dirección porque había gente que se dirigía hacia allá”.
La multitud entró en tropel en el edificio destruyéndolo todo, después Fidel salió a la plaza y se dirigió a coordinar con los estudiantes qué hacer.” Ya yo veía con claridad que estaba en marcha una sublevación totalmente anárquica.”, recordó.
Cuando conversaba con los dirigentes cubanos de la FEU pasó frente a la casa de huéspedes donde se hospedaban una manifestación de policías y ciudadanos con fusiles y machetes y Fidel decidió unírseles. Ese fue el primer acto solidario del estudiante cubano con el pueblo colombiano al que siguieron muchos otros en las siguientes horas.
Tomaron una estación de policía sin resistencia y allí Fidel se aprovisionó de su primera arma: nada menos que una escopeta de gases lacrimógenos “yo nunca las había visto relató–, pero eran como las escopetas de caza, con un cañón grueso y con unas balas como de madera, gruesas, largas; ¡tendrían, por lo menos, de 15 a 20 centímetros, ،unas balas enormes! —y unas cananas que tenían como seis balas, tres en un lado, tres en el otro—. Al no ver ninguna otra arma, agarré una escopeta y como tres cananas de balas. Dije: ‘Antes de no tener nada, tengo esta escopeta con estas balas grandes’”.
Cambió su traje por un capote que encontró como de hule y se puso una gorra sin visera, a manera de boina,
“Yo tenía idea de la Revolución Francesa por los libros leídos y disfrutados. Había soñado con los barrios de París, que al toque de corneta se insurreccionaban. Para mí la multitud que tomó la estación de policía era exactamente igual a la que organizaba las asonadas en París cuando la Revolución Francesa”—evocó sobre aquella experiencia y agregó: “Yo estaba viviendo la Revolución Francesa. A estas alturas ya sabía lo que era una revolución, una insurrección popular, tenía ideas de lo que había que hacer, de la necesidad del orden. Tenía la experiencia vivida en el intento de liberación de Santo Domingo. Era un soldado libertador frustrado en la bahía de Nipe.”
Se dirigió a un oficial que estaba organizando las fuerzas quien le quitó el escopetón y le ofreció un fusil con 16 balas, que tuvo que defender porque había mucha gente desarmada. Desde un colegio religioso comenzaron a disparar y como él estaba parado en una esquina sin protección alguna un grupo de colombianos lo rescató para evitar que lo mataran.
La confusión era grande no se sabía quién estaba con la revolución y quién en contra. Llegó la noticia de que los universitarios habían tomado la radio y los estaban atacando y Fidel decidió acudir en su ayuda con su fusil y el de su compañero cubano y un grupo de personas del pueblo. La ciudad estaba sublevada y ya se veían saqueos por todas partes.
Vieron un edificio que Fidel supuso que era una unidad militar y se subió a un banco del parque a arengar a los soldados para que se unieran al pueblo. Después se enteró que era la sede del Ministerio de Defensa. Al llegar a la estación de radio había una unidad del ejército que al verlos aparecer armaron una gran balacera de la que se salvaron milagrosamente.
Decidieron ir a la Universidad donde no sucedía nada importante ““Los estudiantes andaban regados por todas partes, casi por toda la ciudad; no había ninguna fuerza organizada, ningún mando, solo grupos de gente aislada, puede ser que hubiera algunos cientos de estudiantes, pero sin armas, sin nada. Se nos informó que había una estación de policía cerca de allí —no recuerdo cómo se llamaba—, y surgió la idea de tomarla al igual que la otra. Salimos un grupo de estudiantes, ni siquiera se trataba de una multitud, decidimos tomar la estación de policía, y la única arma seguía siendo la mía” recordó.
