La derrota nunca muere

La derrota nunca muere

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El día empezó de golpe. Una mujer a la que estimo mucho murió.

A centenares de kilómetros de distancia poco puedo hacer. Solo encenderle una luz en mi alma. De momento todos los elementos se alinean para un día terrible. Calor, humedad y una noticia fatal.

Los ingredientes para incendiar mi paciencia. Casi siempre me he sentido cómodo en mi trabajo, pero en las últimas semanas empecé a perder el control.

Las cosas se amargaron. Ni les comento el porqué. Me cuesta escribir y eso en mi profesión huele a peligro. Solo necesitaba un par de días lentos, mas la terrible novedad avivó mis temores.

Llevo varios meses tras una historia enterrada y ahora el que está “sepultado” espiritualmente soy yo. Busco a Raúl González Sánchez. Un exboxeador que estimo tuvo al azar como su rival más afilado…

Voy a su encuentro en la Escuela de Iniciación Deportiva Mártires de Barbados, en la periferia de la capital. Dos horas después y cerca de mi destino repaso mentalmente las preguntas que deseo hacerle…

En un semáforo una señora pasa frente a mí abrazando una biblia. Con ojos desorbitados dice que la salvación está en el Señor, que soy un hombre roto. Lo primero no lo puedo asegurar. En lo segundo no tiene razón. Solo estoy herido en lo anímico ¿Lo expresará mi rostro?

Destierro su parecer, pues ya comparto algo con el posible entrevistado. ¿Cómo se enfrentan ciertas pérdidas?…
Un fuerte apretón de manos inicia el encuentro. En silencio pienso que, si su palabra es igual de fuerte y firme, habrá valido la pena.

“No haber ganado el título en ninguna de las grandes competencias a que asistí ha hecho que no se hable de mí”, dice mientras emite un extraño sonido con la garganta y los rasgos de su cara se tensan. “Olvidan los años de sacrificio y entrenamiento para hacer el equipo nacional. Lo hice y con mucho trabajo”, murmura y su voz con derrotada resignación trasmite algo de cansancio y abatimiento.

Conversamos en un gimnasio, donde un montón de niños más que menudos sudan esfuerzos y sueños. Repiten combinaciones de golpes. Pelean contra rivales imaginarios. Sus gritos y acciones nos obligan a buscar un mejor lugar para continuar la conversación.

“Estuve 12 años en los 51 kilos. No recuerdo a otro boxeador de la selección nacional que hiciera lo mismo. Me costó caro. En los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992, en el combate final, hice cosas que no debí”, abunda con una mueca y los sentidos alertas.

Nos sentamos en un pedazo de muro cerca de un terreno de baloncesto en el exterior de la escuela. Se cruza de piernas. Deja descansar uno de sus zapatos deportivos sobre la rodilla y prosigue. “Todo comenzó después de ganarle por la plata al americano Timothy Austin. Cometí una indisciplina. Subí de peso y decidí por mi cuenta hacer suiza para bajar esas libritas. Mi entrenador Raúl Fernández me vio y dijo: ‘¿Qué hiciste? Acabas de perder la medalla de oro’”, señala en tanto aprieta los puños y los huesos de sus manos se marcan nítidamente bajo la piel.
“No se equivocó. Bajé un kilo de más y”… se cruza de brazos. Sacude la cabeza poco a poco. Por unos segundos sus pensamientos aguardan emboscados. “Por el oro perdí con un surcoreano”, prosigue con un resoplido. “No recuerdo su nombre. Necesité esa fuerza, esa energía. El trabajo de años se fue. Eso se queda en tu mente. Sobre el ring pasan un montón de cosas en poco tiempo. No es fácil.

“En el Mundial de 1995 cogí bronce. Me preparé bien. Pero el clima frío de Berlín y el tema del peso influyeron”, añade a la vez que se le acentúan las arrugas de la boca y una expresión sarcástica e introspectiva se refleja en los labios.

“Salí guapo, pero caí ante el alemán Zoltan Lunka, quien ganó el título. No lo olvido. Nunca perdí con cualquiera, lo hice frente a grandes”.

¿Qué pasó en los Juegos Panamericanos de Mar del Plata 1995? Le pregunto. “Viniste con todo”, susurra mientras sus ojos pardos, imperturbables, miran fríamente sobre el arco de su nariz, corto, carnoso y ligeramente ganchudo.

