Con el verano llegaron las alertas oportunas para vivirlo sanamente y con cuidado de los excesos; hablo del alcohol, esa droga que de consumirse con cordura solo para pasar bien un rato no produce rechazo social; pero si comienza la dependencia y la adicción, entonces la etapa estival puede convertirse en una jornada poco agradable.

Sorprende ver a jóvenes y adolescentes consumiendo bebidas alcohólicas en exceso, no me opongo a su ingestión, solo me preocupa el hecho de que se convierta en un hábito, cuya adicción los conlleve a consumir cantidades elevadas de forma habitual y les provoque episodios de embriaguez y efectos orgánicos graves.
Aunque muchos alegan sentirse alegres en estos momentos de «enajenamiento”, sería prudente meditar en los factores de riesgo que desencadena: fisuras en las relaciones con la familia, amigos, maestros y la pareja, bajo rendimiento escolar por alteraciones en los procesos de memoria y aprendizaje, con cambios cerebrales, tanto a nivel funcional como estructural, agresiones, violencias, alteración del orden público.
Otros adoptan conductas peligrosas como conducir en ese estado, primera causa de mortalidad en este grupo de edad, actividades sexuales de riesgo que conllevan embarazos no deseados, enfermedades de transmisión sexual o el virus del SIDA.

La lozanía no los deja ver que este depresor del sistema nervioso central es adictivo y su consumo desarrolla enfermedades como la cirrosis del hígado, pancreatitis, infartos hemorrágicos y algunas formas de cáncer. Incrementa la probabilidad de verse afectados por la impotencia, la disfunción eréctil, absorbe nutrientes en el intestino delgado siendo esto contraproducente para el período de crecimiento en el que se encuentran.
El inicio de consumo de alcohol en la adolescencia incrementa cuatro veces la probabilidad de padecer trastornos de personalidad y duplica el riesgo de ser alcohólico antes de los 24 años.
El asunto merece atención y ocupación por parte de la familia, encargada de darle una atención educativa, máxime cuando la adolescencia es una etapa de grandes cambios, y, a menudo, confusos, lo que la convierte en un período desafiante, tanto para los jóvenes como para sus padres.
Se impone entonces comprenderlos para estar cerca de ellos, mantener una relación sólida y de confianza mutua, solo así influiremos sobre las decisiones que tomen, incluyendo la de ingerir alcohol, esa droga poderosa que se apodera del cuerpo y la mente, dificulta la coordinación; hace más lenta la reacción y dificulta la visión, el pensamiento claro y el juicio crítico.
No podemos olvidar que ellos se encuentran en constante riesgo porque fisiológicamente todavía experimentan cambios en su desarrollo, es vital controlar sus excesos si queremos ayudarlos.
Sirvan estas reflexiones para hacer de esta etapa veraniega un abanico de ideas que alegren e inviten al disfrute por el bien del alma.