Afortunadamente la estación ya estaba sublevada, le resultó simpático al jefe de policía cuando le explicó que era cubano y por qué se encontraba en ese país, y se convirtió en su ayudante. Después tras enfrentar algunas peripecias pasó a otra estación en la que Fidel se hizo un examen de conciencia, sobre lo cual explicó:
“Yo estaba en la Oncena Estación, casi a las afueras de la ciudad, en los límites, frente a la Ermita de Monserrate, ubicada en un gran peñón sobre una colina. Estábamos esperando el ataque del Ejército. De vez en cuando pasaba rápido un vehículo blindado frente a la unidad. No disponíamos de armas antitanques, pero se hacían algunos disparos desde las columnas. Fue una noche muy larga. Yo estaba como en un tercer piso, una tercera planta, tenía mi posición en una de las ventanas, desde allí observaba lo que pasaba.
“Por toda la cultura que adquirí a través de la lectura sobre las revoluciones, las guerras, por la propia experiencia de Cuba, yo sabía que toda unidad que se atrinchera, si se deja cercar, está perdida. Allí se estaba esperando un ataque, y una de las primeras cosas que hice, después que llegué, fue hablar con el jefe de la tropa. Le expliqué quién era, qué hacía en aquel lugar, le dije que era cubano, que tenía experiencia y que, de acuerdo con mi experiencia, la unidad no debía esperar un ataque pasivamente, sino que debía organizar a la gente y ponerla a la ofensiva, sacarla en columnas y atacar objetivos enemigos o atacar el Palacio Presidencial. Estuve tratando de convencerlo, le hablé dos o tres veces”.
“Constantemente me repetía: “Esto está perdido aquí, esta batalla está perdida, este no es mi país, esta gente que está dirigiendo esto no sabe lo que está haciendo, son unos incapaces “. Y me preguntaba: ‘¿Cuál es mi papel aquí? ¿Vale la pena lo que estoy haciendo?’. Entonces empecé a reflexionar, creo que aquel día fui internacionalista ciento por ciento, porque dije: ‘Este no es mi país, pero hay un pueblo y este pueblo es igual que el pueblo cubano, que está sufriendo la opresión —porque había mucha represión en Cuba—, la explotación, la represión; está sufriendo una injusticia, le han asesinado al líder, está luchando, tiene toda la razón y hoy desea la libertad, la justicia; los pueblos son iguales en todas partes, lo mismo en Cuba que en Colombia, que en cualquier parte”. Y determiné: ‘Me quedo’. Tomé la decisión consciente ya, cuando estaba solo, ya no quedaba ni uno solo de los estudiantes junto a mí, no quedaba ningún cubano, estaba solo allí e iba a morir anónimamente en aquella estación.
“(…) no fue una cosa irreflexiva, decidí sacrificarme en una batalla perdida, en aras de una serie de ideas y sentimientos.”
“Al amanecer, no había venido el Ejército, pero la ciudad seguía ardiendo, la tropa continuaba allá acantonada y volví a ver al capitán porque comencé a observar con espíritu táctico las colinas bastante inclinadas en el mismo patio de la estación de policía, me percaté de que cualquier fuerza que viniera por la altura dominaba totalmente la estación, y hablé con él y le dije: “Mire, esas posiciones son estratégicas, hay que tomar esas posiciones, defenderlas. Si usted me da una tropa, yo defiendo esa posición.
“Entonces, el hombre me dio una patrulla de soldados de las fuerzas para cumplir la misión de defender las alturas.
“Desde las colinas se veía la ciudad ardiendo en muchos lugares. A aquella hora se sentían explosiones, cañonazos, disparos, se sentían toda clase de ruidos bélicos; algún tanque que disparaba tal vez, tiroteos. La ciudad ardía y estaba prácticamente cubierta de humo. Así se veía desde mi posición”.
Finalmente escuchó las noticias: se había llegado a un acuerdo, se acordaba la paz, había que devolver las armas, entregó la suya, no sabía las condiciones del acuerdo, pero regresó al hotel, no sin antes disgustarse por el hecho desagradable de que el ejército estaba cazando francotiradores, combatientes revolucionarios que se habían quedado aislados en la torre de un edificio o una iglesia
Al llegar al hotel se sorprendieron de que todos se aterrorizaron al verlos “¿Qué hacen? –les dijeron–Los están buscando, les echaron la culpa de todo lo que pasó aquí. Dicen que ustedes son los responsables “.
