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Entre el asombro y la gallardía del Saratoga: cubanos de corazón

La mañana del 6 de mayo Cuba sufrió una herida inesperada. La explosión de gas dentro del Hotel Saratoga sacudió no solo la histórica instalación turística y las clases de la escuela primaria Concepción Arenal, de la Habana Vieja y sus alrededores. Un país entero se estremeció y en apenas minutos, manos de trabajadores, de estudiantes, de un pueblo crecido siempre ante las adversidades, hizo posible que ese dolor se convirtiera en solidaridad en función de la vida.

El Presidente de la República felicitó a los condecorados. Foto: Alejandro Acosta Hechavarria

Han pasado desde entonces 35 días y poco más de 840 horas. Y cuando todavía las imágenes impactan por su crudeza y no se apartan jamás de nuestras retinas, nada más justo y sensible que el homenaje rendido este 10 de junio, a través del reconocimiento de la Central de Trabajadores de Cuba y el Ministerio del Interior, a quienes vivieron días intensos entre el asombro y la gallardía; entre la humildad y la perseverancia; entre las vidas salvadas y las 46 muertes ocurridas.

¿Cómo olvidar la prontitud y la valentía del Cuerpo de Bomberos y de los Comandos de Rescate y Salvamento, que no les importaron la noche y el cansancio para encontrar cada uno de los cuerpos? ¿De qué extirpe calificar al personal de la Cruz Roja y al Sistema Integral de Urgencia Médica (SIUM), capaces de respirar agitados ante cada persona salvada o llorar de impotencia cuando ya era muy tarde para abrirles los ojos nuevamente a una víctima de la explosión?

Todo el esfuerzo sin límites del sistema de hospitales de la capital; la rápida respuesta de los constructores y de toda la industria para restaurar daños de vivienda e infraestructuras aledañas; y la actitud de los choferes de las Gacelas que, sin dudarlo, sirvieron de primeras ambulancias, fueron reconocidos hoy por demostrar ese humanismo y unidad que tanto ha hecho crecer a nuestra nación desde 1959.

Nada es más importante hoy para los trabajadores cubanos que el ejemplo de ellos, en momentos en que el país comienza a dejar atrás la pandemia e inicia su recuperación económica, específicamente en el área del turismo. Ninguno de los condecorados pensó, con sus actos de heroísmo y pasión, en su orgullo personal sino en el orgullo colectivo. A ninguno los movieron sentimientos vanidosos, sino sentimientos de revolucionarios.

Fidel, Raúl, Lázaro Peña y cada uno de los líderes que fomentaron que el deber de la clase obrera está ahí donde es más útil, pudieran hoy repetir con henchida emoción: ¡qué clase de pueblo tenemos, con qué clase de trabajadores contamos!

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