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Mano amiga, consejera atinada

Allá por el año 2000 la posibilidad de formarse como trabajadora so­cial fue una tabla de salvación para Daneys Asencio Rodríguez. Con 19 años y una niña de dos parecía que esos números eran difíciles de conjugar con los estudios universitarios que soñaba.

En su atención a la octogenaria Raquel (a la izquierda) la joven Daneys pone en práctica una fórmula personal que le ha dado resultados en su labor como trabajadora social: el oído dispuesto a escuchar con calma y la palabra de aliento en el momento preciso. Foto: Betty Beatón Ruiz

Hoy, 21 años después, agradece a la vida esta opción que la atrapa y la enamora, no obs­tante las complejidades y las durezas a las que se tiene que enfrentar día a día.

Ella es una de los 682 trabajadores sociales de la provincia de Santiago de Cuba, diseminados por toda la geo­grafía, desde la más céntrica de las arterias hasta la más intrincada serranía.

La joven Daneys realiza la labor de cono­cer, diagnosticar, gestionar, buscar soluciones, promover el cambio, pero nadie piense que por estar en plena ciudad santiaguera, donde fun­ciona el Consejo Popular 30 de Noviembre, es más fácil su misión.

“Aquí mismo, cerquita del Centro Históri­co, también hay muchos problemas que debe­mos atender. En mi caso son 506 familias en las que aparecen todo tipo de situaciones de vulnerabilidad social: reclusos, menores, an­cianos solos, niños con bajo peso, personas con discapacidades, madres solteras con nu­merosos hijos, desvinculados del trabajo…

“Es un universo heterogéneo y cada ser humano precisa de un trato diferenciado, de un tiempo para conversar, para conocerlo a fondo, para entenderlo en su pedido y tratar, aún en medio de limitaciones, de hallar solu­ciones.

“Mi experiencia me deja claro que no siempre las carencias son en el orden mate­rial; muchas veces, si existe una adecuada integración con los factores de la comunidad, hay salidas que están a la mano dentro del propio contexto del barrio, por eso me alegro tanto de que el Presidente cubano, el compa­ñero Díaz-Canel, ponga en el centro del in­terés gubernamental la gestión comunitaria como cambio hacia lo interno.

“Este aniversario 21 de los trabajadores sociales llega en un contexto difícil, por la pandemia y el bloqueo recrudecido, pero en medio de un renacer de las esencias que die­ron vitalidad al programa y que le auguran una larga vida”.

 

Tiempo de pasiones

Raquel Riveaux carga consigo el peso de sus 80 años, no pocos achaques y las implicaciones de vivir sola, mas no en soledad, porque ahí está Daneys.

“Es ella la que me lleva hasta el correo a cobrar mi pensión, está pendiente de cómo va mi diabetes, de cualquier otra gestión que tenga que hacer, de que la casa quede bien asegurada si anuncian la cercanía de un ci­clón… Es la mejor compañía que pudiera te­ner”.

Todos en la demarcación coinciden en que su trabajadora social es una suerte de abeja reina, una componedora de corazones rotos y consejera atinada.

“Los saberes y las mañas las vamos co­giendo con el tiempo, en el roce diario con las personas. Ya son 21 años en este mundo: a veces triste, cuando ahondas en las desgarra­duras espirituales y materiales; pero también alegres, especialmente cuando logras reparar­las un poco o de forma total”, refiere Daneys.

“Me siento a gusto con lo que hago, privi­legiada de haber estado allí, con Fidel, el día que inauguró nuestra escuela en Santiago de Cuba, feliz de haberme graduado de socióloga en la Universidad de Oriente, comprometida con ayudar a las personas y con aportar a que mi país siga siendo ejemplo de labor social con los que más necesitan de la mano amiga”.

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