“El dominicano Joan Guzmán fue mejor. Era muy bueno. Pegaba duro. Era estable en la división y quedé en plata. Sabes” —dice mientras su barbilla de profundo hoyuelo apunta ligeramente hacia adelante con ciertas dosis de orgullo— “si hubiera peleado en 54 kilos ganaba. Muchas veces se lo dije a los entrenadores. Los 51 no eran mi peso. Decidieron que siguiera ahí. Me molesté, pero… en fin”, indica con un suspiro ácido.

“Uno tiene que proponerse metas en su corazón. Debes prepararte. Ser disciplinado y no confiarte”, destaca con aire filosófico y buscando las palabras precisas, como si quisiera aconsejarme. “Tenemos que ser humildes. Reconocer el sacrificio del boxeador. Entenderlo. Nadie sube al ring a perder”, señala extendiendo las manos y encogiendo los hombros.

“La afición me criticó, abunda bajo una mirada intensa, que resalta su rostro curtido. También tuve su apoyo. Por suerte en las etapas más duras tuve a la familia. Perdía y decían guapea. Serás campeón”.

Raúl González se levanta. No resulta cómodo sentarse tanto tiempo sobre un muro de concreto. Su cara no expresa nada por unos segundos, pero se frota las mejillas como si necesitara un receso.

Le doy un respiro. Me acerco a uno de los sótanos de la escuela. Lagunas de aguas oscuras lo asolan. Las moscas de un color entre verde y dorado se mueven perezosamente. Uno tiene que espantarlas.

En lo que en algún momento fueron quizá dormitorios y pasillos, ahora habitan el deterioro y plantas silvestres de un tamaño considerable.

A la vez que contempla junto a mí el panorama se humedece los labios y se rasca el cuello con el índice. Suelta entonces: “No pienso en el pasado. ¿Para qué?, imposible cambiarlo. Las derrotas están ahí, duelen”, acuña y en su labio inferior se marca la mordedura de dos dientes.

“Rechacé mucho dinero”, comenta mientras con un tímido suspiro se reacomoda en el muro. “En los Juegos Olímpicos de Barcelona en un baño un hombre se me acercó para que abandonara la delegación. No lo hice. Sigo aquí”, confirma y descansa los pies en el suelo y une las puntas de los dedos apoyando los índices en la barbilla.

“Terminé de boxear con 29 años. Podía seguir, pero el tema de mantener el peso resultaba complejo. El principal rival que tuve en Cuba fue Pedro Orlando Reyes. Nunca le gané”.

¿El secreto de tu pegada?, le digo. “Era natural”, apunta y tose tapándose la boca con el puño “aunque hacía muchas planchas de nudillos en el cemento. Fíjate que tengo el récord de un nocaut en 5 segundos a Alfredo Acosta, de Las Tunas. Te digo más”, y los ojos resplandecen de emoción. “Hubiera triunfado en el profesionalismo. El entrenador Sarbelio Fuentes decía que mi boxeo era profesional. Tenía pegada y empuje.

“De los técnicos que tuve Raúl Fernández y Honorato Espinosa fueron especiales. Los preparadores tienen que ser padres, psicólogos, la cabeza del deportista. Eso lo entendí de niño.

“Le debo mucho al difunto Modesto García. Aprendí cantidad con él en Pinar del Río, donde nací. Era un muchachito humilde, entrenaba sin zapatos, en un lugar sin las mejores condiciones”, asegura esquivando su mirada y juro que los ojos se le ponen vidriosos. “Eso te fortalece. Sabía que si era bueno podría echar palante en la vida”, expone y baja sus pocas pobladas cejas a poco más de media asta.

“Al deporte no debe llegarse con amargura. Es para bien, para ser humildes. El boxeo te hace sabio. La idea es dar y que no te den”, respetar al rival, indica y se mira orgulloso los numerosos callos de sus manos. “Trato de que mis alumnos aquí lo entiendan”, acuña cambiando ligeramente la posición de una de sus piernas.
Se levanta y con un ligero quejido se estira. ¿Fueron injustos contigo en algún momento? Le disparo con un tono que parece percibir como un instrumento quirúrgico de frío acero.

