Crónicas al andar: Infidelidad

Crónicas al andar: Infidelidad

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San Salvador.- Ella me besa. Incluso me muer­de con lascivia. Me mira con deseo ardiente, tan inocente como feroz. Sin miedos muestra su ma­durez, incluso sus arrugas más íntimas. Creo en si­lencio que tal vez hasta lo disfruta.

Acaricia mi pecho con naturalidad y la experien­cia que le dan los años. Eso me gusta, sacude y provoca. Niego rotunda­mente que sea amor. Una palabra tan poderosa y mayúscula, que tú desde la distancia la haces sentir cercana.

Me apuntas con un susurro lejano. ¿Cómo puedo simplemente de­jarte marchar, abandonar­te sin dejar rastro, cuando llevamos casi una vida respirando juntos?

Por segundos me pa­ralizo. Comprendo que ella no busca mi felicidad. Quizás hacerme rehén de una corta, pero turbu­lenta pasión. Mi espíritu aún no desea nada. Tú lo has atestado de ternu­ra, confidencias y hasta vergüenzas. Pues al final eres la única que me co­noce por completo.

Otro beso de ella destierra nuestro diálo­go mental y distante. Es uno de esos impulsos que desgarran, engañan a la nostalgia e incluso a las fiebres de la melancolía.

Se acomoda el cabe­llo casi como tú. Es suave y de color indefinido. De olor peculiar y extraño. Su cara madura sonríe. Recóndita, furiosa, casi angelical. Es bella a su manera.

Necesito otra de tus señales. Saber que estás ahí. A ratos no quiero fla­quear, pero recuerda que solo soy un hombre.

Ella suspira y entre­cierra sus ojos mestizos. Mezcla sus murmullos con palabras y gestos que seducen. Su sensualidad trasmite cansancio y pla­cer. Sus arrugas no opa­can su luz.

La noto delgada. Casi ardiente y viva como la mejor llama dulce. Casi como tú, con quien he compartido también ri­sas y dolores. Incluso un puñado de lágrimas. Sí, ambos hemos perdido mucho. Por favor, mírame ahora, te grito en total si­gilo, mientras ella quiere robarme una caricia. Lo logra y con desespera­ción casi erótica, vencido se lo devuelvo.

Quiero aprovecharla, poseerla, al final esto solo se dará una vez en la vida. Una ligera angustia se apodera de mí. En profun­do silencio te pido perdón y no temo que huelas mis lágrimas. Solo deseo tu perdón.

Las poderosas cam­panas de una iglesia true­nan y despierto de su em­brujo. Ella, sí, esta ciudad me besa. Incluso a veces me muerde con lascivia. Pero no lo dudes, por como me siento ahora, supongo que estaré con­tigo hasta el final. A nin­guna amo como a ti, mi ardiente, inocente y feroz Habana.

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