Hablemos del padre Antonio Maceo

Hablemos del padre Antonio Maceo

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El hombre

En distintos sitios de Pinar del Río hay monumentos dedicados a Maceo, varios de estos en Mantua, donde concluyó la invasión de Oriente a Occidente, los lugareños atesoran con orgullo cada retazo de historia local vinculada con el Titán de Bronce. Foto: Pedro Paredes Hernández

Ha sido tendencia noci­va edulcorar la imagen de nuestros héroes, omi­tir errores y defectos despojándolos de la na­turaleza humana. Me­rece el crédito por cada victoria el individuo de carne y hueso que se le­vanta sobre sus yerros y supera el tiempo.

En 1878 partió al exilio, llegó a Jamaica acompañado por María Cabrales, la esposa y compañera, quien lleva­ba el dolor por la muerte de sus dos hijos y la sa­lud mellada.

Fue en esas circuns­tancias que conoció a Amelia Marryatt, y la situación la describe el historiador José Lucia­no Franco: “(…) la ma­damita seductora de la calle Princesa (…) lle­vaba en las entrañas un hijo suyo. Maceo, caren­te de dinero, tenía que empeñar sus últimas prendas para cubrir los gastos inesperados”.

El padre

En mayo de 1881 na­ció Antonio Maceo Ma­rryatt, bautizado y re­conocido por el padre. Estuvo poco tiempo a su lado, pues en junio de ese mismo año partió hacia Honduras. No esquivó las obligaciones, siguió al tanto. Misivas recibi­das desde Jamaica así lo confirman: “María y la familia bien, también lo está el amiguito”; “Ma­ría bien, y bien el chiqui­tín amigo, que hace poco tuvo un catarrito”.

La persona que le servía para el envío de manutención fija re­sidencia en Kingston, busca otras alternati­vas: “La última remesa de dinero que le hice a Antoñito, fue por vía de Nueva York, porque no me fue posible conse­guir aquí ninguna clase de oro conveniente para Jamaica”.

Reconoce la falta co­metida ante la urgencia de cumplir con el deber y escribe al presidente de la Junta Revolucio­naria Cubana de Kings­ton: “(…), recibirá V. veinte libras esterlinas que me hará el favor de entregar a Miss Ame­lia Marryatt (…). Esto es un asunto, no el más adecuado para V. (…) a la vez que forme un jui­cio desfavorable hará otro que disculpe en algo mi conducta”.

Maceo viajó en va­rias ocasiones a Jamaica y siempre lo visitó. En 1891 desapareció miste­riosamente la madre, lo llevó con él a Costa Rica, lo matriculó en un co­legio interno. Regresó a Cuba, pero aun en plena contienda concede priori­dad a la instrucción de su hijo: “(…) le remito 300 pesos, a la educación de Antonio mi hijo”.

Los amigos

Tras la caída en comba­te del Titán de Bronce, la delegación en Esta­dos Unidos del Partido Revolucionario Cubano asumió la manutención del joven. Posterior­mente Tomás Estra­da Palma fue su tutor: “(…) no ser Antonio hijo legítimo del Ge­neral no es motivo de ningún modo para que dejemos de prestarle toda la ayuda posible de igual manera que lo haría su padre, estando vivo”.

Se tituló como inge­niero y en 1904 llegó a Cuba. Fue recibido con agasajos, pero pronto dejó de ser una atrac­ción; atravesó difícil situación económica. Dicen que se parecía mucho a su padre, con modales más propios de la cultura norteameri­cana que de sus raíces caribeñas. Murió en La Habana el 4 de diciem­bre de 1952.

El héroe

Maceo varias veces su­cumbió ante encantos femeninos que lo lle­varon a otros lechos. Sus dotes de seductor le acompañaron hasta la muerte, narra José Miró Argenter, el 6 de diciembre de 1896: “La señora de C…, elegan­te dama habanera, le pidió alguna prenda de las que llevaba en­cima al pasar la Tro­cha, como testimonio fehaciente de tan me­morable episodio. El General puso en manos de la citada dama una joya en forma de estre­lla adornada de un bri­llante, regalo de otra persona que él apre­ciaba en mucho. La se­ñora, muy complacida, dijo sonriente al Ge­neral: ‘Yo le enviaré a Vd. otra estrella, tan hermosa por lo menos como ésta’”.

Una dimensión del guerrero que en nada demerita a la legendaria figura. Tatuó en propia carne la devoción por Cuba, en cicatrices que avalaban su arrojo, la gloria sobrevive a la muerte.

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