Son hombres de ciencia, y en sus rostros arrugados por los años se mezclan la experiencia y el rigor científico. Elizabeth Almanza y Roberto Granados no solo trabajan con fórmulas, normas y compuestos: llevan décadas escribiendo, con disciplina y corazón, una crónica invisible de compromiso. Ambos, trabajadores del Laboratorio Central de Calidad de los Alimentos (LACCAL), adscrito al Ministerio de Comercio Interior (Mincin), garantizan con su trabajo la inocuidad y calidad de los alimentos en el país, no solo como una exigencia técnica sino por la salud y el bienestar social.

Ella, técnica en química, encontró en este lugar su casa. Él, ingeniero de calidad, ha visto transformar el laboratorio desde sus raíces hasta convertirse en referente nacional, atravesando huracanes y cambios de gestión sin abandonar su puesto. Este reportaje es una ventana a su mundo: donde cada análisis tiene rostro, cada resultado importa, y cada jornada es una prueba de que la ciencia también late.
Tras el microscopio: dos vidas en el laboratorio
Desde los análisis físico-químicos hasta pruebas microbiológicas y sensoriales, en el Laboratorio Central de Calidad de los alimentos se examinan los productos que llegan a la mesa de la familia cubana, ya provenga del comercio mayorista o minorista, del sector estatal o privado. Sus trabajadores, con sus batas blancas y una precisión quirúrgica, se convierten en guardianes de lo que la población consume.

Elizabeth Almanza Betancourt lleva 26 años entre microscopios y cultivos. Aunque en su título diga “química” y no “microbióloga”, en su mirada hay una historia de amor para una profesión que exige valor, porque detrás de cada producto alimenticio está su cuidado minucioso. “No todos pueden hacer esto”, dijo con voz firme, evocando a quienes le enseñaron y a los jóvenes que hoy guía con la misma entrega.
“No se trata solo de evaluar sustancias: es una rutina que exige concentración, ética y vocación”, declaró mientras continúa con el trabajo. Lo suyo nace de la pasión por la ciencia, pulida en el Centro de Inmunología Molecular y solidificada al incorporarse en este laboratorio.
A unos metros, entre manuales de calidad y normativas sanitarias, Roberto Granados Martínez sigue en pie como testigo de la evolución de la institución. Graduado en ingeniería química, ha visto de todo. Su presencia constante aún recuerda -incluso durante los días duros-, como durante los ciclones que golpearon el occidente del país, él salía a inspeccionar alimentos para garantizar su inocuidad.
Estas historias no son las únicas, pero son el claro ejemplo del trabajo que realiza este colectivo. Su estrategia permite que tanto productos importados como nacionales pasen por un filtro riguroso. Cada muestra se revela como garantía que protege al consumidor, especialmente cuando se trata de comidas próximas a su fecha de expiración. Tal y como dice el refrán, “no es lo mismo llamar al diablo que verlo venir.” Y para prevenir males mayores, es mejor que los alimentos pasen primero por ojos expertos.
Sin margen para errores
En sus inicios, el centro transitó por varias estructuras -que van desde la Empresa Estatal de Alimentos, pasando por el Centro de Investigación y Desarrollo del Mincin-, hasta su integración al Centro de Gestión del Conocimiento del Comercio Interior. Deisy Noriet Castro Aguilar, jefa de Departamento del LACCAL explicó que en la actualidad la entidad ha logrado extender sus servicios más allá del marco institucional mediante un sistema de gestión de la calidad.

Al respecto, declaró que entre los organismos a los cuales prestan servicios están las pequeñas, medianas y grandes empresas (Mipymes), cooperativas no agropecuarias, proyectos de desarrollo local y trabajadores por cuenta propia, los cuales plantean que han encontrado en este lugar un aliado indispensable.
“Todo aquel interesado en asegurar la calidad de los insumos que vende a la sociedad es bienvenido», afirmó la especialista. Sin embargo, no todo es perfecto. Castro Aguilar reafirmó que detrás de cada certificado de calidad se esconde una batalla diaria: la escasez de personal especializado, limitaciones materiales y una plantilla que opera apenas con un poco más de la mitad de los trabajadores previstos.

Un verdadero reto, porque mientras estas provisiones circulan entre estanterías, ferias y mercados, ellos -con solo 12 empleados para cubrir funciones críticas de una plantilla de 22-, permanecen a la sombra firmes en su propósito, y apostando siempre por ofrecer alimentos seguros porque “asegurar la calidad, incluso en condiciones adversas, es también una forma de servir al país”, acotó.
Añadió que a pesar de estas dificultades, LACAAL se encuentra en búsqueda de acreditar dos importantes ensayos relacionados con temas como la humedad del pan y el de nitrito, estudios que facilitarán una mayor viabilidad en el campo de los servicios y un mejor desempeño.
Hoy, con un entorno comercial que se transforma, la ciencia no puede quedarse atrás. La labor investigativa del laboratorio permite fortalecer estándares, generar datos confiables y contribuir a la mejora contínua de los servicios alimentarios en Cuba. Cada examen es una inversión en transparencia, competitividad y soberanía, elemento que no solo asegura que un producto sea apto para el consumo—especialmente cuando está próximo a su fecha de vencimiento—sino que genera confianza en cada ciudadano de que es bien protegido.
«En medio de condiciones adversas, el equipo no se detiene. Saben que lo que está en juego va más allá de cifras y muestras: es la confianza del pueblo. Y en cada jornada de trabajo, aunque silenciosa, sostienen ese compromiso con firmeza», manifestó Castro Aguilar.
El conocimiento científico que se produce y se aplica en este centro no solo mejora los estándares del comercio, sino que impulsa la innovación dentro del tejido empresarial, abriendo caminos para que los actores del mercado operen con mayor transparencia y responsabilidad.
El trabajo de Elizabeth y Roberto revela algo que suele quedar fuera de las estadísticas: la ciencia también tiene rostro, historia y alma. Con estas líneas se recoge parte de esa fidelidad que no se ve en los frascos, pero que sostiene cada resultado. Porque entre compuestos y controles, hay personas que creen —y hacen que otros también crean— que el rigor puede convivir con la pasión.


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