Icono del sitio Trabajadores

Taimazova y la clase magistral de cómo pelear una medalla

Lloró. Y su llanto se acrecentaba mientras iban pasando los segundos. La rusa Madina Taimazova lucía en su cuerpo de 22 años las evidencias de una medalla de bronce olímpica: la zona superior del ojo derecho morada, inflamada, con marcas de arañazos enrojecidas cerca del cuello y el pelo desordenado a más no poder. También lágrimas, muchas lágrimas.

Madina Taimazova tras ganar el bronce en -70 Kg. Foto: Valery Sharifulin/TASS

Se fajó. Hasta que las fuerzas le dieron. Aferrada a huirle a la derrota, aunque las rivales se le vinieran encima y los contactos con los lugares maltratados de su cuerpo la hiceran ver las estrellas del dolor.

Y no paró hasta colgarse la presea en su pecho. Sí, de bronce, pero de bronce inolvidable,
protagonizando los combates más largos en el judo olímpico desde la edición de Múnich 72.

En octavos de final, tras 14 minutos y 58 segundos, derrotó por ippon a la brasileña Maria Portela. Los cuartos los resolvió con facilidad, en medio minuto, también con un ippon.

Sin embargo, el organigrama le puso en la semifinal un escollo muy difícil, la doble campeona mundial japonesa Chizuro Arai.

Taimazova salió al tatami con una cura en el párpado que le cubría parte de la ceja, protegiendo su hematoma. Forcejearon y, entre halones, consumieron el tiempo reglamentario «sin hacerse daño».

Arai derrotó a Taimazova en la semifinal, tras un combate extenuante.

Todo se definiría en el punto de oro. A luchar de nuevo. Y chocaban las cabezas buscando el agarre ideal y el ojo de la rusa sufría.

Arai atacaba y atacaba, pero Taimazova hacía nulos los intentos virándose en el último momento, cual gato fajarín, cayendo de cara al tatami, como si estuviera en perfecto estado y el párpado no le fuera a reventar.

En una embestida la japonesa intentó inmobilizarla. Le enganchó el brazo. Taimazova gritaba y se veían por vez primera los gestos de dolor en su maltratado rostro.

El árbitro interpretó sus quejidos como una petición de clemencia. Paró el combate y la joven le dijo que no. No se iba a rendir tan «fácil».

Revisaron el video y evidentemente tenía razón. Ella jamás pidió el fin. Había que seguir. Arai debía llevarla al límite, no podía sentir compasión ante la imagen destruida de aquella rival resilente.

Atrevida Taimazova. Tenía aún el coraje de atacar después de 16 minutos extenuantes. Fue entonces que una acción terminó en el suelo y Arai consiguió estrujarle el cuello. Solo ahí, cuando su cara se enrojeció, sin aire, casi inmóvil ante la técnica de la nipona, Taimazova supo que debía ceder.

Quedó desplomada en el centro del Nippon Budokan y los médicos tuvieron que asistirla.

Arai saludó tímidamente al juez y de repente comenzó a resoplar. Una, dos, tres, cuatro veces… Recuperándose de tal despliegue.

Taimazova seguía tumbada. Tuvo que salir apoyada en el personal médico, casi sin sotenerse en pie. Fatigada. Parecía imposible que pudiera librar la batalla por el bronce.

Después de todo aquello, pararse frente a la croata Barbara Matiç a discutir la medalla era algo más que un gesto de coraje. Y Taimazova llegó de nuevo con un gran parche entre el ojo y ceja. Con la parte superior del pecho arañada y los pelos alborotados. Pero ese aparente mal estado no se correspondía con la tranquilidad en su mirada. Una especie de serenidad capaz de atravesar las fibras de su contrincante

La rusa estaba determinada a lograr su objetivo. Luego de semejante jornada, esa medalla tenía que ser de ella. Con fuerzas salidas de nadie sabe dónde, propuso, intentó hacer daño. Matiç, pasiva al principio, aguantó.

La historia se repetía y eran entonces las gastadas energías de Taimazova las que comenzaban a flaquear. Empate en tiempo reglamentario. Una vez más al punto de oro.

Matiç se saboreaba. Tenía las de vencer. Pero Taimazova no pensaba de esa manera y tras casi un minuto y medio donde contactos con sus heridas la hicieron sufrir, enredó las piernas con la croata, la agarró de una manga y consiguió el waza-ari.

Para más dramatismo, la acción se revisó en la cámara lenta y entonces, finalmente, ratificaron el milagro.

Rompió a llorar de alegría, ante el desconcierto de su rival. Clase magistral de voluntad en Tokio, medalla de bronce inolvidable para una rusa llamada Madina Taimazova.

Compartir...
Salir de la versión móvil