Trabajadores… Palante

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El verano extremo del Treme

 

Los planes para julio y agosto eran la especia­lidad de Trivaldo González y García, a quien no por gusto apodaban Tremebundo, también por su capacidad para sorprender a cualquiera, aunque las circunstancias pintaran feo, como era el caso este año.

Porque no había contingencia que le impi­diera la diversión al Treme, como cariñosamen­te le decían. En fechas recientes, por ejemplo, el Treme se las arregló con algunas amistades que tenía en el sector de la prensa, para colarse en todas las actividades por el aniversario 55 del periódico Trabajadores, y después en las de los 45 de la Editora Abril.

¡Quedaron buenísimas!, confesó mientras re­visaba una lista de aniversarios “cerrados” que formaban parte de sus proyecciones recreativas para el verano y meses subsiguientes. No obstan­te, el Treme sabía que eso de las conmemoracio­nes tenía sus límites, porque los presupuestos andaban escasos y las invitaciones contadas.

Pensó entonces en la opción siempre atrac­tiva de la playa, luego pensó en la ruta A40 ha­cia Guanabo y lo descartó enseguida. Evocó las funciones del circo que tanto amaba desde su niñez, pero después se acordó de las tem­peraturas bajo la carpa de lona: desechado. Piscinas, ni hablar: problemas con el bombeo. Bailables, podría ser, y sin gastar mucha ener­gía corporal. Quizás un danzón en un solo la­drillito.

¿Y si salía de La Habana? Pasó revista a toda su familia en el campo y las respuestas que recibió tampoco fueron muy alentadoras, salvo que quisiera dedicar sus vacaciones a realizar observaciones astronómicas en un pa­raíso bajo las estrellas, que no era precisamen­te Tropicana.

Sin embargo, el Treme no iba a renunciar así como así a su solaz esparcimiento en este tórrido verano. Tenía que hallar alguna va­riante que no implicara mucha transportación, ni comida ni electricidad ni agua ni datos mó­viles; y además, que contribuyera a su desarro­llo individual, al ahorro colectivo y a una pros­peridad sostenible.

¡Pescar!, exclamó eufórico el Treme. Tomó un carrete de nailon, par de anzuelos, un poco de picadillo para la carnada, y se fue para el Malecón. Porque como diría el viejo Santiago de Ernest Hemingway, el Treme puede estar destruido, pero jamás sin verano.

       

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