RETRATOS: Cuando me tocó la felicidad

RETRATOS: Cuando me tocó la felicidad

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Mientras Idania Figueredo Martínez enrolla el motor, unos ojos infantiles y amorosos la observan. Se trata de su hija Yamilis, de once años de edad.

Idania Figueredo Martínez se desempeña como electricista enrolladora. Foto: Taimi Ferrera

 

“Está de vacaciones y no tenía con quién dejarla”, me dice, mientras sus manos, con una increíble rapidez, acometen el enrollado del motor.

“Esta niña es mi vida. Todo mi colectivo la quiere. La han visto crecer y saben cuán difícil fue que llegara a mis brazos”, comenta.

Asegura que el día en que le dijeron que estaba embarazada creyó en los milagros. Desde hacía tiempo su esposo y ella deseaban tener un bebé, pero el tiempo pasaba y no acababan de lograr ese sueño.

“Ya había desechado la idea. Iba a cumplir 42 años y creía que era demasiado mayor para empezar a criar un bebé. Resulta que cada vez que almorzaba, sentía que algo me alaba. Un día me comí un pan con tortilla y tomé helado de chocolate, después me dio una fatiga.

“En casa pensamos que tenía problemas de la vesícula. Así que fui al médico de la familia y me orientó dos ultrasonidos, uno obstétrico y otro para evaluar la vesícula. Me hicieron el primero y había unos estudiantes allí. El doctor se detuvo explicándoles mi caso y diciéndoles que observarán como el feto se movía.

“Yo no entendía. Me dijo: ‘Señora, ¿usted buscaba un embarazo?’. Le respondí que, a estas alturas, ya no quería. Él añadió: ‘Pues tiene 13 semanas y el embrión tiene tremenda vitalidad. Debe ir para que le hagan la captación’. Cuando tomé conciencia, sentí una emoción tremenda.

“Desde entonces, han pasado once años. La felicidad de mi vida es mi hijita, Yamilis. Cuando ya yo no tenía esperanza de ser madre, ella llegó. El destino me oyó. Me tocó la felicidad”, acota.

 

Yamilis Aguilar, de once años, es su mayor tesoro. Foto: Taimi Ferrera

 

Ahora, la pequeña acaricia a la madre, que está enfrascada en su quehacer, en el silencio que reina en el taller. Al ratico, coge el móvil y vuelve a su entretenimiento.

De Sevilla Abajo a La Habana

Sevilla Abajo está muy adentro del corazón de Idania. El asentamiento ubicado en el municipio Niquero, en la provincia de Granma, quedó para siempre en sus recuerdos.

“Ahí transcurrió toda mi infancia. Vivíamos en medio del campo, ni luz teníamos en nuestra casa. Éramos tres hermanos y recuerdo que para ir a la escuela debíamos pasar el puente del río Sevilla. Mi mamá nos llevaba y nos cruzaba, tenía miedo de que fuera a haber una crecida.

“Para el sexto grado tuve que irme a vivir a casa de un tío mío, en Niquero. Después comencé la secundaria básica en Nené López, en el propio municipio.

“Una tía mía que vivía en la capital, habló con mi mamá y me trajo a vivir con ella, por eso el noveno grado lo hice en la Secundaria Básica Camila Gineres, en Párraga.

“Cuando concluí, me dieron la carrera de técnico de nivel medio en Tejeduría Plana y debía ir becada para Bauta. Yo no quise, necesitaba estudiar algo que fuera rápido. Mi tío, Pedro Martínez Alfaro, era profesor en el Instituto Tecnológico Armando Mestre, y me motivó para que fuera para ahí, a prepararme como obrera calificada, en la especialidad de electricista enrolladora. Así lo hice y me gradué en 1986.

“De inmediato, no lo ejercí. Empecé a trabajar en el círculo infantil Volodia, en el propio municipio de Arroyo Naranjo. Pero no me gustó y me fui de nuevo para Sevilla Abajo. En mi barrio nada había cambiado.

“Como a los ocho meses, mi tía me fue a buscar. Me regañó, y dijo que para qué yo había estudiado. Me convenció para que retornara.

“Y regresé. Conseguí un trabajo en una imprenta como encuadernadora. La labor era fuerte y se ganaba poco. A mediados de 1988, el padre de una amiga mía, que era técnico en los Talleres de Naranjito, me propuso venir como enrolladora.

“Y mire usted, ya aquí llevo 35 años, ahora es la Unidad Empresarial de Base Motor Centro Industrial José María Pérez. El trabajo es un poco molesto, me ensucio mucho las manos y a mí no me gusta ponerme guantes porque me resulta más complejo. Antes, aquí había seis mujeres enrolladoras, ahora soy la única que queda; unas se trasladaron y otras dejaron el oficio.

“Tengo sentido de pertenencia. Siempre estoy sembrando maticas para que el área esté bonita, si hay que limpiar, lo hago. Cuando salí embarazada, estuve trabajando hasta que cogí la licencia de maternidad. Mis compañeros no me dejaban hacer peso, estaban pendientes de mí todo el tiempo.

“Cuando la niña nació se puso malita, cogió neumonía. Y esta era mi familia, preocupados todos.

“Vivo en la Comunidad de Tránsito, Poey Uno; ahí hemos ido adecuando el espacio, no es grande, pero tengo mi baño y mi cocinita… y hasta siembro mis maticas”.

Cuando le pregunto a Idania, si la niña aspira a ser ingeniera, me cuenta que quiere ser doctora. Ella la estimula, y aunque todavía faltan algunos años para la decisión final, sabe que lo importante es que se convierta en una mujer preparada para la vida.

Acerca del autor

Graduada en Licenciatura en Periodismo en la Facultad de Filología, en la Universidad de La Habana en 1984. Edita la separata EconoMía y aborda además temas relacionados con la sociedad. Ha realizado Diplomados y Postgrados en el Instituto Internacional de Periodismo José Martí. En su blog Nieves.cu trata con regularidad asuntos vinculados a la familia y el medio ambiente.

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