Este martes pretendía hablar de otros temas, pero la historia del chapista Aliesky Peña se robó la atención periodística y no precisamente por haber llegado en su auxilio cuando a la salida de Holguín el carro de Héctor besó levemente al nuestro por no mantener la distancia establecida.
En menos de media hora, sobre las 6:20, intercambié las primeras palabras con el joven de 38 años, que con su overol azul nos esperaba para enmendar el golpe trasero, cual acto de orfebrería meticulosa en medio de la caída de la tarde y sin electricidad.
«Nada aquí es imposible», fue su saludo sin reírse, pero confiado en que lo que parecía un grave problema para nosotros era la cotidianidad de su vida desde hace 21 años.
En su poblado Cruces del Coco todos lo conocen. Y no solo por ser el chapista de la cooperativa a la que pertenece o esté asociado, sino porque su carro particular decenas de veces ha dado viajes para llevar enfermos de urgencia al policlínico o al hospital. Y lo comprobamos minutos más tarde cuando le indicó a su ayudante que llevara a la vecina que le subió la presión y pasa de 80 años.
Aliesky empezó en este mundo muy joven, a los 17 años, cuando no agarró la carrera de su preferencia y le propusieron hacerse técnico medio en chapistería con la perspectiva de cambiarse luego. «Y aquí estoy, enamorado de enderezar golpes y arreglar carros. Eso sí, me gusta dejarlo casi igual a como salió de la fábrica», y por vez primera lo veo sonreir.
Con dos hijas hembras, Claudia Jennifer y Claudia Isabela, se considera un padre feliz, aunque esta noche apenas ha podido cargar a la más pequeña de 11 meses, en tanto la mayor ayudó a su mamá con una merienda improvisada, cual gesto hospitalario con el visitante al ver que entraba la noche y no terminaba el trabajo.
Aprovecho que se embulló a hablar y sin desconcentrarlo en la labor hurgo en la principal condición para ser un buen chapista: «no desesperarse». ¿Son más fáciles algún tipo de carro que otros? «Que va…. ya eso ha cambiado. Antes eran los almendrones, pero ahora todo está en la magnitud del daño».
Ya hemos pasado casi 6 horas con Aliesky. Son cerca de la una de la madrugada. Solo hemos visto perfección, solidaridad y mucho amor en lo que hace. Vuelvo a la carga, aunque buena parte del barrio ya está en el patio de la casa y entre col y col debatimos de pelota, de la dura vida con dos panes por la libreta este mes y del por qué no se cuenta historias de vida como la de este chapista en nuestro periodismo.
Aliesky asienta y hasta pide tirarse una foto una vez terminado el trabajo. Que nadie se asuste. El carro nuestro salió como nuevo y seguimos este miércoles en Las Tunas y Camagüey el recorrido de trabajo que iniciamos el lunes por Guantánamo. Solo que encontrar trabajadores y seres humanos como Aliesky merecía hoy una crónica.
Es el clásico reparador de sueños al que Silvio cantó. Es el mago de la chapisteria en su fase más suprema. Y también es ejemplo de que en cualquier profesión u oficio lo más importante no es únicamente el dinero que ganaremos, sino la huella de humanidad que dejamos. Un abrazo Aliesky.