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El Moncada: semilla de la Revolución socialista (II)

Las direcciones de los partidos que habían sido desalojados del poder después del 10 de marzo de 1952 tenían recursos para oponerse al usurpador Fulgencio Batista, pero carecían de voluntad y espíritu de lucha.

Muy pronto, siguiendo los dictados de su clase, se subieron al carro  de la dictadura para compartir los beneficios de su política de latrocinio.

El Partido Ortodoxo, contra cuyo triunfo electoral estaba dirigido el golpe, presentaba después de la muerte de su líder, el panorama de una organización política minada por politiqueros.

Una semana después de consumado y consolidado el madrugonazo del 10 de marzo, la Ortodoxia dio a conocer una tibia declaración donde planteaba la necesidad de establecer un gobierno “inequívocamente neutral y por tanto totalmente ajeno a la influencia directa e indirecta de Fulgencio Batista”, pedía el “restablecimiento inmediato de todas las garantías constitucionales por ese Gobierno” y abogaba por elecciones inmediatas. Estos pronunciamientos, como era de esperarse, no impresionaron a nadie.

 

A esta declaración inoperante se añadía una actitud de resistencia pasiva y de condena “moral” al régimen de facto.

Mientras la dirección del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo) se manifestaba incapaz de estructurar un frente de acción contra la tiranía, dentro de las propias filas de la Ortodoxia se presentaba otra tendencia completamente opuesta. Muestra de ello fueron las palabras de quien sería poco tiempo después la segunda figura del  Movimiento 26 de Julio, Abel Santamaría:

“La inactividad consume, y no debemos dejarnos consumir de ninguna forma. Todos los líderes del Partido conferencian incansablemente sobre cosas sin trascendencia.

“Basta ya de pronunciamientos estériles, sin objetivos determinados. Una revolución no se hace en un día pero se comienza en un segundo. Hora es ya: todo está de nuestra parte, ¿por qué vamos a despreciarlo?

La indignación por la postura pasiva de la dirigencia ortodoxa y la impaciencia por actuar, se pusieron de relieve también en el recuento crítico sobre el PPC que hizo el joven abogado Fidel Castro el 16 de agosto de 1952:

“¿Dónde están los que aspiraban… los que querían ser los primeros en los puestos de honor de las asambleas y los ejecutivos, los que recorrían términos y hacían tendencias, los que en las grandes concentraciones reclamaban puestos en la tribuna, y ahora no recorren términos, ni movilizan la calle, ni demandan puestos de honor de la primera línea de combate?

“Quien tenga un concepto tradicional de la política podrá sentirse pesimista ante este cuadro de verdades. Para los que tengan, en cambio, fe ciega en las masas, para los que crean en la fuerza irreductible de las grandes ideas, no será motivo de aflojamiento y desaliento la indecisión de los líderes, porque esos vacíos son ocupados por los hombres enteros que salen de las filas.

“La Revolución abre paso al mérito verdadero, a los que tienen valor e ideal sincero, a los que exponen el pecho descubierto hoy toman en la mano el estandarte. A un Partido Revolucionario debe corresponder una dirigencia revolucionarias, joven y de origen popular que salve a Cuba”.

 

Los comunistas no estaban en condiciones de encabezar la lucha

La actitud de los comunistas ante el golpe se distinguió radicalmente de la oposición que presentaron los demás partidos políticos. Los comunistas combatieron al régimen surgido el 10 de marzo no solo porque fuera producto de un golpe de Estado, sino porque constituía un instrumento utilizado por el imperialismo para mantener sojuzgado al pueblo cubano a través de métodos aún más brutales y expoliadores.

El Partido Socialista Popular criticó la absurda e inaplicable solución del gobierno “inequívocamente neutral” y afirmó que no se trataba de sustituir hombres en el poder sino de cambiar los sectores sociales  dominantes y trocar la subordinación al imperialismo en soberanía nacional.

Pero esa fuerza, la más consciente y avanzada de la sociedad cubana de la época no estaba en condiciones de encabezar la lucha. Los regímenes burgueses habían trasplantado a nuestro suelo la política de “guerra fría” y de histeria anticomunista desatada por los Estados Unidos después de la II Guerra Mundial. Los medios de difusión masiva, al servicio de la burguesía, presentaban las ideas marxista-leninistas como un tabú y al socialismo como el peor enemigo de la libertad, de la patria, de la familia y del hombre.

Con el propósito de evitar la influencia de los comunistas en el movimiento obrero, se les arrebató la dirección de los sindicatos para entregársela a los gánsteres mujalistas. Los militantes del Partido eran expulsados del trabajo, calumniados, perseguidos, encarcelados, torturados y hasta asesinados por los esbirros del régimen.

“El Partido marxista-leninista, por sí solo, no contaba con medios, fuerzas ni condiciones nacionales e internacionales para llevar a cabo una insurrección armada, valoraría Fidel años más tarde. En las condiciones de Cuba en aquel instante habría sido un holocausto inútil.”

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