Asunción.— Su sonrisa, que siempre aparece menos cuando está encima del tatami, se desvaneció en segundos. Hablaba a la audiencia de Radio Rebelde sobre cómo aniquiló una a una a sus contrarias —tres exactamente—, de cómo hizo para que ninguno de sus combates cumpliera el tiempo reglamentario hasta llegar al título.
Pero… una voz irrumpió del otro lado de los mares, y del celular. “Hija… felicidades…”. Entonces, aquella muchachota, cuyo físico impresiona no solo a sus rivales de los más de 78 kilos, cayó derribada por primera vez en Paraguay. Rompió a llorar sin parar… “¿mamita? ¿Mamá? ¿Eres tú? Te amo… te la dedico a ti. Un besito a todas”… no dijo más y volvió a llorar sin control.
Advertimos que más allá de sus entrenamientos, sus competencias, sus profesores, había algo detrás de aquel primer título de Cuba en los II Juegos Panamericanos Júnior: Dayanara Curbelo Travieso es arropada aún en el regazo de su mamá y su abuela.
“Desde que empezó hasta que terminó fueron los minutos más largos… me sentaba, me paraba, me comía las uñas, sudaba frío… tal parecía que la que competía era yo”, describió después desde WhatsApp Heelen Travieso González.
Cuando le levantaron la mano a Dayanara en Asunción, en Artemisa, en Río Verde, en Las Canteras, se acabó la tranquilidad. “Cuando vi que había ganado, empecé a brincar, corrí, abracé muy fuerte a mi mamá y le expresé: lo logramos”.
Pasadas las emociones pudo hablar, con calma y a coro, desde el altavoz del celular con su mamá, su abuela Nelsa y el vecindario, que celebraban el Día Internacional de la Juventud y el natalicio 99 de Fidel.
“Voy a ser la primera medalla de oro para Cuba”, había dicho horas antes y su contundencia me paralizó más allá de saberla campeona panamericana juvenil y otros títulos en el área. Ella, abanderada de la delegación, honraría ese peso que traía sobre su espalda: “Por el compromiso que tengo con mi país, con mi familia, con mi pueblo.
“Nada es fácil” —me contradijo al comentarle la forma en que ganó—. “Faltó preparación, si bien trabajamos duro, me esforcé, y una como cubana siempre viene a echar pa’lante”.
En su dedicatoria cabían muchos nombres: “la gente del equipo, entrenadores de la selección nacional, mi profesor Chang, los sicólogos; mi mamá, mi abuela, mi hermana son lo más importante”.
Bien que lo son. Esas mujeres han impedido que venciera el desánimo las veces que ha querido declinar. “Por ellas estoy donde estoy, por los consejos que me dan”.
La medalla va por quien la guio por los caminos del deporte: “Mi abuelo me llevó a la Eide gracias a un amigo de la familia; empecé con 13 años y un entrenador, Lázaro, que hizo mucho para que estuviera aquí; por él soy una atleta de pensamiento fuerte”.
Horas después ganó su segunda presea, la plata por equipos, una competencia en la que se quedó con ganas y ansias por subir al tatami cuando Brasil barrió en la final en los primeros cuatro pleitos. “No fue lo que queríamos, pero dimos lo mejor de nosotros y estamos muy orgullosos de ese resultado”, sonrió, aunque con la expresión inconforme de la niña a la que le quitan una golosina.