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Con Filo: defender la cubanía, no el cubaneo

Los seres humanos nacemos, crecemos y envejecemos en una evolución que nos puede hacer incluso cambiar mucho a lo largo de nuestras vidas, tanto en lo físico como en lo espiritual, sin embargo no dejamos de ser por ello la misma persona.

Esa identidad que define quiénes somos, también es aplicable en alguna medida para las naciones. La historia y cultura de cada país cimientan un devenir muy particular que lo hace auténtico, reconocible, tanto para su pueblo como para otros pueblos.

En nuestro caso, una original nacionalidad fraguó a lo largo de varios siglos, con sus virtudes y también con sus defectos, que con el transcurso de tiempo constituyeron nuestra identidad, eso que llamamos la cubanía y por la cual, como norma, sentimos tanto orgullo de pertenencia, en cualquier lugar del mundo donde estemos.

Pero ese sello identitario no significa que dejemos de evolucionar, de cambiar, de asimilar nuevas maneras de hacer y decir, de ser y estar. Tampoco implica que todo lo que somos, o lo que nos creemos que somos, sea positivo y deba continuar invariable en el tiempo.

Porque también está, por ejemplo, el cubaneo, que es otra cosa. Son esos rasgos que muchas veces nos acompañan, pero no nos aportan; con demasiada frecuencia nos describen, pero no nos debieran definir.

El cubaneo es como la corrupción de la idea de la cubanía. Es un poco la traslación incorrecta de atribuirle a nuestra identidad lo que está mal en nuestra manera de ver el mundo o en nuestras actuaciones negativas, poco constructivas en lo individual y lo colectivo.

Y eso no es precisamente algo que debamos defender, ostentar. Por el contrario, todas aquellas actitudes que no nos hacen mejores personas, que nos limitan como pueblo para conseguir peldaños superiores de desarrollo económico y justicia social, aunque las atribuyamos a la tradición, aunque les encontremos causas y antecedentes, las debemos tratar de mejorar, de superar, y no resignarnos a ellas y a sus consecuencias, solo porque es parte del… cubaneo.

También eso resulta, por tanto, una forma de entender y proteger la verdadera cubanía, la que está lista para perfeccionar cada día sus valores, la que es capaz de atravesar las pruebas del tiempo, las generaciones y hasta las distancias.

Esta diferencia entre cubanía y cubaneo es esencial para relacionarnos con cualquier influencia foránea y salir airosos de esa prueba constante. Tenemos que empeñarnos siempre en resistir y vencer ante los embates de nuestras propias deficiencias, aprender de todo lo positivo que haya en otras experiencias, enriquecer cada día nuestra identidad nacional, sin mellarla ni prostituirla, ni tampoco sobrestimarla.

Porque debemos fomentar igualmente una conciencia social que no nos haga sobrevalorarnos ni engañarnos a nosotros mismos, que sea reflexiva sobre nuestras propias debilidades y retrasos, para que, a través de un desarrollo real, honesto y desprejuiciado de nuestra capacidad crítica, podamos defender, con conocimiento de causa, sin chovinismos estériles y con un patriotismo ejemplar, la cubanía, pero nunca, nunca, el cubaneo.

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