
“Salto. Dicha grande”, escribió Martí justo en el momento en que volvió a Cuba por última vez, aquella noche del 11 de abril de 1895, junto a Máximo Gómez y un pequeño grupo de patriotas, que desembarcaron por Playita de Cajobabo, en Baracoa. Era el Delegado del Partido Revolucionario Cubano, el líder indiscutible de esa guerra necesaria, pero por sobre todas las cosas el Maestro.
Nadie hizo tanto por Cuba en tan poco tiempo de vida. Y no solo hablamos de aquellos 38 días finales entre hamacas, aguaceros, maniguas, caminatas y esos hombres curtidos por las balas y los machetes. Todo había comenzado de adolescente, cuando con apenas 17 años se convirtió en el preso 113 de la Primera Brigada de Blancos que trabajaría en las canteras de San Lázaro, condenado a seis años de privación de libertad con trabajo forzado por el delito de infidencia.
Luego vendría el indulto del Capitán General, su estancia en la finca El Abra y su salida hacia Cádiz, España. El pensamiento más preclaro, la palabra precisa y las ideas esparcidas desde cada carta, artículo periodístico, poema u obra literaria lo hicieron entender que la independencia de su patria no era una opción sino el destino de su vida.
Cuánta persuasión desbordó con los tabaqueros cubanos en Estados Unidos para lograr fondos imprescindibles que permitieran iniciar la contienda; cuánta unidad volvió a sembrar entre los generales ilustres de 1868 para que regresaran a la lucha; cuánta gallardía para acatar órdenes y no darlas el propio 19 de mayo cuando las tropas españolas se acercaban al campamento mambí.
“Yo moriré sin dolor: será un rompimiento interior, una caída suave y una sonrisa… Se ha de vivir y morir abrazado a la verdad. Y así, si se cae, se cae en una hermosa compañía”, había vaticinado desde antes con su prosa encendida.
Por eso hoy el Maestro sigue entre nosotros. Vive. Dicha grande. Y lo amamos siempre.


Muy , muy buena fotografñia EXCELENTE foto del Fotorreportero Alejandro Acosta