Antonio Maceo y su episodio de indigestión en el Ejército Libertador

Antonio Maceo y su episodio de indigestión en el Ejército Libertador

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Homenaje al Lugarteniente general Antonio Maceo Grajales en el 180 aniversario de su natalicio.

 

Lugarteniente general Antoni Maceo Grajales (1845-1896)

 

Las huestes mambisas del Ejército Libertador tenían por costumbre festejar, junto a los campesinos, las victorias que alcanzaban frente a los españoles; eran momentos de bailes y otras diversiones donde los habitantes de los poblados y caseríos estrechaban la amistad con aquellos soldados y oficiales que luchaban por una Cuba libre. En septiembre de 1895, durante uno de esos banquetes Antonio Maceo Grajales ingirió carne de cerdo, al parecer no bien cocinada, por lo que comenzó a presentar trastornos digestivos que fueron aumentando.

En aquel momento Maceo se encontraba en un intrincado lugar, casi inaccesible de la jurisdicción de Holguín, cercano al poblado de Minas de Camazán. La casa campesina era un modesto bohío en mal estado pero donde primaba el cariño y cuidado de sus habitantes hacia el Titán de Bronce. Maceo, preocupado por el agravamiento del malestar digestivo, ordenó al general Agustín Cebreco que buscara al doctor Guillermo Fernández Mascaró para que le brindara sus servicios médicos.

 

Mayor general Agustín Cebreco Sánchez (1825-1924)

 

El doctor Mascaró había nacido en Bayamón, Puerto Rico, en 1870, llegó a alcanzar el grado de Coronel y fue Jefe de Sanidad de División. Sobre la asistencia médica que brindó al Héroe de Baraguá, comentaría: «Cuando el general Maceo solicitó del general Cebreco que me mandase a asistirlo y me hice cargo de tan importante misión, comprendí la inmensa responsabilidad que asumí al tener en mis manos la salud y la vida de aquel gran hombre en quien se encarnaba, más que en ningún otro, el espíritu de la gloriosa revolución por la independencia. Lo encontré con cuarenta grados de temperatura, el vientre aumentado considerablemente de volumen, y él mismo hizo el diagnóstico de su dolencia al informarme que había comido carne de cerdo no fresca y que no le pareció en buen estado».

 

Pasaron los primeros días y a pesar de que el galeno no se separaba de Maceo, no aparecían señales de mejoría. Ante tales circunstancias, el general José Miró Argenter le dijo al médico: «Mascaró, hay aquí elementos de la escolta y del campesinado que aseguran que los médicos no conocen el tratamiento adecuado, en este caso; y piensan en la necesidad de que un curandero o curandera ejecute sobre el vientre del enfermo una manipulación que designan con el nombre de quebrar el empacho. Tú debías aceptar ese deseo de la gente campesina y permitir que se haga lo que ellos indican». El doctor respondió: «General, yo no puedo asumir la responsabilidad de aceptar un procedimiento que estimo muy peligroso dado el estado de distensión de su masa intestinal. No es inocua esa manipulación».

Es destacable la actitud del médico, quien puso sus conocimientos profesionales por encima de la jerarquía militar y de las creencias populares; también se conoció que Maceo había sido consultado sobre el hecho y que señaló: «Si la curandera es una muchacha joven y agradable, pensaré en eso»; y riéndose le dijo después a los proponentes: «Consulten sobre ese particular a mi médico». Es evidente el respeto que sentía el Titán por los conocimientos científicos de su médico.

 

General de división José Miró Argenter (1821-1925)

 

Al día siguiente, Mascaró fue nuevamente consultado sobre la posibilidad de quebrar el empacho y el galeno mantuvo su posición inicial. Luego Maceo recuperó progresivamente la salud; fue entonces que el general Miró le confesó al galeno: «Mascaró, yo te aconsejé que dejaras quebrar el empacho al General porque me enteré que su escolta había dicho que si por su testarudez en no permitir la manipulación salvadora que aconsejaban, el General moría, ellos te ahorcarían como castigo a tu proceder». Maceo se río mucho cuando Miró le contó la anécdota y para el doctor Mascaró lo sucedido le demostraba no solo el desconocimiento de los soldados sobre los trastornos digestivos, sino también la idolatría que sentían por su caudillo.

Acerca del autor

Dr. C. Ricardo Hodelín Tablada*

Médico e Investigador histórico. Doctor en Ciencias Médicas. Académico Titular de la Academia de Ciencias de Cuba. Neurocirujano del Hospital Provincial Clínico Quirúrgico Docente “Saturnino Lora”. Santiago de Cuba. Miembro de la Uneac, de la Unhic y de la Scjm.

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