La danza escénica de inspiración folclórica ha perdido a uno de sus referentes esenciales: este domingo ha fallecido en La Habana la primera bailarina Zenaida Armenteros. Se marcha una figura cardinal de la cultura cubana, una creadora que convirtió la tradición en un acto de renovación constante y de autenticidad irrepetible.

Su partida, a los 94 años, deja un gran vacío, pues no se trató solo de una intérprete de altísimos quilates, sino también de una maestra de generaciones y de un símbolo de cubanía en los escenarios.
Nacida en el barrio habanero de Carraguao, en el Cerro, Armenteros se nutrió desde niña de las expresiones populares, de los cantos y bailes que más tarde serían la savia de su arte.
Su vuelo interpretativo, su expresividad vocal y corporal, y la hondura simbólica de cada gesto marcaron un estilo inconfundible. Con la misma intensidad podía encarnar a una deidad yoruba, cantar un ritual o reproducir la cadencia de un baile popular.
La entrega de Armenteros fue reconocida con relevantes distinciones: el Premio Nacional de Danza en 2005, la Medalla Alejo Carpentier, la Distinción por la Cultura Nacional y la condición de Artista de Mérito de la UNEAC, entre muchos otros lauros.
Con su fallecimiento, la cultura cubana pierde una de sus voces más legítimas y poderosas. No obstante, su espíritu permanecerá vivo en cada presentación del Conjunto Folklórico Nacional, en los escenarios donde la danza de raíz afrocubana se reafirma como estandarte, y en las nuevas generaciones que, inspiradas en su ejemplo, entienden que la memoria cultural también se baila.

