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Mabys cree en sus orishas

Foto: Agustín Borrego Torres
Foto: Agustín Borrego Torres

Mabys cree en sus ancestros, en sus deidades. No sé cuál sea su preferido, si Oshún o Shan­gó, aunque su vestido blanco y las muchas ideas que han llegado a su mente por estos días me hacen recordar a Obatalá, rey de todo lo blanco, de los pensamientos y de los sueños, considerado en su religión como padre de to­dos y de la humanidad. Cualquiera que sea. Ella cree en el suyo.

Mabys Poey Castillo trabaja como secre­taria del presidente de la Asociación Cultural Yoruba de Cuba, ubicada a escasos metros de la céntrica esquina habanera donde hasta el pasado viernes empinaba su jerarquía el ho­tel Saratoga.

Ese día, con el encargo de comprar las postales y flores que se entregarían a las ma­dres que laboran en su institución, encaminó sus pasos por la acera aledaña al hotel. Como tantas veces. No llegó a la esquina. ¡Váyase a ver qué ideas “ronroneaban” en su mente! ¡De pronto, el estruendo!

Escombros, piedras. Su gran suerte fue una reja, quizás de alguno de los balcones de la edificación. Le sirvió de parapeto. Casi no recuerda nada, ni el ruido —dice—. “Hubo un momento en que traté de pararme, pero qué va, no pude y quedé bocabajo”. Logró sacar la mano por entre los escombros. “Aquí, aquí, sálvenme”. Así gritó varias veces.

“Ahora cierro los ojos y recuerdo que es­tando bajo los escombros yo me preguntaba si aquello era una película. Y entonces vinieron muchos hombres y removieron las cosas que tenía encima, pero no pudieron quitarlas to­das. Yo me fui arrastrando —sí, creo que fue así— hasta que me sacaron, y me montaron en un almendrón que me trajo para el Calixto.

“Oiga usted, la atención aquí ha sido ma­ravillosa. Todo el mundo se desvivía aten­diéndonos. Gracias a dios yo solo tuve dos lesiones: una aquí en el codo y otra en el pie izquierdo”.

A 48 horas del terrible momento, el peor en su vida de 51 años, coincido con Mabys en el instante en que le daban de alta en el Hos­pital Universitario Clínico Quirúrgico Calix­to García.

Ya sentada en el taxi que la llevará a su casa repasa lo vivido y sus ojos denotan agra­decimiento. “Tus orishas te ayudaron”, le digo. “Sí, mis orishas y la atención que me dieron aquí desde el primer momento”, me dice agradecida.

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