Fueron entonces a la casa de huéspedes en que estaban Ovares y Guevara donde los recibieron bien, pero Fidel cometió la imprudencia de discrepar con el dueño de la casa que estaba diciendo horrores de lo ocurrido Fue un error porque faltaban pocos minutos para el toque de queda, la ciudad estaba ocupada por el ejército y el dueño conservador se indignó tanto que los echó de la casa. Fidel contó que le había dicho a ese señor: “Eso no es cierto, eso no es justo, ese es el pueblo, al pueblo le mataron el líder, el pueblo se sublevó”.
Ser lanzado a la calle en esas circunstancias significaba la muerte, pero entonces un automóvil conducido por un joven peronista que colaboraba con el congreso y formaba parte de la delegación argentina, los vio, los conminó a subir al vehículo y los llevó al consulado cubano.
“Por alguna razón –explicó Fidel–, los cubanos nos habíamos vuelto famosos. Parece que como nos vieron en la estación de policía con los fusiles, por las calles; como nos vieron por todas partes, los cubanos éramos famosos. ¡Y además culpables, ،hacía falta buscar un culpable! El comunismo internacional había provocado todo aquel suceso, y el hecho es que a quienes buscaban por toda Bogotá, era a los cubanos, y nos echaban la culpa de lo que pasó.”
Explicaron que otros dos cubanos, Ovares y Guevara estaban en una casa de huéspedes y fueron a buscarlos en un automóvil con chapa y bandera diplomática. Pudieron regresar por avión a La Habana.
Sobre los acontecimientos en los que había tomado parte en Colombia, señaló años después: “Yo había vivido las revoluciones, las insurrecciones y los grandes acontecimientos históricos nada más que en los libros, y había vivido muchas luchas, manifestaciones de estudiantes en Cuba, había participado en la expedición de Cayo Confites, pero no había visto un estallido social, revolucionario. Fue aquel el primer estallido que viví.”
Al hacer un balance de los dos grandes hechos en que había tomado parte en poco tiempo, valoró:
“No había transcurrido un año y ya había vivido dos hechos excepcionales: toda la experiencia de la expedición de Cayo Confites, que empezó en julio de 1947, y El Bogotazo, que ocurrió en abril de 1948; no había transcurrido un año y había vivido ambos sucesos. Tuve la experiencia de la expedición: me percaté de los errores de la expedición, viví la vida de campamento, en condiciones muy difíciles, así como toda la navegación por aquellos mares. Analicé los disparates y errores cometidos por los jefes, la traición que hizo Masferrer al entregar la expedición, la forma en que nos escapamos al lanzarnos a la bahía. Después los meses de lucha contra Grau; y luego lo de Bogotá, todo en menos de un año. De aquel intenso período indiscutiblemente saqué experiencias. Sus hechos vinieron a ratificar muchas de las ideas que tenía y a fortalecer mis convicciones acerca de los problemas políticos y sociales, y sobre la forma de hacer la revolución.”
Acerca del autor
Graduada de Periodismo en 1974 y Master en Ciencias Políticas de
enfoque Sur, Al graduarse pasó a atender temas históricos e
ideológicos y viajó a varios de los antiguos países socialistas. Al
pasar al periódico Trabajadores, escribió para el Suplemento de
salud durante varios años y realizó la cobertura del segundo
contingente de la brigada médica en Guatemala. Posteriormente fue
jefa de la edición digital y subdirectora editorial hasta mayo de 2025
que se jubiló y se recontrató en la publicación. En el transcurso de
su ejercicio profesional Ha ganado premios en concursos
periodísticos y de humorismo.





