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Con Filo: La lealtad  

Hay cualidades humanas que la mayoría de las veces despiertan simpatía entre nosotros, casi por instinto, sin explicarnos muy bien la razón, ni meditar lo suficientemente en ello, hasta el punto de que se nos hace difícil discernir entre el mérito de quien posee esa virtud y el de quien la reconoce en la otra persona.

 

 

Uno de esos valores, sobre el cual solemos hablar bastante, es la lealtad, entendida esta como la capacidad para ser fieles, no solamente a una persona o grupo de ellas, sino también a una idea, a un principio, a una causa.

Sin embargo, pareciera que en ocasiones, para no poca gente en este agitado mundo contemporáneo —lo cual no nos excluye a nosotros en Cuba—, la noción de lealtad se tornara como algo inasible, lejano, fuera de moda.

Así, las lealtades comienzan a apreciarse en algunos casos como un empecinamiento innecesario, una inflexibilidad para ajustarse a los tiempos, un error de adaptación frente a lo cambiante y diverso de las circunstancias cotidianas del hombre y la mujer modernos, algo, en fin, anticuado u obsoleto.

Es por ello que vemos constantemente por ahí a ciertos individuos que subordinan cualquier interés colectivo primero que todo a los suyos particulares, y que están dispuestos a tratar de ridiculizar o disminuir el más ligero asomo de lealtad que enaltezca y privilegie el bien común o al comportamiento consecuente.

Porque una persona leal no es alguien fuera de contexto, que renuncia a una visión pragmática y realista de las circunstancias que le rodean, sino aquella que es capaz de ajustarse a los tiempos que corren sin traicionar o desconocer la historia, el camino recorrido, sus propias actuaciones y convicciones más duraderas.

La lealtad tiene además un rasgo muy característico, y es que enriquece tanto a quien la profesa como a quien la recibe o la pondera en su justa medida.

Si somos leales en nuestras relaciones interpersonales, por ejemplo, con nuestra familia, con nuestra pareja, con nuestras amistades, ello nos brinda una satisfacción que nadie nos podrá quitar, incluso si, en el peor de los casos, no recibimos igual tratamiento.

Igual sucede cuando esa fidelidad la expresamos en un comportamiento, una postura, un modo de actuación, que nos permite conducirnos por la realidad más inmediata y tomar decisiones que, a la larga, por nacer de ese valor que es la lealtad, se revelan finalmente como las más pertinentes y atinadas.

¿Puede llevar a equivocarnos, a cometer errores, el hecho de ser leales a alguien o a algo? Podría ser, pero siempre tendríamos un mejor fundamento para explicarnos y explicar nuestras decisiones, incluso las desacertadas, y poder rectificarlas oportunamente, con mayor posibilidad de atinar en la búsqueda de una solución, a partir del reconocimiento honesto del problema que generó nuestra posible falta.

En fin, que ser leales siempre es y será una condición que engrandece, y debemos considerarla tal vez como uno de los pocos motivos de orgullo personal que resultan auténticos y válidos que sintamos y expresemos en voz alta: practiquémosla entonces y prefiramos, en cualquier circunstancia, la lealtad.

 

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