El boxeo cubano sigue empeñado en firmar un 2025 de altura. Es de sobra conocido que el 2024 no le fue muy feliz, a pesar de capturar en París 2024 un título y una presea de bronce, poco botín para un deporte acostumbrado a sostener a Cuba en las principales lides multideportivas.

El golpe del pasado año parece haber robustecido sus deseos de triunfar y desarrollarse más, pues a los triunfos en los dos topes frente a la selección francesa, se sumó recientemente el saldo de un triunfo y un revés en la Copa Raimkul Malakhbekov, en la ciudad de Samara, en Rusia.
Allí Yusnier Sorsano (71 kg) superó a Igor Sviridchenkov y Alejandro Claro (54 kg) cayó contra Vyacheslav Rogozin. En lo personal no entraré a valorar los resultados, sino el camino.
Ambos púgiles, jóvenes y con hambre de más, deben ser dos de los que mayor protagonismo tengan en el actual ciclo olímpico, que además de iniciar ya su recorrido, tendrá varios escenarios de rigor durante 2026 y 2027.
La estrategia de los principales preparadores del pugilismo criollo parece ser clara y necesaria, refrescar y potenciar un grupo de divisiones, que sin estar del todo mal carecían de una reserva inmediata de calidad.
Afortunadamente el bache está siendo corregido y con inteligencia, pues los elegidos ya han comenzado a almacenar asaltos de calidad, frente a contrincantes de diferentes estilos y buena proyección.
Los próximos meses nos seguirán regalando noticias de este camino. Por lo pronto los puños cubanos siguen hablando bien.


