
Isla de la Juventud.— Palpar la arena negra de la playa Bibijagua es como una sinestesia, por ese don de evocar imágenes, sensaciones, olores; se diferencia de otras por el color, al erosionar las olas y las lluvias sobre las rocas de mármol negro de la sierra Bibijagua, próxima a ella, marcándole singularidad y belleza al sitio.Para Gabriela Luna González hablar de este sitio geográfico es sinónimo de identidad, tema que abordará en su tesis de grado, en la Academia de Bellas Artes San Alejandro, en La Habana, donde cursa el cuarto año en la especialidad de Pintura.
Su propuesta artística es un environment: “Reconstrucción de un espacio íntimo, un cuarto de estudio o de trabajo, conformada por muebles: una mesa de escritorio, una silla y una lámpara de pie, recubiertos por una capa de arenas negras, extraídas de playa Bibijagua”, expresa Gaby, como la llaman, mientras despliega con un pincel su obra.
Llegué a ella por casualidad cuando vino a la Isla a visitar a sus padres. Aquí encuentra esa paz inspiradora.
“Sobre la arena quedarán las huellas de la interacción entre el cuerpo humano y otros objetos con los muebles principales. Los utilizados son de mi entorno familiar, olvidados, en desuso y responden a inquietudes personales ligadas a mi origen y recuerdos; protagonizan el contenido del proyecto, exploran y me conectan con el hogar.
“He concebido como un ejercicio arqueológico, de forma metafórica y práctica, con el acto de rebuscar y redescubrir, y en algunos casos, los restos de algunos objetos, lo que a su vez se vuelve una ‘excavación’ en la memoria, que conlleva análisis y resignificación de dichos artefactos.
“Este acto arqueológico me lleva a encontrar similitudes con la obra del artista cubano Carlos Garaicoa, cuyo trabajo está dotado de un interés por la exploración de espacios arquitectónicos en ruinas y vestigios, que rescata de estos sitios los elementos de su interés, en una operación de salvamento material y de la memoria, un claro ejemplo es la pieza La Casa del Brillante realizada en 1992.
“Mi obra, un tanto arqueológica, encuentra su resultado final en el contenido del objeto, por lo cual también se asemeja de alguna manera a los ready-made de los dadaístas, que seleccionaban el objeto prefabricado, industrial y cotidiano, y lo elevaban a calidad de arte, aunque esto lo hacían con intención crítica, a diferencia de mi proyecto, que posee un carácter más personal y subjetivo.
“Pretendo exponer una morfología común y similar a la de cualquier hogar cubano, lo que invita al espectador a identificarse y establecer relaciones entre la obra y sus experiencias personales.

“Tocar la arena negra me conecta con mi lugar de origen y representa mi identidad, se vuelve una capa protectora para el objeto y me permite garantizar su conservación al pasar del tiempo, un modo de sacralizarlo y, a su vez, logro una superficie que capta gesto, contacto o historia a través de la huella grabada en la arena.
“He bebido de otros saberes artísticos con empleo de la huella como Marca en la tierra, del dueto Allora y Calzadilla; y de autores como Ana Mendieta, entre otros.
“Al ser de Isla de la Juventud y estudiar en San Alejandro viví un proceso migratorio interno por el sueño de mi carrera; alejarme me hizo cuestionarme quién soy, qué es el hogar y qué me identifica; preguntas encauzadas a través del arte”.
Como joven de 19 años y a punto de graduarse, siente orgullo de su lugar natal y de mostrarlo de forma creativa, volver a él por un olor, el sonido de un barco, el estribillo de una canción u otras sinestesias que le roban recuerdos, suspiros, retrospectivas…

