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Con Filo: Ahorrar o no tener

Este comentario sobre el ahorro energético debió publicarse ayer. Pero en la noche hubo una interrupción eléctrica en casa, y el sueño me llegó antes que regresara la corriente.

 

Ilustración: Martirena

 

A partir de esta anécdota propia, trato de trasmitir lo difícil que puede llegar a ser hablar sobre este tema, cuando en el país enfrentamos las actuales dificultades en la generación de electricidad y los apagones afectan nuestra vida cotidiana. Y sin embargo, hay que hacerlo.

Las medidas de restricciones y control al consumo eléctrico que ahora mismo se aplican en el sector no residencial son un paliativo ante esta contingencia energética. Les vamos a llamar ahorro, aunque en buena lid no lo es.

Son sencillamente la respuesta ante una urgencia, en función de afectar lo menos posible a la ciudadanía, en lo que surte efecto el cronograma de reparaciones y mantenimientos a las termoeléctricas y los grupos electrógenos para la generación distribuida, tal y como lo expusiera el Presidente Díaz-Canel y directivos de la Unión Eléctrica la pasada semana.

En ese contexto tiene que aumentar la exigencia y la sensibilidad de todas las entidades. O sea, de las personas que trabajan y dirigen en cada lugar. Porque son decisiones humanas las que determinan si gastamos más o menos, ya sea en un gran organismo o en un pequeño establecimiento.

Hay luces que no se pueden apagar, hay producciones y servicios que tienen que continuar, es cierto. ¿Pero todo lo que se puede desconectar, se desconecta? ¿Y todo lo que se puede aplazar fuera de los horarios picos, se traslada? ¿Y cómo cumplimos con aquella máxima de “dar el ejemplo”, que corresponde a personas e instituciones con mayores responsabilidades y recursos?

Son preguntas para activar la reflexión crítica, y sobre todo la mirada autocrítica. Y movilizar los mecanismos de control gubernamental y popular, incluyendo a las organizaciones políticas y de masas, en las comunidades y los colectivos laborales.

También hay que llevar el análisis hasta lo individual. Si tenemos electricidad todo el día, o una parte del día, ello nos tiene que llevar a pensar en quienes pudieran no tenerla en ese mismo instante. O en los lugares donde puede dispararse el sistema si no nos constreñimos en nuestro consumo personal. Porque ya no es suficiente quedarnos en el estrecho punto de mira sobre si podemos o no pagar la factura eléctrica con nuestros ingresos. El dinero de nadie debería ser bastante para pagar la incomodidad o el malestar del resto. De eso se trata la solidaridad ahora en medio de esta crisis.

Ya sé que es difícil decirle eso al trabajador de la termoeléctrica que labora de sol a sol por reparar su industria y luego llega a su hogar en medio del apagón, y quién sabe con qué otro problema familiar sin solución. O al médico que termina una agotadora guardia, y necesita un mínimo de comodidad en su vivienda para reponer fuerzas. Y a cualquier persona, en realidad, cuesta hablarle de ahorro en tales circunstancias, porque es muy difícil asimilar argumentos, por mucha conciencia que tengamos, en medio de la oscuridad y el calor.

Pero, reiteramos, no queda de otra. Aunque una interrupción eléctrica me impidiera hacer este comentario la otra noche, con toda la molestia que conlleva, es preciso hacerlo al día siguiente. Es imposible evitar el problema, pero podemos ser parte —cada quien desde su pedacito— de la solución. Aunque no sea exactamente eso, otra vez se trata de ahorrar, o no tener.

 

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