La trama de una conspiración

La trama de una conspiración

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La incertidumbre ante el rumbo que podrían tomar los acontecimientos y las aspiraciones en lo referente a justicia social,  democracia y reivindicaciones populares, caldeaban el escenario político cubano tras el derrocamiento de la dictadura de Gerardo Machado y Morales.

 

Una indetenible huelga general puso fin al sangriento régimen el 12 de agosto de 1933. El momento era de crisis nacional económica y política, gran confusión y efervescencia revolucionaria. Al amparo del embajador  norteamericano en la Isla Benjamín Sumner Welles –como ente mediador-  y con el apoyo de fuerzas de la derecha, fue implantado  un gobierno de facto y oligárquico que encabezado por Carlos Manuel de Céspedes y Quesada, el hijo menor del Padre de la Patria.

Ahí no quedó todo. Los aires de insurrección y descontento también anidaron en los cuarteles. Por varios años los militares de menor rango –sargentos, cabos, soldados y marinos- acumulaban esperanzas de mejoras para sus condiciones materiales y de vida, sin embargo se sentían discriminados y preteridos al ver esfumarse sus demandas.

Era común, además, que la oficialidad los utilizara como empleados de la servidumbre en sus propiedades, retrasarles el salario con frecuencia, además de discriminarlos. Como espada de Damócles gravitaba la amenaza de licenciamientos masivos, un rumor que formaba parte de las medidas para enfrentar la depresión económica en la Isla.

Aquel sargento sin decoro

Llegó el 4 de septiembre de 1933. Desde el Campamento Militar de Columbia en La Habana comenzó la insubordinación a la que sin contratiempos se sumaron de inmediato otros efectivos del Ejército, la Marina de Guerra y la Policía. La asonada también tuvo el apoyo de fuerzas civiles antimachadistas y opositoras al régimen imperante y fundamental de jóvenes del Directorio Estudiantil Universitario (DEU).

Fulgencio Batista y Zaldívar, un sargento taquígrafo, formaba parte de los complotados.  Como hombre astuto, calculador, con dotes de orador y perspicacia  avariciosa, soslayó a sus compañeros de armas participantes en aquella insurrección que el DEU definió como un “golpe de Estado Revolucionario”.

Entonces impartió órdenes y orientaciones para destituir o arrestar a oficiales de cualquier rango y ocupar el control de los  batallones y demás unidades, todo lo cual le favoreció para crearse un halo de liderazgo supremo que logró al punto de obtener las insignias de  Coronel y el título de jefe de las Fuerzas Armadas. En resumen, se adjudicó entre los uniformados el protagonismo de aquel movimiento de carácter popular y antimperialista.

Con éxito había dado su primer paso.  A partir de ese momento era el “hombre fuerte” del Ejército y en breve tiempo la figura clave para los intereses yanquis en la Isla.

De inmediato los hechos se precipitaron vertiginosamente. La administración de Céspedes se desmoronó ipso facto.  En su lugar quedó instaurado un gobierno revolucionario pequeñoburgués denominado Pentarquía, sin el cargo de presidente y con carácter de Junta colegiada entre sus cinco miembros. El advenimiento no tuvo el beneplácito del vecino del norte.

Una semana después quedó disuelta para dejar constituido un nuevo gabinete de composición heterogénea que trascendió a la historia como el Gobierno de los 100 días.  Ramón Grau San Martín, un profesor de fisiología de actitud pusilánime prestó juramento y ocupó la silla presidencial.

Un ala derechista, otra reformista-demagógica y un núcleo revolucionario y antimperialista liderado por Antonio Guiteras Holmes desde la Secretaría de Gobernación, caracterizaron a la nueva dirección, de corte nacionalista no reconocida por Estados Unidos y amenazada por la presencia de sus cañoneras cercanas a las costas de la Isla.

Batista retoma sus andanzas a escondidas. No podía obrar solo. Acudió raudo a contactar con  Sumner Wells. Los hechos posteriores corroboraron la vileza del recién estrenado Coronel: ordenó masacrar al pueblo de La Habana durante el frustrado entierro de las cenizas del líder comunista Julio Antonio Mella, en septiembre de 1933;  fue figura clave en el derrocamiento del gobierno de Grau en enero de 1934; contribuyó a ahogar en sangre la huelga general de marzo de 1935 y ordenó el asesinato de Guiteras ese mismo año.

Lo anterior ilustra una parte del modus operandi de Batista desde el la asonada del 4 de septiembre de 1933. Casi dos décadas después entronizó uno de los regímenes dictatoriales más sangrientos en América Latina mediante un golpe de Estado reaccionario el 10 de marzo de 1952.

Aquella triste etapa se extendió hasta el Primero de enero de 1959, cuando luego de férrea y heroica lucha insurreccional, la Revolución Cubana liderada por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz puso fin, para siempre, a la ignominia que por más de medio siglo sufrió el pueblo cubano.

Acerca del autor

Graduado de Licenciatura en Periodismo, en 1976, en la Universidad de La Habana. Hizo el servicio social en el periódico Victoria, del municipio especial isla de la Juventud, durante dos años.
Desde 1978 labora en el periódico Trabajadores como reportero y atiende, desde 1981 temas relacionados con la industria sideromecánica. Obtuvo premio en el concurso Primero de Mayo en 1999 y en la edición de 2009. Es coautor del libro Madera de Héroes.

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