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RETRATOS: Nadie pudo disuadirlo de ser piloto (+Fotos)

Desde hace cuatro años, Eliécer Romero González no pilotea un avión. Y lo extraña mucho, lo reconoce. El deseo de convertirse en piloto llegó a él desde que era un niño. Recuerda que en ocasiones acompañaba a su papá, Eliécer Damián, quien laboraba en una empresa de transporte agropecuario, cercana al Politécnico Villena- Revolución, en el municipio capitalino de Boyeros, y entonces, tenía oportunidad de ver, desde la carretera, los aviones que despegaban en la pista del aeropuerto internacional José Martí y se asombraba de cómo esos inmensos aparatos se elevaban hacia el cielo.

Foto: Agustín Borrego Torres

Cuando se adentra más en su pasado, Eliécer relata que su padre, al triunfo de la Revolución, estuvo vinculado a ese sector. “Llegó de Holguín a preparase como técnico de aviación en Ciudad Libertad. Trabajó ahí poco tiempo, pero de alguna manera, también ahí había un antecedente”, señala.

Expresa que fue en onceno grado, cuando decidió optar por esa carrera. “Los compañeros de las FAR realizaron la captación del personal aeronáutico y yo di el paso al frente, quería ser piloto de combate, volar aviones de a chorro.

“Nos hicieron exámenes muy rigurosos; en el primer corte, de los 27 que optaban, solo quedaron siete. En esa época, mi papá ya era oficial del Minint y al ver mi inclinación, decidió llevarme a ver a un amigo que trabajaba en la base de San Antonio de los Baños, quien era ingeniero en armamento, y muy conocedor de la técnica. A lo mejor mi viejo hasta quería quitarme la idea.

“El amigo me dijo que también existía la posibilidad de ingresar en una escuela de aviación civil, que podía optar por una carrera de piloto comercial.  Entonces, en duodécimo, estando en el preuniversitario Ciro Berrios Medina, en Güira de Melena, llené la boleta para las carreras y puse algunas relacionadas con la aviación como ingenierías en motor y fuselaje, electrónica y también mecánica. Poco tiempo después, llegaron las opciones para estudiar en la otrora Unión Soviética y escogí la de ingeniero piloto.

“Me acuerdo que casi al finalizar el curso, una tarde, convocaron a la formación en la plazoleta; yo me demoré, y todavía estaba en el albergue, cuando anunciaron que me habían asignado la carrera de ingeniería mecánica en la CUJAE. Ya me había casi conformado con la idea, cuando a la otra semana a través del audio me llamaron para la dirección. Ahí fui y el director me dijo: “El coronel Santos te trae buenas noticias. Fuiste seleccionado para estudiar ingeniero piloto en la Unión Soviética”, apunta.

 

Bien preparados

Todo se precipitó. Eliécer tuvo que estar los primeros días de agosto en un concentrado en la Escuela Militar Camilo Cienfuegos, de Pinar del Río, y el 26 de agosto de 1985 partió junto al resto del grupo para la URSS. “Inicialmente estuvimos en el Instituto de Ingenieros Civiles en Kiev. Me acuerdo que estábamos terminando el año de la preparatoria cuando ocurrió el accidente de Chernóbil.

Foto: Agustín Borrego Torres

“Éramos muy jóvenes, no calculábamos el peligro. Los profesores nos recomendaron no salir a las calles y tomar mucha leche, yogurt, o queso para evitar la contaminación. Una vez a la semana nos hacían un chequeo para medirnos la radiactividad. Ninguno tuvo problemas.

“Después nos trasladaron para Kirovogrado, al sur de Kiev. Los primeros semestres dábamos las asignaturas generales: mecánica teórica, resistencia de los metales; y luego empezaron las asignaturas básicas: el pilotaje, aerodinámica y dinámica de vuelo. En el segundo año dimos las clases de instrumentos de aviación, simulador, técnicas de vuelo… fuimos el primer curso en volar el avión inicial bimotor L-410 UVP, de procedencia checoslovaca. Además, montamos simuladores de última generación de movimientos libres. Fue una preparación muy buena. Cuando terminé el cuarto año ya tenía 150 horas de práctica de vuelo.

En octubre de 1990 llegó, ya graduado, a Cubana de Aviación. El inicio del llamado Período Especial, cambiaría sus sueños.

“Aunque la flota de cubana en esos momentos era grande, no había plaza para los egresados y fuimos ubicados en diferentes departamentos. Con el paso del tiempo, a mí me resultó gratificante, pues me proporcionó mucha experiencia. Estuve, entre otros, en el departamento de seguridad de los vuelos, donde fungí como inspector investigador, y aprendí a analizar accidentes de aviación. Ahí había un buen equipo, encabezados por el capitán Ariel Martínez, de mucha experiencia, quien cuando teníamos dudas, nos orientaba, había mucha integración entre los técnicos de mantenimiento y los pilotos.

“También nos dieron la posibilidad de realizar otros cursos y pasé el de operaciones aéreas; a la par nos dieron adiestramiento para poder mantener la habilitación como piloto, porque si dejas de volar, para poder reintegrarte, te tienes que capacitar de nuevo. En 1998, el ocho de marzo, después de un chequeo, comencé como primer oficial de la aeronave Fokker-27, fueron mis inicios como copiloto; estuve volando tres años, realizaba vuelos nacionales y los internacionales por el área del Caribe, hasta el 2001.

Foto: Agustín Borrego Torres

“Después fui reubicado en el An-24 hasta el 2006. Opté por una convocatoria para hacerme capitán de esa misma aeronave, y en el 2008 me designaron instructor de vuelo y de simulador, en este mismo tipo de avión. Ahí estuve hasta finales del 2012, pues por regulaciones aeronáuticas internacionales se dejaron de operar. Entonces, a mediados del 2013 fui designado para capitán de An-158, en el cual me mantuve hasta el 2018”, acota.

Hace algunos meses, lo encontramos recibiendo la distinción José María Pérez, la cual se otorga a quienes por más de 25 años han permanecido de forma ininterrumpida en el sector. Estaba vestido con su impecable traje de piloto, que tan feliz lo hace. “Constituyó un motivo de orgullo y de reconocimiento”, manifiesta.

En estos últimos años, ha tratado de mantener su superación a través de diferentes cursos impartidos por la empresa de Cubana de Aviación para no estar totalmente desvinculado de la actividad, no obstante, dice, añora el día en que pueda de nuevo volver a pilotear una de esas ingeniosas aeronaves que de niño conquistaron sus sueños.

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