Un amor de alto voltaje

Un amor de alto voltaje

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¿Alguien dudaría que, tras cinco décadas en un puesto de trabajo, más que el oficio en sí, se convierte en un modo de vida para quien lo ejerce? Tal vez llegaste por casualidad, te enamoraste de lo que haces y no puedes entender los días de otra manera.

 

Foto: Alejandro García

 

Si preguntas por Ezequiel Pérez Núñez en la Empresa Eléctrica de Ciego de Ávila de seguro te llevarás de respuesta un “no sé” o un “ni idea”. “¡Ah, chico, me hubieras dicho antes que buscas a El Cheque!”, y entonces casi todos saben que buscas al liniero consagrado, formador de nuevas generaciones, el hombre de “alta tensión” que no logra desprenderse de este sector como percebe al fondo de un barco.

“Es que, con todo lo peligroso que es este trabajo, se le coge amor, yo mismo llevo unos añitos nada más aquí”, responde a manera de jarana.

 

¿Cuántos años?

Desde el (19)69 —responde entre risas—. Son 53 años, pero ponle 50 porque, jubilado, estuve tres.

“Fuera de aquí, pero volví otra vez”, afirma con firmeza. “Porque esto ha sido parte de mi vida. Y aquí estoy, hasta que se pueda”, y aunque ya la edad no le permite subirse a una cesta a reparar una línea “en caliente”, en él persiste la voluntad de continuar formando a nuevos especialistas como instructor de capacitación.

En todos esos años de labor, El Cheque ya ni se acuerda tras el paso de cuántos ciclones trabajó para recuperar la infraestructura eléctrica. Tal vez 15 o 16, dice, aunque deben ser muchos más: desde lugares tan singulares como el Paso de las Yeguas, casi en el Cabo de San Antonio, Pinar del Río, hasta las serranías de Guantánamo.

De esos momentos recuerda lo difícil que fue el huracán Kate, a su paso devastador por La Habana, otros que pasaron por Santiago de Cuba, en los que las fuerzas avileñas han forjado su fama y valía, no solo por la calidad de las labores, sino también por ser de los primeros en acudir.

Sin embargo, Pérez Núñez comenta que hay períodos de dificultades como los presentes meses, en que se suceden las tormentas de verano, y no alcanzan los linieros ni los carros ante las averías que provocan estos fenómenos atmosféricos.

“Este es un trabajo constante, las 24 horas al día, de relevos, pero hay momentos que no se pueden hacer porque es tanta la queja que hay que acudir a restablecerle el servicio al cliente sin perder tiempo”.

Ezequiel ha estado varios años allende los mares brindado su trabajo y conocimientos como liniero energizado en Jamaica, mientras que en Ecuador se desempeñó en el puesto de instructor en una compañía especializada.

 

La formación de brigadas especializadas es motivo de orgullo para Ezequiel. Foto: Alejandro García

 

En Cuba, por muchas decenas se cuentan los linieros que ha formado, no solo de Ciego de Ávila y de provincias vecinas, también de La Habana, refiere. La satisfacción lo invade cuando evalúa a sus pupilos y aprecia resultados satisfactorios, o luego, cuando puede verlos trabajando en las brigadas.

Mucha importancia se le da en este oficio a la seguridad, un ABC imprescindible que no se puede olvidar en ningún momento.

“El salario, aunque nunca es el que uno quisiera, es más alto por los peligros y riesgos; este trabajo es peligrosísimo. Las medidas de seguridad son lo principal. El que no trabaje seguro aquí, pierde la vida o queda con algún problema físico permanente, porque la corriente no perdona, siempre te deja secuelas graves”.

 

 

¿Es cierto que los linieros en tiempos de apagones trabajan más?

Una es porque no duermen. Al que no está trabajando también le apagan el circuito, además, el liniero está siempre preocupado por esas cosas. Lo otro es la incomprensión de las personas en la calle cuando te dicen: “¡¿Para qué tumbas la corriente?!”, como si eso dependiera de nosotros.

Las dificultades materiales y de recursos por las que atraviesa el país no son ajenas a la labor de los linieros.

“En estos tiempos todo es un poco más difícil, porque las condiciones son más precarias que en etapas anteriores: hay pocas herramientas, pocos recursos para dar mantenimiento a las redes, también falta combustible para movernos”.

El hijo de Ezequiel no solo heredó sus genes, su nombre y su mote en diminutivo, sino también su pasión por el trabajo con la electricidad de alto voltaje.

Desde el 2001 el vástago se vinculó a estas labores y, aunque estuvo algunos años fuera, regresó.

“Todo el que se agarra con esto, si está en otro lado no se siente del todo bien. Los linieros casi todos envejecen en el trabajo, por no decirte el 100 por ciento. Nos coge la vejez trabajando en esto”, y con su espíritu jaranero señala a un compañero que sobrepasa las cinco décadas: “Míralo a él, tan jovencito y como sigue p’alante”.  (Tomado de Invasor)

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