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Con Filo: ¿En la jungla de las colas?

Las difíciles condiciones económicas del país requieren hoy más que nunca de una mirada permanente a todo lo que hacemos en función de aliviar cualquier impacto negativo sobre la ciudadanía, para su actualización constante de ser necesario.

Las soluciones sociales del primer año de la pandemia de COVID-19 no fueron las mismas que en el segundo, ni pueden ser iguales para este tercero que ya transitamos por este 2022.

En particular la distribución y venta de productos de primera necesidad en las tiendas en pesos cubanos, e incluso en las que comercializan en moneda libremente convertible, constituye ahora mismo un problema candente, que se hace más crítico en la capital del país y otras grandes urbes.

Grandes colas que se concentran en los establecimientos de mayor oferta, con indisciplinas, tensiones y el dominio tiránico de acaparadores y coleros, quienes quitan prácticamente toda posibilidad de acceder a los productos por su precio estatal a grandes segmentos de nuestra población.

Quienes trabajan y quienes no quieren arriesgar su salud física y mental, ni pueden ni quieren ya involucrarse en el simple acto de marcar para la compra de cualquier mercancía, porque en definitiva la mayoría de las veces resulta un tiempo perdido.

Porque lo cierto es que los mecanismos de control no están funcionando como deberían. Ni las anotaciones en la libreta de abastecimiento, ni las presuntas fuerzas de las llamadas lucha contra coleros, ni ninguna otra autoridad, están evitando que siempre compren la misma gente, en los mismos lugares y todo lo que salga a la venta.

Así, una gran mayoría de la población está a expensas de adquirir todo, o casi todo lo que se vende en las cadenas de tienda, a sobreprecio, cinco y diez veces más caro, con el consiguiente impacto que ello tiene en su poder adquisitivo y en la espiral inflacionaria que reduce el valor del salario de quienes más aportan. Todo para engordar los bolsillos desconsiderados de esa desalmada cadena tienda-coleros-economía interna, que así crece y se hace cada vez más poderosa.

Ya pasamos antes en estos dos últimos años por las cuarentenas estrictas, por la restricción del comercio a los límites municipales y por las ventas reguladas por otras vías administrativas. Habrá entonces que repensarlo todo otra vez, con un análisis serio de los gobiernos locales, y si es preciso combinar acciones de otros momentos, intentarlo.

Ya sabemos que repartir lo poco entre mucha gente es difícil, y nunca se queda bien, es verdad. Pero hay que buscar el modo de hacerlo de un modo mínimamente equitativo, aunque implique más trabajo organizativo y de gestión. Para eso deberían servir todas las estructuras de base de las comunidades, desde los CDR hasta los consejos populares y sus representantes. Hay territorios donde lo han conseguido, no sin esfuerzo.

Lo que sí está claro es que las restricciones en la oferta no van a cesar en el corto plazo, y por lo tanto no es posible dejar la comercialización sujeta a las leyes de la jungla de las colas.

Este fenómeno además agrava el efecto psicológico y el daño real del desabastecimiento, con esa percepción quizá demasiado generalizada ya de que no hay nada que hacer, de que debemos resignarnos a que haya individuos que impongan su compra y reventa monopólica al resto de la sociedad, sin que podamos evitarlo. Y eso no solamente es inaceptable: también resulta falso.

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