“Sí, claro. Me siento olvidado. No quiero herir a nadie —mantiene los puños bien cerrados y la mandíbula apretada— pero hay que buscar a las glorias deportivas. Darles lo que merecen. Se sacrificaron. Dieron triunfos a este país. Hay muchos por las calles y nadie los conoce. ¿Qué más decir?, sostiene con un gesto esquivo de la mano y percibo en sus ojos la mirada distante de los agotados.

Me observa y dibuja varias muecas de desazón. No puede esconder la inquietud de su cara. Descubre los dientes al sonreír con nostalgia, sin habla. Caminamos lentamente.

En algunas de las áreas de la escuela y bajo un sol de justicia observamos a los alumnos repetir acciones en distintos deportes. Un profesor alto y flaco grita: “¡Alexander! ¡Alexander! ¿Cuántas veces te lo he dicho? ¡Pasa la pelota!”. Él observa a los muchachos y al entrenador. Da la impresión de estar tranquilo, sin preocupación.

“El boxeo lo ha sido todo para mí”, dice sorprendiéndome con la fuerza de un golpe en el plexo solar. “Sin él no estaríamos aquí ahora. Lo que he vivido, bueno y malo se lo debo a él…”.

La historia de Raúl González Sánchez es única y quizá cientos de veces repetida y olvidada. Una trama de anchuras dignas de aplaudir y respetar. La de un hombre con cicatrices y batallas de espejo. La de un ser humano, que asume la vida tal y como es: cruda, bella y desnuda.

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23 comentarios en La derrota nunca muere

  1. Esta historia de Raúl González me resultó muy interesante, de veras, he leído los comentarios y son sinceros, sentidos, te felicito Daniel…

  2. “Rechacé mucho dinero”, comenta mientras con un tímido suspiro se reacomoda en el muro. “En los Juegos Olímpicos de Barcelona en un baño un hombre se me acercó para que abandonara la delegación. No lo hice. Sigo aquí”,

    Muchas glorias tuvieron esa posicion hoy muchos no lo hacen salud y prosperidad campeón

  3. “No haber ganado el título en ninguna de las grandes competencias a que asistí ha hecho que no se hable de mí”, dice mientras emite un extraño sonido con la garganta y los rasgos de su cara se tensan. “Olvidan los años de sacrificio y entrenamiento para hacer el equipo nacional. Lo hice y con mucho trabajo”, ESTO LO HE ESCUCHADO DE VARIOS CANDELA

  4. en lo personal disfruté mucho esta entrevista Raúl González es uno de muchas glorias de las que apenas o nada se sabe gracias a ustedes por traerlo de vuelta

  5. Yo he visto mucho boxeo Raúl González fue un bueno de verdad no siempre se gana pero fue medallista siempre la verdad no se habla de el, gracias al periodico

  6. El día empezó de golpe. Una mujer a la que estimo mucho murió.

    A centenares de kilómetros de distancia poco puedo hacer. Solo encenderle una luz en mi alma. De momento todos los elementos se alinean para un día terrible. Calor, humedad y una noticia fatal.

    Los ingredientes para incendiar mi paciencia. Casi siempre me he sentido cómodo en mi trabajo, pero en las últimas semanas empecé a perder el control.

    Las cosas se amargaron. Ni les comento el porqué. Me cuesta escribir y eso en mi profesión huele a peligro. Solo necesitaba un par de días lentos, mas la terrible novedad avivó mis temores.

    Llevo varios meses tras una historia enterrada y ahora el que está “sepultado” espiritualmente soy yo. Busco a Raúl González Sánchez. Un exboxeador que estimo tuvo al azar como su rival más afilado…

    Saludos y felicitaciones señor Daniel otra vez excelente

  7. Excelente Trabajadores, los únicos que hacen trabajos de calidad y polémicos en deportes, mil gracias y ojalá Raúl González siga aportando sus conocimientos a sus alumnos,

  8. Gracias Daniel Martínez, usted otra vez nos regala un gran trabajo, bendiciones para el campeón se le recuerda siempre aunque sea por esta vía

  9. Señores este fue un buen boxeador ojalá sepan aprovecharlo en la Martires de Barbados, muy bien le vendria al boxeo en La Habana

  10. Uno de los mejores 51 kilos del boxeo cubano,es verdad que no ganó pero estuvo en la candela y eso vale, saludos para el campeón

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