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Héroe de hierros y sueños

LAMENTABLE NOTICIA DE ULTIMA HORA:

Froilán Antonio Gutiérrez Felipe, quien fuera condecorado como Héroe del Trabajo de la República de Cuba el primero de mayo de 1997, falleció a los 78 años, a causa de una afección broncopulmonar.

Anabel, su hija más pequeña, comentó a Trabajadores que Juanito, como le conocían en toda la comarca, sintió malestares y requirió atención médica, pero no soportó ni 24 horas, se agravó y falleció aproximadamente a las 3 de la tarde de este miércoles 3 de octubre, justo después de la celebración del Día del Trabajador Azucarero, cuyo acto se realizó en Ciego de Ávila.

El dolor de la familia y de la comunidad del antiguo central Camilo Cienfuegos y del pueblo de Jaruco, donde había nacido el 5 de octubre de 1943 (finca La Cachimba, en el Tronco, de Jaruco) fue expresada por su hija, que lamentó “mi mamá había estado enferma y él la cuidaba, pero mi papá era un hombre muy fuerte, de muchas energías. Estamos destrozados. Mi padre estaba muy feliz con la entrevista que usted le hizo, periodista. Lo agradecemos”.

Su sepelio será en Jaruco, en horas de la mañana de este jueves, informó Anabel.

La entrevista que verán a continuación, se publicó este lunes, en la edición del periódico, a propósito del Día del Trabajador Azucarero. Luto cuando pudo haber fiesta! Descanse en paz, tiene una extensa obra para orgullo de su familia, los colegas del sector y para Cuba.

 

A los 78 años Froilán An­tonio Gutié­rrez Felipe tiene sueños, e inclu­so algunas pesadi­llas: después de tanto crear quiere donar los equipos que na­cieron de su talento y armó con sus manos. Mas, no tienen paten­tes y muchos no es­tán registrados, por lo que alguien podría legalizarlos y despo­jarlo de estas innova­ciones.

 

Uno entre muchos equipos de Froilán. Foto: Ana Margarita González

Debajo de los desvencijados te­chos del otrora central Camilo Cien­fuegos, de Mayabeque, yacen los hierros y aspiraciones de Froilán, un hombre que inventó un equipo para fabricar armas que se emplean en la esgrima, y llegó a entregar mil 34 espadas, floretes y sables, mientras les interesaron a los directivos de ese deporte en Cuba.

 

Como este podría mencionar otros dispositivos, hasta un mar­tillo ideado con partes de apara­tos que datan de 1920, y muchos más que funcionan perfectamente, pues todos fueron echados a andar ante mis ojos y se me explicaron sus respectivas utilidades.

 

 

No olvida detalles de su in­greso como fundador del Ejército Occidental; de su viaje a Francia, donde aprendió el arte de hacer las armas de la esgrima. Vive en la casa otrora propiedad del herre­ro del central, donde hoy no cabe agrego alguno.

Aunque cada objeto creado por él merece una historia, vuelvo a la de sables y floretes porque es singular. A Froilán lo mandaron a Francia, a la meca, para apren­der el oficio; le dieron una cámara para que grabara el proceso pero, aunque pidió permiso al dueño y antepuso su honestidad, solo vio lo que le enseñaron.

Al regreso construyó un equi­po y, motivado por directivos de la esgrima, entregaba los artículos según le salían de las manos. Para sorpresa suya, unos meses después vino el dueño de aquella fábrica francesa en su búsqueda y al ver todo cuanto había hecho afirmó: “Este hombre es un genio”.

 

Detalles de un talento

Aún Froilán rememora el cali­bre de cada acero. Camina cerca de los equipos, enciende, apaga, hasta llegar a uno pequeño que traduce otra genialidad: “Con este hacía los clavos de herrar”. Dudo porque conozco lo difícil de ese oficio, y él asegura que sí, que “son tres calibres, y de arri­ba a abajo se reduce el grosor im­perceptiblemente…”.

Lo dejo en sus explicacio­nes…, voy de nuevo al hogar, donde me ha contado también de cada medalla y de sus encuentros con Fidel: “Cuando puso la es­trella de Héroe del Trabajo sobre mi pecho (1.o de mayo de 1979), dijo: ‘Enderézala, que te quedó un poco jorobadita’”.

Y de ahí repasa los desfiles por el Día Internacional de los Traba­jadores en que participó junto al Comandante en Jefe, a las atencio­nes que este tenía con ellos, “siem­pre hacía un gesto con la mano para que pasáramos primero, fue­ra para comer, para entrar a algún sitio o para hablar”; e indiscuti­blemente continúa admirando al Líder Histórico quien depositó su confianza en los azucareros y en los innovadores, dos ejércitos a los que pertenece con honor.

 

 

Froilán tiene una memoria asombrosa. Mantiene su paso li­gero y firme, su agilidad mental para atender al obrero o vecino que necesite una pieza, un ins­trumento para trabajar, y la cons­tancia para laborar en su taller, a donde entra tempranito con un pomo de yogur y otro de café para echar la jornada.

Sempiterno fumador, enmas­cara una tos persistente que, se­gún Ada, lo retiene en su sillón más allá de la medianoche (es su única afección aparente), por­que se levanta con buenos áni­mos para desandar. El único bien material que atesora de su añejo oficio es un Lada blanco que ya no conduce, pero conserva mejor que a la niña de sus ojos; y están los recuerdos de sus viajes por varios países, donde “disfruté y aprendí muchísimo, incluso en la guerra de Angola, a la cual asistí como trabajador civil”.

 

Entonces el nieto mayor le al­canza un trozo de la malla de 40 metros que armó en tiro y retro­ceso para una fábrica de cara­melos. Miro los sables colgados de la pared y me levanto con la convicción de que este hombre, jubilado desde los 66 años, se­guirá alimentando su historia, que no es la del Héroe ni la del genio, sino la que lo enaltece como “forjador de piezas, como herrero que soy”.

 

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